Nuestra historia
La Orden de Predicadores llega al actual territorio argentino cuarenta años después que Fr. Pedro de Córdoba y sus compañeros desembarcaran en Santo Domingo (1510). Como la conquista española se desarrolló principalmente de norte a sur, es natural que haya tardado en alcanzar la parte meridional del extenso continente.
En tierras argentinas se inicia por el este (Río de la Plata), partiendo de España; por el norte (el Tucumán), procedente del Perú y por el oeste (Cuyo), desde Chile.
Sólo cuatro corporaciones religiosas llegan en el siglo XVI y se afincan en el país. Son, por orden cronológico, los mercedarios (1536) y los franciscanos (1538) que ingresaron por el este; los dominicos lo hacen por el norte (1550), como sucederá más tarde con los jesuitas (1585).
Los primeros en llegar fueron los padres Gaspar Carvajal y Alonso Trueno, con la primera expedición conquistadora del Tucumán que, al mando del capitán Juan Nuñez del Prado, partía de Potosí (Alto Perú, hoy Bolivia) en octubre de 1549. Los dos religiosos, enviados desde Lima por el presidente de la Real Audiencia, don Pedro de la Gasca llegaban en marzo de 1550 cuando la expedición ya se encontraba en el noroeste argentino.
El padre Carvajal, que venía con los títulos de Protector de los indios y Vicario de la Orden Dominicana en el Tucumán, era muy conocido por su relevante actuación en el Perú y por haber acompañado en 1542 a Gonzalo Pizarro en su expedición desde Quito al país de la canela y luego a Francisco de Orellana en el descubrimiento y exploración del río Amazonas, sobre los que había escrito una relación. El padre Trueno había llegado a tierras americanas en 1544, con el obispo de Chiapas (México) Fr. Bartolomé de las Casas.
Ambos religiosos, únicos capellanes de Núñez del Prado, participaron de todas las vicisitudes de aquella memorable y accidentada expedición. Estuvieron presentes en la fundación y en las dos primeras traslaciones de la ciudad de El Barco y se vieron obligados a regresar al Perú cuando, en los primeros meses de 1553, llegó Francisco de Aguirre desde Chile y desterró a Nuñez de Prado y a sus colaboradores más inmediatos. Poco después trasladó la ciudad por tercera vez y le dio el nombre de Santiago del Estero.
Por 1549, vale decir, casi al mismo tiempo que penetraba Nuñez de Prado en el Tucumán, debía embarcar una veintena de religiosos con Fr. José Robles, nombrado Vicario General del Río de la Plata, quienes, al no encontrar posibilidades para viajar a su primer destino, fueron derivados a Cartagena de Indias, en la actual Colombia. El fracaso de esta expedición y el regreso de los padres Carvajal y Trueno al Perú, retardarán considerablemente el asentamiento de la Orden en tierras paraguayas y argentinas.
En 1582 nos encontramos con los padres Francisco Vázquez y Francisco de Solís, que vinieron del Perú con Fr. Francisco de Vitoria O.P., primer obispo del Tucumán. Vázquez se desempeñó como administrador y Vicario general de la primera diócesis argentina. En 1586 trata de establecer la Orden en el Tucumán y consta que en 1588 había dos padres en Santiago del Estero, capital de la provincia y sede de la diócesis. Con ellos y otros dos que trajo por septiembre de ese año, fundó el primer convento.
En 1586 se erigía la provincia de San Lorenzo Mártir de Chile, a la que se le asignaron los escasos religiosos que residían al este de la cordillera de los Andes. Poco después, probablemente en 1589, pasaba por el Tucumán el primer Provincial de Chile, Fr. Reginaldo de Lizárraga, quien relata en su Descripción colonial que encontró seis o siete religiosos, casi todos a cargo de doctrinas de indios y uno en el convento de Santiago del Estero, a quien llevó consigo. Pero consta que en 1590 había de nuevo convento en dicha ciudad. En Cuyo, los de Mendoza y San Juan también remontan sus orígenes a la segunda mitad del siglo XVI. En cuanto al Paraguay, en septiembre de 1585 llegaba a Asunción el dominico Alonso Guerra, segundo obispo del Río de la Plata.
Con el advenimiento del siglo XVII se concretan las fundaciones definitivas en el Río de la Plata y el Tucumán.
La pérdida de los conventos del sur de Chile durante la guerra de Arauco obligó a establecer otros al este de la cordillera. Desde los primeros años de esta centuria surgen conventos en Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Santiago del Estero, La Rioja y Asunción del Paraguay.
