2 de agosto de 2020
Is 55, 1-3 | Sal 144, 8-9. 15-18 | Rm 8, 35. 37-39
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según Mateo 14, 13-21
Queridos hermanos y amigos lectores:
Tenemos como siempre de parte Dios unas preciosas lecturas para este domingo, día del Señor. Basta tener un oído atento y con fe, para descubrir al menos en parte las maravillas que Dios nos habla.
En la primera lectura (Isaías 55, 1-3), en sólo tres versículos verdaderamente proféticos, descubrimos una fuerte invitación a la nueva alianza, la que nosotros gozamos en Cristo, pero que ellos la gozaban en la esperanza cierta que no los defraudó, al contrario les envió y cumplió muchísimo más de lo que ellos siquiera pudieron haber imaginado. A los sedientos, es decir a todos los de cualquier modo insatisfechos, inseguros, disgustados, apesadumbrados, desalentados, deprimidos, preocupados… todos serán saciados en abundancia. Los que queréis comprar pero no tenéis dinero para ello, tampoco os hagáis problemas porque se les dará de balde, es decir gratuitamente, cuánto queráis. Lo único que tenéis que hacer es escucharme y acudir a mí que soy vuestro Dios y vuestra vida prosperará.
En el Salmo responsorial 145 (144), 8-9.15-16.17-18, es una entusiasta alabanza a Dios por su compasión y bondad para los diversos tipos de personas, en definitiva con todos. Precisamente lo alaba porque Dios da la comida a su tiempo a todos los que esperan en él. Trae una imagen muy plástica: Dios abre su mano y todos los vivientes quedan colmados. Reafirma que Dios está siempre muy cerca de los que lo invocan o sea de los que que claman a Él. ¡Cuánta confianza nos infunde la misma palabra divina para acercarnos a Dios en todas las circunstancias por las cuales podemos estar pasando!
En la segunda lectura, del apóstol San Pablo a los Romanos (8, 35.37-39), se nos enseña cómo las peores tribulaciones y sufrimientos, ninguno será capaz de apartarnos del máximo bien que es el amor de Jesús. Es más, nos previene que no sólo no lo conseguirán sino que por el contrario, todas estas tribulaciones lo único que lograrán es unirnos más al amor de Cristo.
En la perícopa evangélica para este domingo, Mateo 14, 13-21, se nos relata la multiplicación de los panes y los peces. Evidentemente este relato nos prepara para la institución de la Eucaristía, que es la multiplicación del Pan vivo bajado del cielo (el pez representa a Cristo), que será el verdadero alimento de toda la humanidad y que por más que se coma siempre sobrará y copiosamente, ya que su saciedad no es meramente material ni solamente humana, sino celestial y divina. La Eucaristía sacia toda el hambre de la humanidad y de todos los hombres y culturas y de modo pleno y acabado. Quien bien comulga y recibe a este Pan vivo que es Jesús, queda siempre satisfecho plenamente y si no lo queda es porque falta fe o lo recibe menguadamente, siendo un alimento supersubstancial y reconstituyente. De hecho algunos santos al menos por un tiempo, no sólo vivían de la Eucaristía solamente, sino que toda otra comida que no fuera la Eucaristía les producía una profunda repugnancia y no la podían ingerir, por ejemplo, más cercano a nosotros, Santa Catalina de Siena, pero son muchos los santos y santa de los cuales se relata éste fenómeno. Es que es como en la patria celestial donde comulgaremos el pan de los santos ángeles y si a alguien resucitado con cuerpo glorioso, se le diera alimento material corruptible como el que comemos nosotros en la tierra, no sólo que no lo desearía sino que sería un hastío insufrible a su gusto y querer.
No dejemos de lado el contexto en el cual se realiza esta multiplicación súper milagrosa de los panes y peces: en la compasión de Jesús que los ama a todos, les enseña largamente como muestra de una gran caridad (enseñar, educar, formar) y los cura a todos los que quieren o sea, a todos los que estaban enfermos sin desechar a ninguno. Como muestra de lo máximo es la multiplicación de ese pan tan saciativo que todos comen hasta quedar completamente satisfechos y siempre sobrando mucho.
Esto muestra la generosidad de nuestro Dios providente, que si no fuese por el acaparamiento injusto e inútil de algunos pocos, la comida siempre debería sobrar para alimentar a toda la humanidad por más que sean muy numerosos. Las estructuras injustas y egoístas y la desidia perezosa de muchos y la falta de inteligente distribución y el poco estudio de los medios para esa justa distribución, es lo que hace que en el mundo haya todavía tanta hambre y miseria, no querida por Dios, todo lo contrario de su parte. Sin despilfarro y con inteligente y estudiada repartición no debería faltar el pan y todo lo demás necesario, para que toda la humanidad esté completamente bien satisfecha. Por eso es tan importante que comulguemos el pan vivo bajado del Cielo, la Eucaristía que nos da Jesús, la que nos hace justos y libres, buenos hijos de Dios y hermanos llenos de caridad para con todos los demás seres humanos, cercanos o lejanos.
Señor Jesús, danos siempre ese pan vivo para que ya no tengamos hambre y podamos alimentarnos de ti perpetuamente cuando comulguemos el mismo pan que comen eternamente tus santos ángeles y santos en el cielo bendito.
Fray Diego José Correa OP
Mendoza, Argentina