El Adviento es como un juego de amor, como el juego del amor hermoso, que se nutre de presencia y ausencia. El Amado se esconde para hacerse “desear” más, para hacer crecer el amor que busca la unión. Jesús en el Adviento es Presencia, El ha venido en su Encarnación, pero quiere ausentarse, quiere estar siempre viniendo para suscitar nuestro deseo, nuestra espera, nuestra disposición interior. Si lo esperamos, si apoyados en El lo aguardamos, esta espera aviva la lámpara del Amor. Y la lámpara puede apagarse gozosamente en el alba de su Venida, de su Presencia. Esperanza, Presencia ya comenzada pero no plena que aviva el amor, que nos llama a hacernos camino para poder llegar a la posesión del Amor. ¡Cuán bellamente San Bernardo y su teología del corazón expresan esta Espera-Presencia en su Iesu dulcis memoria! ¿No avivará nuestro deseo el rezarlo más frecuentemente?
Oh Jesús de dulcísima memoria
Que das el verdadero gozo al corazón,
Más dulce que la miel y que toda otra cosa
Es tu dulcísima Presencia.
San Bernardo pide al Señor que ha venido en la Encarnación, en la ternura del Niño de Belén, que siga viniendo. Que siga prolongando su venida no sólo en los Santos Sacramentos, continuación y comunicación de su Encarnación Redentora, sino también en las visitas del Verbo al alma, en ésas visitas en donde El es nuestro refrigerio y consuelo. La dulcísima Presencia de Jesús es la que enjuga toda lágrima, es la que aleja toda oscuridad, es la que ablanda toda dureza, es la que disipa toda tristeza y aflicción. ¡Visitas de Jesús, advientos de Jesús…venid, venid a nuestros corazones!
“Cuando nuestro corazón visitas
Entonces brilla en él la Verdad
Todo lo pasajero se convierte en vano,
Encendido por tu ferviente caridad.”
Jesús es Aquel que siempre está por llegar. Su venida es una realidad actual. La Presencia de Jesús nos dice en este adviento: “Mira que estoy a tu puerta y llamo: si alguno oye mi Voz, y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.”
Si dejamos entrar a Jesús, si la puerta se ensancha por el deseo, El dirigirá una palabra personal para cada uno de nosotros, haciéndonos participar de sus bienes, de su vida de Hijo. Adviento es el tiempo en que se nos pide que nos hallemos sedientos y abiertos para Dios. Debemos hacernos como ese desierto, tan temido, pero lugar del recomenzar de la Alianza, en donde puede bajar y venir la Palabra del Señor. El desierto es el lugar del despojo, no podemos seguir con nuestras “chucherías ”, nuestros apegos, nuestro bagaje interior, hay que darlo todo por el Todo. No se puede caminar con mucho equipaje por un desierto. Ese es el sentido del vaciamiento del corazón en este Adviento, si la palabra del Señor ha de venir a nuestros desiertos debemos gustar su soledad, su cercanía, nuestro corazón en muda súplica, como la tierra reseca, debe suspirar por su gracia.
Fray Marco Antonio Foschiatti OP