Una Provincia buscada

Al principio….

La Provincia Dominicana de San Agustín de Argentina y Chile, celebra este año sus 300 años de vida. Como toda fecha importante para una familia, una comunidad, este hito permite mirar para atrás y recordar los orígenes, los protagonistas y su andar a lo largo del tiempo.

La línea de tiempo se inicia en 1586 cuando la Orden de Santo Domingo, ya instalada en el Virreinato del Perú, decidió dividir su dilatada Provincia de San Juan Bautista del Perú, y organizó la Provincia de San Lorenzo Mártir de Chile con capital en Santiago de Chile. Desde sus inicios esta nueva demarcación presentó problemas de extensión, pues su jurisdicción llegaba, cordillera andina mediante, hasta los lejanos territorios del Tucumán, Río de la Plata y Paraguay.

El área trasandina era considerada de hecho como sinónimo de fracaso poblacional, por la poca estabilidad que habían tenido las fundaciones de distintas ciudades, incluso la de Buenos Aires, que para ese entonces, tímidamente volvía a erigirse.

Sin embargo, dos hechos simultáneos, como el terremoto en Chile de 1595 y la guerra de Arauco, reorientaron la mirada de la Orden hacia las planicies rioplatenses como posibilidad de expansión. 

El comienzo del nuevo siglo XVII trajo una ola fundacional de casas dominicanas en Córdoba (1600), Buenos Aires (1601), Santa Fe (1603), Santiago del Estero (1614), La Rioja (1620) y Asunción del Paraguay (1621), que cubrieron toda la zona de Córdoba del Tucumán y el Río de la Plata.  Las reales cédulas que otorgaron pequeños subsidios a los nacientes conventos, las peticiones al Rey y a las autoridades locales, y la reorganización económica del espacio imperial con el crecimiento del eje comercial Alto Peruano: Potosí-Buenos Aires, terminó por asegurar el área, incorporando nuevos postulantes criollos a los Predicadores, y configurando en definitiva, un nuevo mapa religioso dominico puesto que la mayor parte de los conventos quedaron al este de la cordillera.

No obstante, este desarrollo cisandino, la sede de Santiago de Chile siguió teniendo primacía por tener noviciado y estudios superiores al que debían concurrir para formarse los de un lado y otro de la cordillera, siempre atendiendo al hecho de que los desplazamientos este-oeste se hacían, al igual que los capítulos provinciales, durante los meses de verano (enero/febrero) para asegurarse el cruce, bloqueado por la nieve y el hielo, por lo menos durante seis meses al año.

Este hecho no menor, dificultaba toda comunicación y gestión tanto de los provinciales que terminaban por enviar visitadores, que los sustituían en sus funciones, como de los priores conventuales que debían esperar su llegada.

El panorama de distancias imposibles entre los extremos de una misma provincia religiosa generó en los conventos dominicos ubicados al este de los Andes una silenciosa resistencia por tener que lidiar con los escasos recursos humanos y materiales que llegaban de Chile y/o que eran retenidos o trasladados allí.

Fue Hernando Mejía (OP)[1], el primer dominico que tomó nota de este malestar y trató de darle una solución. Estando en Chile en 1612 para el Capítulo Provincial, en calidad de Vicario del Tucumán y Río de la Plata, fue nombrado Procurador General y Definidor para representar a la Provincia de San Lorenzo Mártir en el Capítulo General de la Orden.

Por las nieves cordilleranas su regreso a Buenos Aires se vio demorado, y recién pudo llegar a Madrid en 1613. Allí Fray Mejía, ante Felipe III, cumplió con el cometido de la Orden y realizó gestiones tendientes a obtener la autorización real para sumar treinta religiosos más a la provincia. Un análisis de sus acciones nos permite pensar que su proyecto personal era lograr que todos estos frailes permanecieran en los conventos de la parte oriental para de esta manera, aumentar su representatividad en los capítulos provinciales, alcanzar mayores recursos materiales y corregir las irregularidades que se daban. De concretarse la idea, Mejía consideraba que el peso propio que tendría el este andino quebraría la vasta provincia chilena y obligaría a su separación.

