Hay dos apreciaciones de la Fe: el obedecer porque el Señor habló y el alcanzar la posesión de la Fe, que es presencia de lo que amamos. Lo poseemos no sensible sino espiritualmente. El gran descubrimiento es que Dios no está en el cielo sino en nosotros, en medio de la noche, cuando los animales duermen y los pastores velan; nuestra pupila y nuestra voluntad que velan. Allí descansa, reposa.
La notas del cristiano son: primero, un gran entusiasmo; nada lo arredra, cada día amanece. La vida no lo hiere porque las pasiones están sosegadas. Es creador con Dios. Crea con la sonrisa que dirige a quien lo hiere. Crea con la paciencia con aquel que lo molesta. Es la eternidad misma que fluye de aquella criatura. Es nueva siempre.
Cada día digamos: «¿Qué quieres hoy de mí?»
E imitemos el molino que siempre mira cara a cara al viento. Tiene una gran «sensibilidad», está siempre volviéndose a él. Nosotros, pongámonos de cara al viento de Dios. No esperemos caminos trazados. Las cosas pequeñas de todos los días: asistir a nuestro hermano en donde está, sin preocupaciones. ¡Cómo pueden existir cristianos preocupados! Si Dios cuida de nosotros, ¿qué podemos temer?
Todo pensamiento que se repite es nocivo, no se mueve, es muerte. Poner las cosas en Dios y esperar, al día siguiente surgirán luces nuevas. Ser esas criaturas vigorosas, serenas. ¿Qué es la tribulación de hoy? Pasará, como pasó la de ayer y yo permaneceré.
Cada día ser virgen. En el alma no tienen que entrar las cosas que pasan.
En el cristiano no hay padecimientos de muerte, sino de alumbramiento. Si abrazo esta cruz, hago brotar flores. No sé dónde, pero sé que en algún lugar, quizá en la remota China, se encendió una luz. Desde este rincón podemos estar sosteniendo al Papa.
La cruz es festiva, advenimiento de vida, porque Cristo nos visitó allí. Aceptémosla sin reparos. No digamos: «Aceptaría esta enfermedad, pero es que trae molestias a mis hijos… aceptaría esta pobreza pero hace sufrir a toda la familia…». Cristo la aceptó, ¡y vean ustedes los trastornos que significaba para la santísima Virgen y los Apóstoles! «Mis pensamientos no son tus pensamientos y mis caminos no son tus caminos» (Isaías).
¡Qué júbilo trae la eternidad incoada en nosotros! Como lo repite Cristo: «Os he dicho estas cosas para que vuestro gozo sea cumplido y nada pueda arrebatároslo». Para eso vino.
Muchos creen que la Redención es tristeza. No comprenden que si hay cruz es para llegar a la resurrección.
¡Somos el asiento de Dios, el reposo de Dios, entiéndanlo! Cuidad el júbilo que es el síntoma que Dios está en nosotros. Eludid la tristeza que es abatimiento, que es comienzo de la desesperación, el más grave de los pecados. Es una blasfemia sentirse abandonado; es blasfemia el abatimiento.
La tristeza ardiente y confiada, el ruego, el reproche por los pecados, le gusta mucho a Dios, pero no el abatimiento. No tenemos que ofrecer a Dios nuestros consuelos: estos son dones de Dios a nosotros. Nuestras miserias son para El, nuestras sequedades, nuestras debilidades, nuestros pecados para perdonarlos.
La segunda dote del cristiano, del que recibió al Niño que reposa en él, es la sencillez. Cuando Dios invade esa criatura lo armoniza todo de tal modo, que todo parece una unidad, todo es dócil al espíritu.
El santo permanece en la unidad, en la vida, en la mansedumbre. Las almas se pegan como moscas, es un alivio, una bendición para todos. Si hay un problema, él dará soluciones justas; si tristeza, levantará los ánimos. Las cosas se entregan porque allí pueden beber.
Estas dos cosas no son virtudes, sino fruto de la virtud. ¡Cómo reposan las cosas en la sencillez!
Y como corona poseamos lo que hubo en los ojos de Jesús; aquello que no pudieron quitarle los fariseos. Lo que hubo en la Virgen, que no contestó a la ira con ira. Lo que hubo en los mártires: la Paz, corona de todas las bienaventuranzas. «Bienaventurados los pacíficos porque ellos serán llamados hijos de Dios».
¡Qué lástima que esta palabra esté tan gastada! La paz es una cosa tan preciosa que no debía tocarse. Los hebreos no se atrevían a nombrar directamente a Yahvé, lo nombraban dando rodeos. Así, rodear la palabra paz de silencio, como una meta. Es Dios mismo y sólo se la conoce cuando se la gusta. Todos los trabajos de Cristo son para darnos el gozo y la paz. Paz activa, que se da.
Esta es la paz que enfurecía a los fariseos. No podían quitar a Cristo ese sello divino que atestiguaba su divinidad. Se lo habían arrebatado todo, hasta su sangre, pero no pudieron arrebatarle la paz. ¡Y la santísima Virgen! ¡Ver a su Hijo ultrajado, abofeteado, maltratado por los soldados y no perder la paz! ¡Ni una queja, ni un reproche se escapó de sus labios!
Tengamos esa paz activa, viviente, que no es detenida.
Esa paz que más se destaca cuando más quieren destruirla. Ser sal de la tierra. «Y la paz que excede a todo sentimiento guarde vuestras almas».
En la medida que tengamos paz, somos señores, andamos sobre las aguas, lo poseemos todo.
Fray Mario José Petit de Murat OP
1952