Del único que se conoce la fecha de fundación es el de Córdoba, que el 26 de julio de 1604 obtenía la correspondiente autorización del obispo del Tucumán Fr. Fernando de Trejo y Sanabria que exigía, al mismo tiempo, la restauración del de Santiago del Estero, abandonado años antes.
El de Buenos Aires debió ser fundado en 1601 ya que en febrero de 1602 se lo da por existente. Lo estableció Fr. Pedro Cabezas «para que los religiosos tuvieren donde se recoger cuando a este puerto llegasen». Por esos mismos años aparece el de Santa Fe.
En sus primeros tiempos todos estos conventos tuvieron sólo dos o tres religiosos, por el corto número de personal disponible. Esto explica la demora en la nueva fundación de Santiago exigida por el Obispo, que no se lleva a cabo hasta 1614, cuando Fr. Hernando Mejía, nacido en esa ciudad y primer dominico argentino, trajo de España doce frailes, dos de los cuales dejó en Córdoba y con otros restauró el convento de Santiago del Estero. Con el resto proyectaba fundar en San Miguel de Tucumán, Asunción y La Rioja, pero tuvo que llevarlos a Chile, con lo que se malogró su iniciativa de lograr la erección de una nueva provincia. La dependencia de Chile, con una geografía tan vasta, la lentitud de las comunicaciones y la cordillera de por medio, entorpecía, naturalmente, la buena marcha de los conventos orientales, sobre todo del Tucumán, Río de la Plata y Paraguay. Las restantes órdenes ya habían constituido sus propias provincias: los mercedarios en 1593, los jesuitas en 1607 y los franciscanos en 1612.
En ese tiempo (1613) se funda en Córdoba el Monasterio de Santa Catalina de Siena, primera comunidad religiosa femenina y primer centro de educación de la mujer en el país.
El convento de La Rioja se funda por 1620 y, por lo que respecta al de Asunción, parece que sólo en 1621 puede establecerse con la llegada del dominico Fr. Tomás de Torres como diocesano. Estos conventos se afianzan en la primera mitad del siglo y algunos van adquiriendo relevancia, principalmente el de Córdoba en el que hay estudios desde un principio. Después se establecen también cátedras de Teología y, con esto, se convierte en el segundo convento de importancia, después del de Santiago de Chile. En él ingresa el primer poeta argentino, Fr. Luis José de Tejeda.
A medida que avanza el siglo XVII decrece sensiblemente el aporte de personal español, pero toma un ritmo cada vez mayor el ingreso de «hijos de la tierra», muchos de los cuales descendían de conquistadores.
En esta centuria son obispos del Río de la Plata Fr. Reginaldo de Lizárraga (1608-1609), del Tucumán Fr. Tomás de Torres (1626-1630) y de la diócesis de Buenos Aires, creada en 1620, Fr. Cristóbal de la Mancha y Velasco. Casi al final del siglo (1698) llega como obispo del Tucumán Fr. Manuel Mercadillo, quien efectúa la traslación de la sede episcopal a Córdoba (1699). En la década de 1660 se funda la reducción de indios de Santo Domingo en Soriano, en la Banda Oriental, origen del departamento de Soriano, en Uruguay.
El siglo XVIII marca una nueva etapa. Es obispo del Tucumán, con sede en Córdoba, Fr. Manuel Mercadillo (1698-1704). Por disposición del diocesano se funda en el convento, en 1700, la Universidad Santo Tomás de Aquino que, a pesar de su efímera existencia debido a circunstancias externas, tiene un significado importante por cuanto indica el nivel que habían alcanzado los estudios. Desde 1713, Buenos Aires cuenta con noviciado estable y, a partir del año siguiente, con estudios institucionales.
El 14 de julio de 1724 el Maestro de la Orden, Fr. Agustín Pipía erige la provincia de San Agustín de Buenos Aires, Tucumán y Paraguay, así denominada a causa de la nomenclatura geográfica, política y eclesiástica de la época. Estaba integrada por seis conventos: Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Santiago del Estero, La Rioja y Asunción. En 1728 se funda otro en Corrientes.
La nueva provincia, cronológicamente la última entre sus similares de América española, debe su existencia, principalmente, a la decidida actuación en Roma y Madrid del padre Domingo de Neyra.
El Maestro de la Orden designa provincial a Fr. Gerardo de León, quien convoca el primer capítulo provincial para diciembre de 1725 a fin de proceder a la organización de la nueva entidad. Ante todo se trata del afianzamiento de la vida dominicana en lo referente a observancia, estudios y actividades apostólicas. El convento de Buenos Aires se convierte en el principal, si bien el de Córdoba mantiene su tradicional importancia. Ambos cuentan con noviciado y estudios superiores, además de los humanísticos. Al mismo tiempo se reorganiza la predicación, se promueve la actividad misionera y se auspicia la erección o reactivación de las fraternidades laicales, como la Tercera Orden y la Cofradía del Rosario. La primera se establece en Buenos Aires en julio de 1726.
