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Solemnidad de la Santísima Trinidad

7 de junio de 2020
Ex 34, 4b-6. 8-9 | Sal Dn 3, 52-56 | 2Cor 13, 11-13

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 16-18

Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

En verdad, queridos hermanos y amigos, esta es la petición principal de Jesús: que creamos al Hijo de Dios. ¿Qué debemos creer? Obvio: que Jesús es Dios como su Padre eterno. ¿Acaso no somos todos hijos de Dios? Ciertamente que todos somos hijos de Dios por creación. ¿Cuál entonces es la diferencia entre Jesús y nosotros, si todos somos hijos de Dios y Jesús también lo es? Hay una gran diferencia: nosotros, todos los seres humanos somos hijos de Dios por creación, en cambio Jesús es de la misma naturaleza que Dios, o sea, es también de la esencia divina, o sea que en cuanto a su naturaleza es igual, la misma de Dios. ¿Entonces en qué se distingue de su Padre Dios? En que Jesús es otra persona distinta del Padre. ¿Entonces existen dos dioses? ¡Eso es ridículo! Sí, por cierto es ridículo expresado de ese modo, Dios es absolutamente uno sólo, no dos o tres dioses. ¿Entonces cómo Jesús pide ser aceptado como otro Dios? Jesús no pide ser aceptado como “otro Dios”, jamás ha dicho eso, todo lo contrario, ha dicho “que él y su Padre somos uno”. Entonces ya no entiendo nada. De eso se trata precisamente, no de entender sino de creer. Es un misterio absoluto. Dios es un solo y único Dios. Pero en Dios-uno hay tres personas distintas. El Padre, que es Dios, el Hijo, que también es Dios como el Padre y el Espíritu Santo que también es Dios como el Padre y el Hijo. ¡Es incomprensible esto! Sin duda que lo es, pero no por ser irracional, sino por ser colosalmente más elevado y grande que nuestra poderosa inteligencia humana. Los seres humanos somos los únicos seres inteligentes. Ningún animal lo es, por más que nosotros podamos constatar muchas cosas que nos admiran en el comportamiento animal por su destreza, sagacidad, habilidad, etc., que son muchas veces admirables y; aún a veces, combinadas con grandes capacidades de amor sensible y de no hacer mal ni al hombre ni a la naturaleza, tanto, que a veces parecen en esto muy superiores a los hombres y las mujeres.

El Salmo 8, tiene una expresión muy audaz y admirable, dice, hablando del ser humano: “apenas inferior a un dios lo hiciste, coronándolo de gloria y esplendor; Señor lo hiciste de las obras de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies” (versículos 6 y 7). O sea, que Dios mismo reconoce la grandeza del hombre, su dignidad y su capacidad de discernimiento. Pero es obvio que respecto de Dios mismo, nuestro ser y nuestra capacidad es minúscula, casi diríamos ínfima. Cosa que la soberbia del hombre no admite y que después del pecado original, ha aumentado paulatinamente y, numerosos seres humanos, no son capaces de concebir ninguna cosa superior a sí mismos. Es más, numerosos hombres del hoy y de siempre, han sido y son incapaces de concebir la existencia de seres puramente espirituales, que no siendo materiales, sí son reales. Como es el caso de los ángeles y de las almas de los seres humanos, realidades maravillosas y extraordinarias, pero totalmente espirituales y que pueden existir y de hecho existen sin cuerpo físico, como es el caso de las almas de personas fallecidas que hasta la resurrección final no recuperarán su propio cuerpo.

En la Santísima Trinidad no solamente admiramos su armonía, su santidad total, su sabiduría inconmensurable, sino sobre todo su amor, y que por eso se ha comunicado con nosotros y se nos ha dado a conocer. Eso ya es de parte de Dios algo tan maravilloso y extraordinario, que deberíamos estar siempre absortos solamente sabiendo esto. Ningún otro ser de la creación visible sabe este misterio, sino sólo el ser humano. ¡Imaginémonos nosotros si por ejemplo los pájaros, algunos que son tan bellos y a veces que cantan tan dulcemente, si ellos pudiesen comprender, no a Dios, sino lo que ellos mismo son! Sin embargo, nada de eso sucede, ni siquiera saben que son creados ni por quién ni qué admirable belleza el creador ha puesto en ellos mismos. Nosotros los seres humanos, que nos sabemos tan grandes y capaces de lo más sublime; -y, por lo mismo también, capaces de lo más ruin y despiadado pensable- , y sin embargo, tenemos la revelación divina que nos comunica no sólo que Dios existe, sino cómo es ese Dios en su esencia íntima. Sabemos que es tres personas distintas y totalmente iguales, y que poseemos numerosas explicaciones estupendas de este misterio en sí mismo insondable, y que para colmo su esencia misma es “amor”.
Entres las tres personas existe un amor eterno e igual, invariable e imperdible. Conocer a Dios y descubrir cómo es Dios por dentro, por decirlo de algún modo, es lo único que puede hacer a todo ser humano plenamente feliz y capaz de obrar el mayor misterio y dignidad de toda persona: amar a ese Dios-Trino. Sin conocer no se puede amar, así es nuestra naturaleza humana, que mientras más conoce más ama, y mientras más ama, más quiere conocer. En Dios este proceso no termina nunca, porque Él es infinito en todo; sin embargo el ser humano reposa en posesión y gozo cuando alcanza este objetivo, temporalmente en esta vida y eternamente después en la futura vida.

Que la divina naturaleza, revelada en el Hijo hecho hombre en el tiempo e hijo de María Virgen, nos dé el inmenso y sublime regalo de conocerlo y amarlo así como es Dios-Trinidad: Dios uno en tres personas distintas y que las tres son amor. Es más, estamos llamados a conocer y disfrutar esta maravilla perpetuamente, si creemos en el Hijo único de Dios manifestado en carne y se llama “Jesús”.

Fray Diego José Correa OP
Mendoza, Argentina

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