El fraile contaba con el aval de sendas cartas de recomendación del Cabildo Eclesiástico de Santiago del Estero, del gobernador del Río de la Plata Hernandarias de Saavedra y de los cabildos seculares de Córdoba y Santa Fe. En todas las misivas se repetían las expresiones de larga provincia, cordillera de por medio, cuatrocientas leguas por andar, grandes gastos por dilación, lenta comunicación, y sobre todo se comparaba con la situación de las religiones de San Francisco, de la Merced y Compañía de Jesús que ya contaban con provinciales en este lado de la cordillera, lo que facilitaba los estudios de formación y el gobierno de sus demarcaciones, afianzando su presencia e influencia en la captación de almas, donaciones y últimas voluntades.

Mejía sólo logró reclutar doce frailes, menos de la mitad de lo pedido. Cuando llegó a Buenos Aires en 1614, el Provincial le ordenó llevar a la mitad de ellos a Chile, y al resto dejar uno en la ciudad, dos trasladarlos a Córdoba, y tres enviarlos en Santiago del Estero. Con esta decisión sus deseos se desvanecieron inmediatamente puesto que, a los magros resultados de su misión europea, se le sumó el cumplimiento de lo dispuesto por sus superiores desde Chile.

Con su muerte ocurrida en 1616 se cerró el primer intento de generar una nueva jurisdicción dominica, y la dependencia de santiaguina continuó.

Antes de terminar la centuria, se retomó la idea de buscar una nueva provincia y acabar con la división administrativa de San Lorenzo Mártir, que en un siglo de existencia había presentado sólo trastornos y escollos.

Para fines del siglo XVII, la situación regional había cambiado con la vigencia de la Gobernación de Buenos Aires y el Obispado del Río de la Plata, dos jurisdicciones que consolidaban el eje bonaerense, y había en el territorio seis conventos dominicos adelantados, con un noviciado y un Estudio General en Córdoba, todo lo cual alentaba nuevos aires de separación.

El renovado plan se puso en marcha de la mano de Fernando de Riveros[2], un fraile de origen criollo, formado en Chile, con residencia en el convento de Buenos Aires, que, bajo el amparo del obispo de Tucumán Manuel Mercadillo, también dominico, alentó la segregación en 1699. Reunió, en sigilo, y sin el conocimiento de las autoridades chilenas de la provincia, toda la documentación local necesaria para pedir la separación en los despachos de Madrid y Roma.

A diferencia de su predecesor Mejía, Riveros no viajó a Europa, sino que, junto con los frailes porteños, buscó por fuera de la Orden quien viajara y los representara. La elección recayó en Ignacio Frías, un religioso jesuita, al que se le encargó llevar los papeles e iniciar las gestiones en nombre de los frailes liderados por Riveros.

En Roma la misión de Frías fue exitosa hasta que enterados en Chile de las tratativas, el Provincial de los Predicadores envió a fray Nicolás Montoya para desbaratar el plan, lo que ocurrió con cierta rapidez puesto que pudo hacerse del expediente de los separatistas, gracias a la amistad que lo unía con el gestor Frías, y archivó todo el sumario en la curia general de la Orden dominicana en Roma. Veinte años más tarde serían rescatados y puestos en valor.

 

Itinerancia persistente…

El 2 de marzo de 1713 fue ordenado sacerdote en Santiago de Chile, fray Domingo Neyra, un religioso dominico porteño, hijo de un soldado del Presidio, que había estudiado en Córdoba y Chile. Por sus dotes académicas se convirtió en maestro lector del noviciado porteño[3], y en el hacedor de la demorada división de la provincia de San Lorenzo Mártir.

El disparador del tercer y último proyecto segregacionista, fue el traslado perentorio a Córdoba en 1722, del prior del convento porteño, Fray Gerardo de León, sindicado desde Chile como el mentor de las ideas separatistas.

En la capital mediterránea, León tomó contacto con otros religiosos también observados por sus mismas ideas, como Domingo Pizarro, Juan Garay y Domingo Neyra. Para evitar nuevas conjuraciones, el Provincial José de Carvajal dividió al grupo y envió a aquel último a Buenos Aires. Llegado a esta ciudad, Neyra armó su plan a partir de las dos experiencias anteriores, encargándole la logística a su padre que había sido un experimentado soldado del fuerte porteño.