Los años subsiguientes marcan un progreso no interrumpido, con un personal siempre en aumento. A lo largo del siglo, no pocos religiosos se distinguen en la alta docencia o en la predicación, como Agustín de Altamirano, Valentín de Guevara, Martín Montes de Oca, Sebastián de Aurquía, Antonio González, José Joaquín Pacheco, Manuel de Torres, Isidoro Celestino Guerra, etc., en Buenos Aires. En Córdoba, Domingo Pizarro, Cristóbal Ramírez, Jerónimo Valbuena, Agustín de Carvajal, Feliciano Suárez de Cabrera, Mariano José del Castillo, José Zambrana, Manuel del Carmen Hernández, Francisco Sosa.
En 1740 es martirizado el misionero José Mansilla por aborígenes de la provincia de Buenos Aires. El dominico peruano Fr. José de Peralta y Barnuevo es Obispo de Buenos Aires de 1740 a 1745. En este último año se funda en esta ciudad el primer monasterio femenino porteño, o sea el de Santa Catalina de Siena, con monjas provenientes de Córdoba.
En la segunda mitad del siglo se nota un progreso mucho más acentuado. Al producirse el extrañamiento de los jesuitas (1767) hubo que dedicar una atención especial a la enseñanza primaria, que hasta entonces dependía de cada convento. A partir de 1767 los capítulos provinciales se reservan el derecho de nombrar a los religiosos que debían desempeñar el cargo de maestros. En particular la escuela de Santo Domingo de Buenos Aires contribuyó notablemente en este nivel de la docencia. Por otra parte en los conventos con estudios humanísticos y superiores cursaban alumnos del clero secular y laicos.
En 1768, al ser expulsados de los Treinta Pueblos de misiones guaraníes, situados en territorios actualmente de Argentina, Paraguay y Brasil, los dominicos se hicieron cargo de diez de ellos: Yapeyú, San Borja, San Miguel, San Nicolás, Mártires, San Carlos, San Ignacio Miní, Trinidad, San Cosme y Nuestra Señora de Fe. Igual número de pueblos guaraníes fue encomendado a franciscanos y mercedarios.
En 1768 y 1769 se malogran dos proyectos de evangelización de la Tierra del Fuego al fracasar las expediciones de las que formaban parte los religiosos destinados a llevarlas a cabo.
En 1774 el convento de Asunción se erige en noviciado y casa de estudios de Filosofía y Teología, con facultad para conferir grados académicos. Allí dictaron cátedras los padres León Vallejos, Carlos Suero, Carlos Molina, Manuel Cañiza, Gregorio Torres, José Ignacio Grela y otros.
En 1785 el ex Provincial Fr. José Joaquín Pacheco funda el convento de Tucumán, llamado a ser uno de los más importantes de la provincia.
En 1797 el provincial Manuel de Torres establece en Buenos Aires el denominado Colegio Doméstico Santo Tomás de Aquino, para alumnos seleccionados, tanto de dicho convento como de Córdoba y Asunción.
En el último tercio del siglo se acrecienta la actividad misional. A fines de 1781 el padre José Joaquín Pacheco establece el Colegio de Misioneros de San José de Lules, en una ex reducción jesuítica situada en las proximidades de San Miguel de Tucumán. Desde allí se extiende su acción por las actuales provincias de Tucumán y Catamarca. Desde 1787 los capítulos provinciales nombran misioneros para las diversas regiones de su jurisdicción. Muchos de ellos desempeñan el oficio de párrocos o de tenientes en parroquias rurales.
Otra actividad similar son las capellanías castrenses en diversas regiones, especialmente en las costas de la Patagonia. Desde 1778 el gobierno español decide proceder a su explotación y poblamiento. A principios de 1779 se establece el fuerte de San José y en él se desempeñan sucesivamente varios capellanes dominicos, como también en Carmen de Patagones, fundada en el mismo año. Otros frailes prestan servicios en el interior, en fronteras con los indios.
Tampoco podemos olvidar a la Tercera Orden, o sea a los dominicos laicos. Desde 1726 se fundaron hermandades en los diversos conventos; entre sus miembros cuentan a sacerdotes del clero secular y a personalidades del foro, la milicia y la vida civil. A la Hermandad de Buenos Aires pertenecieron los padres de los próceres José de San Martín, Manuel Belgrano, Cornelio de Saavedra, José Matías Zapiola, Juan Martín de Pueyrredón y otros.
