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Somos monedas de Dios

18 de octubre de 2020
Is 45, 1.4-6 | Sal 95, 1.3.4-5.7-8.9-10a.10c | 1 Tes 1, 1-5b

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según Mateo 22, 15-21

Queridos hermanos en Cristo Jesús:

La celebración litúrgica hace manifiesta la Presencia de Dios entre nosotros, somos –al igual que Moisés- invitados a quitarnos el calzado porque allí donde está Dios es tierra santa. Los textos sagrados que proclamamos este domingo nos refieren a la Presencia de Dios en nuestra historia, el Verbo se ha encarnado en el tiempo y la historia ha sido santificada por la presencia en ella del Santo de los santos.

El Señor de la historia lo gobierna todo con su omnisciencia, omnipotencia y misericordia, todo está bajo su dominio. La primera lectura, tomada del libro de Isaías, nos anuncia que Dios es uno, y que no hay otros dioses fuera del Señor. Aquel poderoso Ciro, emperador de los persas, forma parte de un plan mayor, del cual sólo Dios tiene conocimiento y verdaderamente es Dios quien lo lleva adelante.

En esto, se nos ofrece así el sentido teológico de la historia: los cambios de épocas, los hitos históricos, el avance y retroceso de las naciones, el acontecer y acaecer de las grandes potencias, todos ellos están bajo el dominio supremo de Dios. Y -aunque quisieran- ningún poder terreno podría ponerse en su lugar. Es Dios quien preside la historia. Dueño y Señor del tiempo que nos regala. Realidad a la que todo cristiano está llamado a vivir desde la fe y predicar a un mundo que se ha cerrado a la Presencia de Dios y que de un modo u otro la rechaza.

El Evangelio hace más claro todo esto. En él se contiene la célebre y conocida respuesta de Jesús: «Dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios». Pero antes de detenernos en la respuesta prestemos atención a la pregunta. Los interlocutores de Jesús —discípulos de los fariseos y herodianos— le plantean un problema deshonesto ya que esperaban de Jesús una respuesta “anti romana” para poder así acusarlo. En consecuencia, se dirigen a Jesús con palabras aduladoras, diciendo: “Sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, (…)”. Justamente esta afirmación, aunque brote de la hipocresía, es una expresión bella y verdadera: Jesús, efectivamente, es sincero y enseña el camino de Dios según la verdad y por ello no depende de nadie. Él mismo es el camino de Dios, al que cada uno de nosotros está llamado a recorrer.

Dice el Evangelio que los discípulos de los fariseos y herodianos se asombraron de la respuesta, porque por un lado Jesús responde con un sorprendente realismo político, vinculado al teocentrismo de la tradición profética y por el otro establece un nuevo principio en el mundo. Ambos aspectos tratan acerca de una misma realidad.

El tributo al César se ha de pagar, porque la imagen de la moneda es suya; pero el hombre, todo hombre, es también como una moneda que lleva en sí mismo otra imagen, la de Dios y, por consiguiente, a Dios, y sólo a Dios, es que debe el hombre el tributo de su existencia. Un autor anónimo escribe: “La imagen de Dios no está impresa en el oro, sino en el género humano. La moneda del César es oro, la de Dios es la humanidad… Por tanto, da tu riqueza material al César, pero reserva a Dios la inocencia única de tu conciencia, donde se contempla a Dios… El César, en efecto, ha impreso su imagen en cada moneda, pero Dios ha escogido al hombre, que él ha creado, para reflejar su gloria”.

La respuesta de Jesús establece un nuevo principio, desde que fue pronunciada hasta nuestros días existe en el mundo una división de dos ámbitos de influencia y gobierno: el espiritual, que corresponde a la Iglesia y el temporal, que corresponde al Estado. En teoría, esa división es sumamente simple; pero su aplicación es y ha sido por demás dificultosa. Así en toda la historia de la Iglesia existe una tensión entre estos los poderes: tanto el espiritual como el temporal. Y me arriesgo a decir que si esa “tensión” no existe significa –en la mayoría de los casos- que uno de los dos poderes ha sometido o arrastrado al otro.

Hoy en día el poder estatal se ha hecho tan fuerte y centralizador que se hace cada vez más difícil sostener ambos ámbitos separados y en su “justa tensión”. Somos hoy más que nunca testigos del avance del Estado sobre el ámbito de lo que es de Dios, en los derechos de las familias, de los hijos y de la Iglesia. El Estado va asumiendo cada vez más roles de padre, madre, marido, esposa, benefactor, docente, médico, historiador, “filósofo”, “teólogo” y ¡hasta hace de maestro de ceremonias! En fin, el Estado deja de lado su oficio propio –que es hacer política – por asumir un sinfín de actividades –que aparte de hacerlas mal- no son propias de su naturaleza ni de su ámbito de acción.

Queridos hermanos en Cristo Jesús, la palabra de Jesús es demasiado rica en su contenido antropológico, pero no se la puede reducir al ámbito político. Por ello es que la Iglesia, no se limita a recordar a los hombres la justa distinción entre el ámbito de autoridad del Estado y el ámbito de autoridad de Dios, es decir, lo político y lo religioso. La misión de toda la Iglesia, como también lo es la misión de Cristo, es esencialmente hablar de Dios, hacer memoria activa de su soberanía sobre toda la creación, de su Presencia en medio de nosotros en cada Eucaristía, de su Presencia en nuestra historia sosteniéndola en su Misericordia. Y así, recordar a todos, especialmente a los cristianos que han perdido su identidad – olvidando la imagen que hay en su ser-, el derecho exclusivo de Dios sobre lo que le pertenece, esto es, toda nuestra vida y nuestro ser.

Fray Francisco M. Giuffrida OP
Mendoza, Argentina

Imagen: Le denier de César | Artista: Gerbrand van den Eeckhout | Fecha: 1673 | Museo: Palais des Beaux-Arts de Lille

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