El proyecto era saltar la cadena de mandos, permisos y votos para llegar a la casa madre de la Orden de Predicadores en Roma, a fin de conseguir, en primer lugar, la patente de procurador para representar en toda forma a la provincia dominica de Buenos Aires, Tucumán y Paraguay, independiente de la de Chile. De allí pasar a Madrid para alcanzar el aval de Felipe V y del Consejo de Indias, volver a Roma y lograr la anuencia final de Inocencio XIII para la nueva demarcación de los predicadores.

El 15 de mayo de 1722 por la noche, el fraile Neyra abandonó el convento dominico y se refugió en la Recoleta franciscana hasta la madrugada del 20 de mayo cuando se embarcó rumbó a la actual ciudad de Carmelo, donde asistido por un amigo de su padre, el hacendado Pedro de León, pudo pasar a Colonia de Sacramento. En esta ciudad fue recibido por el gobernador Pedro de Vasconcellos y alojado por Cristóbal Pereyra, un caballero portugués.

Mientras Domingo esperaba poder embarcar para Europa, en Buenos Aires, su huida del claustro y de la ciudad, provocó que las autoridades le enviaran sendas cartas para tratar que desistiera de sus intenciones, pero Fray Neyra le escribió a su Prior y al Provincial fundamentando su decisión y empeño de continuar con su objetivo.

La travesía tuvo todo tipo de contratiempos meteorológicos hasta llegar a Lisboa, a donde arribó en marzo de 1723. En la capital portuguesa Neyra, gracias al amparo de la comunidad local de predicadores, se relacionó con la corte del rey Juan V, logrando obtener cartas de recomendación para los cardenales lusitanos residentes en Roma, para el embajador del reino en la misma capital y un pasaporte del rey para poder circular por sus dominios.

Fray Domingo Neyra recibiendo la bula de erección canónica de la nueva Provincia de manos del Papa Benedicto XIII. (Óleo sobre tela, Convento Santo Domingo de Buenos Aires).

Llegado al puerto de Cádiz en mayo de ese año contó con el favor de Don Miguel Martínez de Zubrigui quien lo condujo al convento dominico donde no sólo se hospedó, sino que logró nuevas cartas de recomendación para su viaje a Roma, así como su financiamiento. Sin embargo, un decreto real llegado a la intendencia de la marina de Cádiz le ordenó dirigirse a Madrid para dar cuenta de las razones de su viaje en una flota portuguesa, y presentarse luego ante el Consejo de Indias.

Con la protección de Zubrigui desoyó la disposición regia, y pudo embarcarse a Roma, donde fue recibido por el Maestro General de la Orden, Fray Agustín Pipía, quien luego de revisar y considerar la documentación que le presentaba el fraile porteño, le otorgó la licencia de procurador.

En el interín de estos trámites, desde Chile la Provincia había enviado a Europa, para interceptar la misión de Neyra, a un experimentado apoderado, el jesuita Ignacio Alemán, quien anduvo tras los pasos del dominico sin lograr su cometido

De regreso a España, fray Domingo comenzó otro periplo: el de aclarar su llegada al reino, explicar su cometido, y lograr el pase nuevamente a Roma para concluir con su plan. Necesitó para ello instalarse en la corte del Escorial; contactarse con el paje de bolsa del  Marqués de Grimaldo, explicar a éste la situación y mostrarle la documentación pertinente; conversar con el confesor del rey, el Padre Gabriel Bermúdez (SJ); y visitar al Consejo de Indias, toda una agenda de cabildeos y trámites que concluyeron con una real cédula del 5 de noviembre de 1723 que lo autorizaba a viajar a Roma para solicitar al General de la Orden de Predicadores la división de la provincia chilena y al Papa la bendición final.

Para enero de 1724 el Maestro de la Orden dio el visto bueno a la separación y el pase a la Secretaría de Regulares del Papa para su despacho. En este punto las fuentes destacan que jugó a favor de Neyra, no sólo toda la documentación presentada con avales personales e institucionales, sino también su personalidad cauta y decidida.

La muerte del papa Inocencio XIII demoró el expediente hasta mayo, cuando asumió el nuevo pontífice Benedicto XIII, que al ser miembro de la Orden de Predicadores aceleró los tiempos y la toma de decisiones. Luego de varias entrevistas personales con Neyra, el 14 de julio el Papa selló el memorial y comisionó al Maestro General de los dominicos para ejecutar la división y erección de la nueva Provincia, bajo la advocación de San Agustín, y a nombrar a su primer provincial, cargo que recayó en Fray Gerardo de León.