Hacia fines del siglo XVIII el número de religiosos de la provincia supera ampliamente los dos centenares.
En los primeros años del siglo XIX continúa la vitalidad que hemos notado a fines del siglo anterior, pero no pasará mucho tiempo en que factores que se suceden o se superponen llevarán, poco a poco, la provincia a una gran disminución en su personal y en sus posibilidades. Como es sabido, esto ocurre al mismo tiempo en todas las órdenes religiosas de Hispanoamérica, llegando, en varios casos, a la extinción.
Iglesia de Santo Domingo, Tucumán. Contruida por Agustín y Nicolás Cánepa, Ramón Brey.
En 1802 se crea una cátedra de Filosofía en San Miguel de Tucumán y entre diciembre de 1809 y febrero de 1810 se incorporan los conventos de Mendoza, San Juan y San Luis.
Los dominicos adhieren ampliamente a la causa de la emancipación. Baste recordar el nombre de Fr. Justo Santa María de Oro, uno de los diputados de mayor relieve del Congreso de Tucumán que, el 9 de Julio de 1816, declaró la independencia nacional y la ayuda que la Orden brindó a Belgrano y a San Martín.
Pero no tardarán en llegar los años críticos. Ya en julio de 1815, por un decreto del Supremo Dictador del Paraguay José Gaspar Rodríguez de Francia, el convento de Asunción quedaba separado de la provincia, y en septiembre de 1824 el mismo gobernante suprimía las órdenes religiosas en ese país.
En la década de 1820, la orden dominicana, al igual que sus similares, sufrió la expoliación de algunos de sus conventos por los gobiernos civiles: en abril de 1823 se llevó a efecto la supresión del convento de Buenos Aires y poco después ocurría otro tanto en San Juan y San Luis. Estas expoliaciones significaron un rudo golpe y a esto hay que añadir la sensible disminución del personal ocasionado por la muerte, las numerosas secularizaciones, forzadas o voluntarias, que se produjeron y la escasez de vocaciones provocada por la situación general del país.
Suprimido el convento de Buenos Aires, el de Córdoba supo reemplazarlo con éxito. Por otra parte el convento de San Juan fue recuperado en 1827 y el de Buenos Aires en 1835. Este último, tres años después de su restauración, inauguraba su noviciado y en 1839 se reiniciaban los estudios superiores.
No faltan hombres notables en esta primera mitad del siglo XIX, como los porteños Juan Nepomuceno Chorroarín, Domingo Incháurregui y Antonio Fulías y el cordobés Olegario Correa, en Buenos Aires; Felipe Serrano, Felipe Santiago Savid, Mariano Bustamante y Tomás de los Santos, en Córdoba; Ramón del Sueldo y José Manuel Pérez, en Tucumán. Este último, además de su notable labor docente y ministerial, fue dos veces Provincial y uno de los dos representantes de Tucumán en el Congreso General Constituyente de Santa Fe que dio al país la Constitución de 1853, todavía en vigencia. Por otra parte el hermano Juan Grande se convierte en el apóstol de la enseñanza primaria en Santiago del Estero.
En 1834 se crea el obispado de Cuyo, la primera diócesis de la Argentina independiente, y su primer diocesano es Fr. Justo Santa María de Oro quien, desde años atrás, ejercía el cargo de Vicario Apostólico. Fr. Hilarión de Etura es obispo titular de Augustópolis en 1844.
Entre 1844 y 1871 desarrolla un extraordinario apostolado en Buenos Aires y su provincia el capellán de los irlandeses Antonio Domingo Fahy.
Poco después de promediar la centuria, se da comienzo a una restauración de la vida religiosa que responde a la que promueve en toda la Orden el Maestro General Fr. Alejandro Vicente Jandel. Esta renovación la inicia en Córdoba el 24 de octubre de 1857 el padre Olegario Correa.
En cuanto a la enseñanza, en la segunda mitad del siglo se distinguen en Córdoba los padres Olegario Correa, Reginaldo Toro y Miguel Burke, y en Buenos Aires, Jesús Estévez, Reginaldo González y Enrique Posada. También en Tucumán se enseña Filosofía y Teología desde 1887 y sus profesores más notables son Fr. Ángel María Boisdron, Miguel Roldán y Enrique Lichtenberg. En Buenos Aires sobresalen en la predicación los padres Ventura Martínez, Marcolino Benavente y Modesto Becco. Fray Reginaldo Toro es obispo de Córdoba de 1888 a 1904. El padre Olegario Correa murió en 1867 siendo obispo electo de Cuyo.
