“Vino la Palabra del Señor en el desierto… ¡preparadle un camino!”

En el Adviento resuena constantemente esta invitación de la Palabra de Dios ante el Señor Jesús que viene: ¡preparadle un camino! Los caminos del propio corazón, los caminos de nuestra historia, toda nuestra persona debe ser ese camino por donde pueda venir el Salvador. Jesús se nos presenta siempre como Aquel que viene. El tiempo del Adviento quiere introducirnos más y más en este Nombre propio de Dios, “El que viene”:

“El verbo venir se presenta como un verbo teológico, incluso teologal, porque dice algo que atañe a la naturaleza misma de Dios. Por tanto, anunciar que Dios viene significa anunciar simplemente a Dios mismo, a través de uno de sus rasgos esenciales y característicos: es el Dios que viene” .

Jesucristo es Aquel que ha venido hacia nosotros. Este es el fundamento de nuestra fe, la raíz de nuestro estar salvados en la esperanza. Es el Emmanuel que ha puesto su tienda en medio de nosotros. Ha puesto su Morada en nosotros, en nuestra pobre humanidad desposándola consigo para siempre en alianza eterna. Dándonos todo lo Suyo y recibiendo en Sí todo lo nuestro: ¡O admirabile comercium!

Pero también es Aquel que vendrá, en El todas las cosas alcanzarán su plenitud. Los gemidos de la espera de la creación se convertirán en ese “Día del Señor”, en un Aleluya sin fin, en el canto perenne del Amor. El maravilloso canto del libro de Baruc, anunciando el retorno a la Santa Sión, a la Nueva Jerusalén, a la Ciudad que Dios nos prepara, que baja y viene de El , se convierte en la respuesta a nuestros gemidos y lágrimas, es el “Sí” de la fidelidad de Dios a sus promesas. Es el Dios fiel cuyo Amor para nosotros es indefectible, no fracasa, porque eternamente ha hecho Alianza con nosotros. En su Hijo que se ha manifestado y ha venido a nuestra carne, a nuestro mundo, cambiando nuestras lágrimas en un canto, en el canto de los salmos graduales, que expresan la alegría del camino hacia el Señor, la alegría del Señor que transforma los dolores de su creación en gavillas fecundas, en el nuevo Jardín de Dios irrigado por los canales de su gracia:

“Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares …”

El mundo entero espera y gime. Nuestra plegaria tiene que saber expresar y leer las lágrimas de toda criatura para ofrendarlas al “Viniente”, debe estar dirigida hacia el cumplimiento de su Obra fiel y amorosa en nosotros. Aquel “Veni, Domine Iesu”, que cantamos y anhelamos en cada Eucaristía, debe abarcar y sintetizar todas nuestras esperas, todos los quebrantos físicos y morales de nuestra oscura humanidad, siendo serenamente conscientes de que toda nuestra vida y todo lo bueno y verdadero que nos circunda vive y tiende hacia esa “Feliz Esperanza” de Jesús. La Esperanza anhela la Presencia, el deseo tiende y vive por acercarse a la Presencia, que es unión y posesión con el Amado.

Fray Marco Antonio Foschiatti OP

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