Domingo XXI
22 de agosto de 2021
Jo 24, 1-2a.15-17.18b | Sal 33, 2-3.16-17.18-19.20-21.22-23 | Ef 5, 21-33
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Juan 6, 60-69
Este bellísimo y profundísimo discurso del pan de vida que ocupa todo el capítulo 6 de Juan, se vio interrumpido por dos fiestas: la de Santo Domingo y la de la Asunción de la Virgen. Llegamos al final, pero haremos un resumen muy breve de lo que no que leímos.
Al comienzo del capítulo 6 nos cuenta Juan un milagro de Jesús multiplicando panes; hace más panes a partir de pocos panes y más pescados a partir de pocos pescados. Es un milagro evidente porque sobra un poco de comida al final la gente viene a tomarla por la fuerza para hacerlo rey, porque nadie hace tantos milagros así pero él se va.
En la segunda parte de capítulo 6 Jesús anda con sus discípulos, camina sobre las aguas y comienza un discurso diciéndoles ustedes han venido a buscarme a mí, porque les di pan. Todo el capítulo va ir pasando de un milagro de la fe muy material, muy de acá, una especie de mano santa, uno que los alimenta, les da de comer, que sacia sus necesidades físicas; para pasar a otra etapa más sobrenatural al hablar de la vida eterna. Jesús les reprocha un poquito, ustedes me han venido a buscar porque han comido bastante y quedaron pipones, pero búsquenme por otro elemento que no es perecedero, sino que es para la vida eterna.
Más adelante, Jesús comienza el discurso diciendo que Moisés les dio el maná, pero no fue Moisés, fue mi Padre. En cambio, Yo soy el pan de vida, y comienza a repetir una y otra vez, Soy el pan de vida, tienen que alimentarse de mí. Y ahí comienza la gente escuchar con un poco de preocupación porque está repitiendo mucho: tienen que comerme a mí, Yo soy el pan de vida. Se podría pasar al principio de la fe judía, la Palabra es el pan de vida, uno se alimenta de la Palabra metafóricamente, por la fe uno se siente más internamente enriquecido y fortificado por la Palabra; pero no estoy comiendo la Palabra ni menos una persona.
Jesús sigue repitiendo, me entendieron bien: yo no les hablo metafóricamente, sino que realmente verdaderamente tienen que comer, “mi carne es verdadera comida, mi sangre verdadera bebida”; y por tanto tienen que alimentarse. Incluso Juan cambia el verbo griego, el verbo comer que se puede utilizar metafóricamente para comer; como cuando en castellano se dice: “me comí la pelota». En cambio, el verbo que usa después, se usa solamente para el comer, alimentarse, el masticar, hacer con la saliva un bolo alimenticio y tragarlo. Cuando Juan lo pone en el Evangelio, lo pasa al verbo griego para nosotros para decir: ahora estoy hablando de comer en serio, no metafóricamente y eso produce en los discípulos y la gente un escándalo.
Ahora vemos en estos versículos finales la consecuencia de este discurso del versículo 60 al versículo 69. Es el fin de discurso del pan de vida que tuvo ese crecimiento, ahora suena la hora de la decisión. Así como leímos en el primer texto que los que llegaban a la tierra prometida siguiendo Josué como antes habían seguido Moisés, tuvieron que en Siquem hacer una elección. Los que están escuchando a Jesús se sienten ahora entre la espada y la pared, porque esto es duro de escuchar. Muchos de sus discípulos decían al oírle: es duro este lenguaje, quien lo puede escuchar. Era una cosa que los escandalizaba; y por tanto, la respuesta va a ser como toda repuesta posible de un modo o de otro. Desde entonces muchos de sus discípulos su volvieron atrás y ya no andaban con él, lo dejaron. Pedro, en cambio, nombre de los Doce tiene la respuesta positiva, la respuesta de fe y esto pasa en Cafarnaúm.
Juan pone tres veces que esto pasa en Cafarnaúm. En el versículo 17 dice: “subiendo una barca se dirigieron al otro lado del mar, a Cafarnaúm”. En el versículo 24 dice: “cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús”. En el versículo 59: “Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm”. ¿Por qué Juan dice tres veces que fue en Cafarnaúm? Porque el misterio Pascual propiamente hablando, la cruz y la resurrección, que acá se va perfilando enunciando en su discurso capítulo 6, sucedió en Jerusalén. Pero es en Cafarnaúm, en Galilea donde fue anunciado. Se trata de un anuncio de la pasión y acá está el abandono de algunos, la elección resuelta de otros que prefiguran la cruz y Jesús es rechazado por un gran número. No pone exactamente el número, uno puede sospechar que a lo mejor de los 5000 que estaban quedaban solamente 12 entre sus discípulos. No se puede decir que se fueron 4988 y quedaron 12 porque no está escrito así. Pero un número grande se fue y por eso al principio Jesús les reprocha: ustedes me buscan solamente por el pan que han comido, porque quedaron pipones, pero no por otra cosa.