Fray Olegario Correa (Dibujo de Francisco Fortuny) y Monseñor Reginaldo Toro
En cuanto a las religiosas, en 1875 llegan al país las Hermanas de Albí, Francia. Hacia el final del siglo, se fundan tres congregaciones de religiosas terciarias: en 1886, la de San José, en Córdoba, por Fr. Reginaldo Toro; en 1888, la del Santísimo Nombre de Jesús, por el padre Ángel María Boisdron; en 1895, la del Santísimo Rosario, en Mendoza, por Fr. Agustín Ferreiro.
En 1889, por iniciativa de Fr. Marcolino Benavente, los dominicos franceses de la Congregación de Santo Domingo fundan en Buenos Aires el Colegio Lacordaire, que pronto estuvo a la altura de los más prestigiosos de la capital. En 1895 Fr. Jacinto de Fulgence funda el Colegio Santo Tomás de Aquino anexo al convento de Mendoza. En aquel mismo año el convento de Tucumán inauguraba el primer Círculo Católico de Obreros del norte argentino; el de Santiago del Estero tuvo participación muy activa en la fundación y dirección del primer Círculo, establecido en 1898.
El siglo XIX se cierra con dos acontecimientos de importancia: Fr. Marcolino Benavente, preconizado obispo de Cuyo, recibe la ordenación episcopal el 12 de marzo de 1899, y en abril de ese año se inaugura en Córdoba el Estudio General con los estudiantes locales y los de Buenos Aires y Tucumán.
Con el siglo XX se inicia una nueva actividad, el periodismo. De 1901 a 1906 aparece Almanaque Dominicano, dirigido por Fr. Gonzalo Costa, con abundante material de lectura. Por esos años, varios conventos editan revistas y periódicos como Ensayos y Rumbos (1901-1931) del Colegio Lacordaire, de Buenos Aires; Ciencia y Virtud (1905-1908), en Córdoba; La Buena Noticia (1906-1911), en Tucumán y en Santiago del Estero; Verdades y Noticias, en Mendoza y otros que se publican entonces y en años posteriores. Entre sus asiduos colaboradores se debe mencionar a los padres Ángel María Boisdron, Reginaldo Saldaña Retamar, Gonzalo Costa, Luis María Cabrera, Juan Romero, Tomás Luque, Enrique Sisson, Jacinto Carrasco y Rafael Aragón.
A partir de 1910 se produce una sensible disminución de vocaciones que se prolonga durante dos décadas. En 1932 el Provincial Tomás Luque inaugura un nuevo noviciado en Córdoba y, al año siguiente, comienza allí mismo la enseñanza de la Filosofía, hasta 1937 en que la Casa de Estudios y el noviciado se trasladan a Buenos Aires. Una vez terminados los estudios filosóficos, los estudiantes son enviados al exterior para terminar la carrera. La enseñanza de la Teología no comenzará hasta 1957. Los profesores dictan cátedras también en otras instituciones, como los Cursos de Cultura Católica y, más tarde, en la Universidad Católica Argentina y la Universidad del Salvador y en los seminarios de Buenos Aires, La Plata y San Isidro. Al Estudio dominicano concurren estudiantes de otras órdenes y congregaciones, como también seminaristas de diversas diócesis, religiosas y laicos.
Por otra parte, en Tucumán se inician en 1950 los cursos de Filosofía Tomista que se van afirmando paulatinamente hasta transformarse en 1959 en Instituto Universitario y en 1965 en la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino, Católica de Tucumán (U.N.S.T.A.).
El siglo XX cuenta con predicadores de renombre como los padres Tomás Luque, Gonzalo Costa, Reginaldo Saldaña Retamar, Raimundo Gabelich, Antonio y Sadoc Battista y, en la segunda mitad, Marcolino Páez, Domingo Orfeo y Luis Alberto Montes de Oca. El padre Saldaña Retamar es acreedor a una mención especial por su intensa y prolongada acción misional en varias provincias argentinas.
En el campo de la historia, realizaron una meritoria labor los padres Saldaña Retamar, Juan Romero y Jacinto Carrasco. La poesía fue cultivada por Fr. Tomás Luque; en la música se distinguieron Pío y Juan Zurita y en la pintura Fr. Guillermo Butler, artista de fama internacional. En cuanto a obras sociales, ocupa un lugar principal Fr. Pedro Zavaleta.
En 1908 llegaron las dominicas españolas de La Anunciata, que fundaron numerosos colegios y hogares para niñas, como las congregaciones argentinas ya mencionadas. Después de la segunda guerra mundial se han establecido otros cuatro monasterios de clausura e institutos de vida activa.