Sin embargo, para cerrar el proceso faltaba la cédula del rey de España aprobando la creación. El regreso a Madrid puso a fray Neyra ante nuevas trabas.

Un veterano agente cortesano, Francisco Seco, de la orden franciscana, había sido contratado por el jesuita Alemán para concluir el trabajo que él no había podido hacer en tiempo y forma y que ahora se debía impedir sin dilación alguna: que el Rey y el Consejo de Indias reconocieran la nueva demarcación dominica.

Un encuentro casual y una conversación reveladora entre Neyra y Seco en los pasillos del Consejo desarticuló el plan de Alemán, y el 20 de noviembre de 1724 Felipe V firmó la real cédula por la que se declaraba creada la nueva Provincia dominicana de San Agustín de Buenos Aires, Tucumán y Paraguay, separada de la de Chile, y se ordenaba su comunicación a virreyes y audiencias para poner en funciones al nuevo Provincial. La misión de fray Domingo Neyra estaba cumplida.

Las buenas noticias llegaron al flamante Provincial, Gerardo de León, recién en agosto de 1725. En octubre, para reforzar la disposición del dictamen real, fueron comunicadas por carta al Cabildo porteño, designándose a Buenos Aires como cabeza de la nueva provincia. Para la navidad de ese año se reunió el primer Capítulo y se redactó la carta orgánica de la nueva jurisdicción dominica que puso en marcha la Provincia de San Agustín.

Fray Neyra regresó recién al claustro porteño en abril de 1729, siete años más tarde del comienzo de su empresa. La misión estaba cumplida y la Provincia Dominicana al este de la cordillera era ya una realidad.

Lic. Gabriela Quiroga

____________________

[1] Fray Hernando de Mejía, nació en Santiago del Estero en 1570. Hijo del capitán Hernán Mejía Miraval y de Isabel de Salazar, estudió en los conventos dominicos de Lima y Santiago de Chile. Estaba emparentado con conquistadores, militares y funcionarios españoles. Su padre fue apoderado ante la corte española del gobernador Ramírez de Velasco, y de las ciudades de Santiago del Estero, San Miguel de Tucumán y Córdoba. Falleció en Madrid en 1616.

[2] Fray Fernando de Riveros, fue también conocido como Hernando de Ribero. Las fuentes no indican su lugar de nacimiento, aunque presumiblemente era porteño. Se sabe que estudió en Santiago de Chile en 1658, donde luego fue profesor de filosofía. Fue trasladado a Buenos Aires en 1684 y luego a Córdoba en 1690. Falleció en Buenos Aires en 1698.

[3] Domingo Neyra y Machado nació en Buenos Aires en 1690; era hijo del sargento Nicolás de Neyra y de Juana de Almeyda y Machado. Tomó el habito dominicano en su ciudad natal y luego en Córdoba estudió filosofía, y en Santiago de Chile estudió teología y se ordenó sacerdote en 1713. Falleció en Buenos Aries en 1757.

 

Bibliografía:

Carrasco, Jacinto, OP (1924). Ensayo sobre la Orden dominica argentina. Contribución a la historia general del país, I, Actas capitulares (1724-1824). Imprenta Coni.

González, Rubén (OP) (2003).  Historia de la provincia dominicana argentina. I Antecedentes. Siglos XVI-XVII. UNSTA.

González, Rubén (OP) (1998). Historia de la Provincia Dominicana de Argentina. Archivo Dominicano.

Gutiérrez, Juan María (1864). El Padre Fray Domingo Neyra. En Revista de Buenos Aires. Historia Americana, Literatura y Derecho. (Tomo V, pp. 545-611). Imprenta de Mayo.

Millé, Andrés (1964).  Itinerario de la Orden dominicana en la conquista del Perú, Chile y el Tucumán y su convento del antiguo Buenos Aires. 1216-1807. Emecé. 

Quiroga, Gabriela (2013). “Señor te seguiré…”. La movilidad de los frailes dominicos en el siglo XVIII rioplatense. En S. Frías (Dir.), Vecinos y pasantes. La movilidad en la Colonia (pp. 19-40). Academia Nacional de la Historia.

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