Johann_christian_brand-parable_of_the_workers_in_the_vineyard

Un denario de vida eterna

20 de septiembre de 2020
Is 55, 6-9 | Sal 144, 2-3.8-9.17-18 | Flp 1, 20c-24.27a

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según Mateo 20, 1-16a

Querido Hermano:

En el Evangelio Jesús nos narra una de sus parábolas más difíciles y a la que se dedicaron demasiadas páginas y libros, me refiero a la parábola de los obreros de la viña. Primeramente, un propietario sale en búsqueda de jornaleros para trabajar en su viña y lo hace en cuatro momentos distintos del día. Luego, al finalizar la jornada de trabajo, da a todos el mismo pago (un denario) empezando por los últimos obreros. Finalmente, la acción del propietario de la viña aviva la protesta –con razón aparente- por parte de los obreros que trabajaron la jornada completa y el dueño de la vid reprende rigurosamente a uno de estos.

Es manifiesto que aquel denario –el pago de la jornada de trabajo por parte del patrón-Dios- representa la Vida Eterna, el gran don que Dios tiene reservado para toda la humanidad. Más aún, ciertamente aquellos considerados como los “últimos”, si aceptan este denario de vida eterna, se convierten en los “primeros”. Mientras que, los llamados “primeros” estos que ponen el grito en el cielo reclamando “justicia”, corren el riesgo de acabar siendo los “últimos”. El patrón da un discurso con el que justifica su modo de obrar, discurso que sonó a sus contemporáneos bastante extraño. Ayer, hoy y mientras continúe nuestra historia aquí en la tierra esta acción del dueño de la vid a más de uno le sonó, le suena y le sonará algo arbitraria.

¿Es que Dios comete injustica dando a todos un denario de vida eterna por igual? Unos son fieles de la primera hora, otros de la última hora y sin embargo el pago es el mismo. Y esto hace que a más de uno en esta vida se le pase por la cabeza que Dios hace injusticias. ¡Pero no! Dios es el Justo en él la injusticia no tiene lugar. Este obrar de Dios, a nosotros extraño, manifiesta verdaderamente su Justicia divina que es – ¡gracias a Dios! – totalmente distinta y superadora de la justicia humana.

El apóstol Mateo nos narra esta parábola y él vivió personalmente la experiencia de la Justicia Divina. Efectivamente, antes del llamado de Jesús, Mateo ejercía el oficio de publicano y, por ello, se lo consideraba un pecador público, excluido de la “viña del Señor”. Sin embargo, todo cambia cuando Jesús pasa junto a la mesa recaudadora de impuestos, lo mira y le dice: “Sígueme”. Inmediatamente Mateo se levantó y lo siguió. De publicano pasó a ser discípulo de Cristo. De estar en la plaza del mercado a trabajar en la viña del Señor. De ser uno de los “últimos” fue convertido en uno de los “primeros”, gracias a la justicia de Dios. “Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos”, nos dice el Señor por boca del profeta Isaías (Is 55, 8).

Dios, además de ser Justo, es absolutamente dueño y señor en la distribución de sus dones. Aunque en realidad esta afirmación más de una vez nos confronta y como obreros del alba reclamamos a Dios la injusticia. ¿Por qué el justo sufre muchos males y al impío lo rodean bienes? ¿Por qué permites con tu Providencia que la inocencia gima con las cadenas del opresor injusto mientras él se goza en su triunfo? Y más que un incisivo ¿por qué…? que brota del reclamo de la altanería de aquel que se cree justo, el inocente –el verdadero justo- dirige a Dios un ¿para qué…? o un ¿Cómo será posible…? ¿Para qué este sufrimiento Señor? ¿Cómo será posible vivir la santidad en medio de la tribulación?

Finalmente, una tercera afirmación se desprende del discurso del dueño de la vid. Dios reparte igualmente a todos los bienes en esta vida: «hace salir el sol sobre los buenos y los malos» (Lc 13: 23-24). A modo de cierta indiferencia, una santa indiferencia. En cuanto a los bienes terrenos Dios hubiera podido distribuirlos de tres maneras: primero, dar bienes a los buenos y males a los malos; segundo, al revés, males a los buenos y bienes a los malos; tercero, de un modo más o menos igual o indiferentemente respecto a la bondad o maldad de los receptores. Ésta última forma de distribución es la mejor manera, en realidad es la única. Porque la primera forma no sería posible ya que los buenos no serían verdaderamente buenos sino simples egoístas que sirven a Dios en provecho propio, sirviéndose en realidad a sí mismos. Del segundo modo, la virtud del justo sería imposible e insoportable. Por último, el tercer modo es lo más sabio: los bienes terrenos son poco o nada cara a la eternidad, y Dios mira la eternidad.

Querido hermano, de un modo u otro y en distintos momentos de la vida siempre seremos convocados por el patrón-Dios a trabajar en su vid para poder obtener -al final de la jornada- el tan preciado denario de vida eterna. Así como san Pablo que experimentó la alegría del llamado a trabajar en la viña del Señor. Siendo del linaje de los “primeros” pasó a ser de los “últimos” y por esas cosas de la Justicia Divina terminó siendo uno de los “primeros”. Como él mismo confiesa, fue la gracia de Dios la que actuó en él, de perseguidor de la Iglesia pasó a ser el Apóstol de los gentiles, hasta llegar a decir: “Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia” (Flp 1, 21). Y añade: “Pero si la vida en este cuerpo me permite seguir trabajando fructuosamente, ya no sé qué elegir” (Flp 1, 22). San Pablo nos enseña que trabajar para el Señor en su vid ya es una recompensa en esta tierra, recompensa que mira el final de la jornada: el momento del pago, la eternidad.

Que María Santísima, sarmiento perfecto de la viña del Señor, de quien brotó el fruto bendito del amor divino, el sol de toda Justicia, Jesucristo nuestro Señor, nos ayude a responder siempre y gozosamente la llamada del Señor. Que obtengamos así por su intercesión una felicidad auténtica en el poder trabajar por el Reino de los Cielos.

Fray Francisco M. Giuffrida OP
Mendoza, Argentina

Imagen: Artista: Johann Christian Brand | Fecha:1769 | Museo: Academy of Fine Arts Vienna (Vienna, Austria) 

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