A diferencia de los tres Evangelios sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas; el Evangelio de Juan no nos habla ni de la de la profesión de fe de Pedro en Cesárea, ni de los anuncios de la pasión que ponen los evangelistas tres veces. Pero podemos considerar que acá tenemos el equivalente: el anuncio de la pasión, “el pan que yo les voy a dar es mi carne dada para que el mundo tenga vida”, en el versículo 55: “mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”. Por la profesión de fe de Pedro: “Señor a quien podríamos ir, tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros queremos y sabemos que Tú eres el santo Hijo de Dios”.
Jesús les pone aquí una pregunta, que es una cuestión de confianza: “quieren irse ustedes también…”; es un curioso vocabulario porque algunos se fueron. Pero Pedro responde, como leímos recién, “a quien podemos ir…” La fe no es un equipaje, una mochila, es un camino, un camino sobre el cual hay que dejarse guiar, “nadie puede venir a mí –dice Jesús– si no le es dado por el Padre”. Feliz de tú Pedro, o feliz Pedro también cuando se contenta de recibir este regalo del Padre o regalo de Dios.
Si leemos todo el discurso del capítulo 6 nos sorprendemos de la frecuencia de la palabra dar, entregar; acá y en todo el Evangelio de Juan: el Padre da al Hijo, el Hijo da su vida, nos da su vida entregando su carne y su sangre. Lo que Jesús resume hablando con la Samaritana en el capítulo 4: “Si conocieras el don de Dios”. Y queda el último don, que es el Espíritu, porque solamente él hará que los creyentes entren en el misterio del cual hablaba Pablo a los efesios: “la carne, es decir, el hombre, reducido a su sola fuerza no es capaz de nada.
El anuncio está todavía acá un poquito tapado, velado, es el Espíritu el que los hace vivir. Más tarde, en el discurso de la última cena, esa vigilia de su muerte. Jesús hablará más claramente, más explícitamente de ella. Esto quiere decir que ya la hora de esta última revelación aún no había sonado en Cafarnaúm. El anuncio del don del espíritu debía ser después hecho en Jerusalén: “cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre dará testimonio de mí; entonces ustedes también darán testimonio de mí, porque están conmigo desde el comienzo, dice Juan 15, 26.
Pero Pedro, con esta frase decisiva que se anima a formular ¿está como presintiendo?: “Señor a quien podríamos ir, tú tienes palabras de vida eterna. En cuanto nosotros creemos y sabemos que Tú eres el santo, el Hijo de Dios o el santo de Dios”. Y más tarde, podrá meditar este discurso extraordinario de Jesús en Cafarnaúm, pero hará falta primero vivir la pasión y la resurrección de Cristo. El hijo del hombre, verdaderamente hombre mortal, fue enviado por Dios, el santo de Dios, como dice el versículo 62: “¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?
Viviendo, pues, de la misma vida de Dios la comunica a los hombres; y es realmente el pan de vida o el pan viviente que bajó del cielo, “si alguno come de este pan, vivirá eternamente, el pan que Yo les daré es mi carne dada para que el mundo tenga vida porque la voluntad del Padre es la vida del mundo. Jesús lo había dicho antes, “Yo no descendí del cielo para hacer mi voluntad sino para hacer la voluntad de Aquel que me envió, y la voluntad de Aquel que me envió es que yo no pierda a ninguno de aquellos que me dio, que yo los resucite a todos en el último día”. “Todo hombre que ve al Hijo y cree en Él obtiene la vida eterna, como dice el versículo 40; esa es la voluntad de Dios, para que se realice lo más rápidamente, Jesús nos enseñó decir: “que se haga tu voluntad”.
Según estudios, entre los norteamericanos católicos, un número increíblemente grande, como 60% de católicos practicantes que no creen en la presencia real de la Eucaristía. Esto es terrible porque si perdemos la presencia real eucaristía, ¿que queda del Evangelio de Jesús?
Por eso, cuando comulgamos, cada comunión es como si fuéramos en Siquem a decir: ¿están conmigo o no, creen en mí, en todo lo que les enseñé o no? Y cómo respondemos: amén, que significa sí creo, así es. Por eso el ir caminando en procesión hacia la Eucaristía para recibir a Cristo respondiendo a la palabra: “Cuerpo de Cristo” decir amén significa: todo esto no lo entiendo, no sé cómo explicarlo, no entiendo bien, pero lo creo. Aquí diría yo, sin no es a Ti que tienes palabras de vida eterna, que te entregas hasta corporalmente el misterio de la Eucaristía para hacernos vivir.
Fray Luis Federico Lenzi OP
Córdoba