15 de noviembre de 2020
Prov 31, 10-13.19-20.30-31 | Sal 127, 1-2.3.4-5 | 1Tes 5, 1-6
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según Mateo 25, 14-30
Querido Hermano:
La Liturgia nos invita a estar vigilantes y activos, en espera de la vuelta del Señor Jesús al final de los tiempos. Bien sabemos “que el Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche”. Y como hijos de la Luz –que somos por el Bautismo- esperamos expectantes y vigilantes el nuevo Sol que se eleva del Oriente. El Lucero de la Mañana: Cristo Jesús.
El Evangelio nos narra la célebre parábola de los talentos. El “talento” era una antigua unidad de medida monetaria utilizada ampliamente en el mar Mediterráneo. En los tiempos del Nuevo Testamento fue el momento en que mayor valor obtuvo, llegando a equivaler alrededor de 60 kg de plata o de oro. Los exégetas no se ponen de acuerdo acerca de su valor ya que esta moneda tuvo sus fluctuaciones, pero sí concuerdan en que era una moneda de gran denominación. Hoy diríamos que un talento de plata puede estar en unos $6600 dólares y un talento de oro en $385.000 dólares aproximadamente ¡Pero no nos detengamos en la economía! A nosotros nos interesan otras cosas.
El Talento, τάλαντον -en griego- y talentum -en latín-, término al que refiere la parábola expresada por el Señor sufre un cambio de significado. A partir de la proclamación de la parábola el término talento comenzó a significar para el pueblo los dones espirituales que el hombre recibe en su naturaleza, hasta tal punto que este sentido metafórico elimina por completo el sentido literal del término; incluso hoy en día persiste este cambio de sentido tanto en el español, en el francés y en el inglés; así como cuando decimos «esta persona tiene talento” no nos acordamos siquiera del significado primitivo sino más bien referimos a un don personal que estamos llamados a hacer fructificar – ¡hasta los programas de televisión “caza talentos” se manejan en este sentido del término pretendiendo buscar esos dones naturales y evaluar si se los hace fructificar!- . El cambio de sentido del término talento es un claro ejemplo de la irrupción del Evangelio no sólo en la cultura sino también en el lenguaje.
En la parábola se habla de un hombre –un potentado o un financista- que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda para que lo beneficien y retornando luego de una larga ausencia, premia desmesuradamente a quienes lucraron mucho o poco; y a quien no ha aumentado, aunque tampoco ha perdido el capital, lo castiga también desmesuradamente. El hombre de la parábola es Cristo; los siervos son sus discípulos; y los talentos son los dones que Jesús les encomienda. Por ello, los dones no sólo significan las dádivas naturales, sino que primeramente aquí refieren a las riquezas que Cristo deja como herencia, herencia a la que estamos llamados a hacer fructificar.
Esta herencia, estos dones, son su Palabra, el Evangelio; el Bautismo, que nos renueva en el Espíritu Santo haciéndonos hijos del Padre en el Hijo; la oración —principalmente la oración que Jesús nos enseñó: el Padrenuestro— por la cual nos elevamos a Dios como hijos unidos en el Hijo; su perdón, que nos ha ordenado ofrecer a los demás; y el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. La herencia del Señor es el Reino de Dios, que es él mismo, presente y vivo en medio de nosotros.
Con esta parábola el Señor insiste en la actitud interior con la que se ha acoger y valorar este don. Por lo visto, Dios quiere que cada hombre en este mundo «haga algo», “produzca” con y en el alma, en su mente y corazón primero y después hacia el exterior. “Producir” algo –querido hermano-, una cosa, que ningún otro pueda hacer sino sólo tú. El valor “económico mundano” de lo que se hace no tiene importancia; es un hecho que a Cristo le son indiferentes las matemáticas, él quiere que “negociemos” con la herencia que nos ha dejado. Y para ello hemos de ser “creativos”.
La creatividad necesita del ocio de la contemplación, para que en la contemplación la Verdad pueda ser vivida, comunicada y obrada. Y para que la Verdad verdaderamente viva en nosotros es necesario hacerla pasar por nuestra propia existencia. Cada uno, según su estado de vida, cada uno “según su capacidad”, haciendo de modo diferente una misma cosa: fructificar la herencia. La actitud errónea es el temor: el siervo tiene miedo de su señor y teme su regreso, esconde los talentos junto con la creatividad bajo tierra y no produce fruto alguno. Ha recibido los Sacramentos, pero los entierra bajo un manto de prejuicios, bajo una imagen de Dios falsa que paraliza la fe y las obras, y de este modo defrauda las expectativas del Señor.
Y esto no sólo sucede en el plano personal sino también en el plano social. Es así que cuando en una comunidad religiosa, en una parroquia o en una Nación se suprime o se limita la “creatividad” de sus miembros, se ataca este mandato de “productividad” que nos dejó el Señor. De este modo, lo social oprime lo personal, lo formal a lo carismático, la mera conservación en la mínima existencia al crecimiento y a la elevación, la letra al espíritu. Imposibilita así todo tipo de “encuentro creativo” con la herencia que hemos recibido, con el Señor mismo. Un proceso similar se dio en el fariseísmo de antaño, pero también se da en nuestros días –aunque reconvertido en una nueva versión.
¡No te desanimes, no tengas miedo! La parábola da mayor relieve a los buenos frutos producidos por los discípulos. A la responsabilidad ante manejo “productivo” de la herencia. Los discípulos, felices por el don recibido, no lo mantuvieron escondido por temor y celos, sino que lo hicieron fructificar y lo compartieron, dando a los demás creativamente de todo aquello recibido en lo contemplado. Sí; la herencia de Cristo se multiplica también en el compartir –momento siguiente al ocio creativo. Un tesoro hemos recibido, un tesoro para ser gastado, para ser invertido, para “perder el tiempo” en él y luego así para ser compartido con todos, como nos lo enseña el apóstol san Pablo, el gran administrador de la herencia de Jesús.
Finalmente, Dios nos exige que “rindamos”, religiosamente, los talentos que nos confió, y con ello nos preparamos a su Parusía. “Porque al que tiene se le dará y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Es el enunciado de la “economía sobrenatural”. El que obra bien y merece, se hace siempre digno de una mayor donación de gracias. Los talentos recibidos crecen con su uso y disminuyen con su abandono. Por ello, estamos invitados a fructificar los dones de Dios, en orden al final, a la Parusía. Somos llamados a mantener una alerta vigilante, aunque la venida del Señor se demore, haciendo “rendir” los talentos que Dios ha dado a cada uno. ¡Fuera todo desánimo!¡Lejos de nosotros todo miedo! ¡Cristo vuelve pronto! ¡Acojamos el Reino de Dios con responsabilidad “creativa” y “productiva”!
Fray Francisco Marcelo Giuffrida OP
Mendoza, Argentina
Imagen: Parable of the Talents | Artista: Andrey N. Mironov | Fecha: 2013