Octavo día
Por la señal de la santa Cruz †, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Acto de contrición:
Pésame, Dios mío, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido. Pésame por el infierno que merecí y por el cielo que perdí, pero mucho más me pesa porque pecando ofendí a un Dios tan bueno y tan grande como Vos. Antes querría haber muerto que haberos ofendido; y propongo firmemente no pecar más y evitar todas las ocasiones próximas de pecado. Amén.
Oración inicial:
Dios todopoderoso y clemente, que infundiste en tu Iglesia el Espíritu de Sabiduría, e inspiraste a muchos ir en buscar de la Verdad, que es tu Palabra, te damos gracias por suscitar a Santo Domingo de Guzmán como padre de gran número de fieles contemplativos y pregoneros de tu Evangelio.
Tú, viendo la gravedad de nuestros pecados y el andar vacilante de nuestras almas, enviaste a tu Hijo Jesucristo al mundo, y con su preciosísima sangre, nos libró de la condena del pecado y del dominio de la muerte, venciendo al príncipe de las tinieblas. Concédenos, Señor de toda bondad, ser absueltos de nuestras culpas con un corazón contrito y humillado, y, por intercesión de tu servidor Santo Domingo, ser firmes y constantes en el camino que conduce a tu santa morada, junto a María Virgen y todos tus santos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Del Beato Jordán de Sajonia:
“Se ordenó en Bolonia se cantase después de Completas la antífona Salve Regina. De esta casa comenzó a propagarse por toda la provincia de Lombardía y al fin en toda la Orden triunfó tan piadosa y saludable costumbre. ¿Cuántas lágrimas de devoción no arrancó esta santa alabanza de la santísima Madre de Cristo? ¿Cuántos afectos no conmovió al cantarla o al escucharla, qué dureza no ablandó y a quienes no excitó piadosos deseos en sus corazones? ¿O no creemos que la Madre de nuestro Redentor gusta de tales alabanzas y se recrea con estos elogios? Contóme un varón religioso y fidedigno haber visto con frecuencia en espíritu mientras los frailes cantaban: ‹‹Ea, pues, abogada nuestra››, que la Madre de Dios se postraba ante la presencia de su Hijo rogándole por la conservación de toda la Orden.
(Libellus de principiis Ordinis Praedicatorum; LXII)
Reflexión de la Beata Cecilia Romana:
“El bienaventurado Domingo volvió al lugar donde estaba antes para continuar la oración, cuando he aquí que súbitamente fue arrebatado en éxtasis ante Dios, y vio al Señor y, sentada a su diestra, a la Santísima Virgen, pareciéndole al bienaventurado Domingo que nuestra Señora vestía una capa de color zafiro. Más como el bienaventurado Domingo tendiese la vista alrededor, viendo ante Dios religiosos de todas las Órdenes y ninguno de la suya, comenzó a llorar muy amargamente, y, situado a lo lejos, temía acercarse al Señor y a su Madre. Entonces nuestra Señora le hizo señas para que se acercase a ella. Pero él no se atrevió hasta que el Señor lo llamó también. Acércase entonces el bienaventurado Domingo y se postra ante ellos con desconsolados sollozos. El Señor le ordena que se levante y después le interroga: ‹‹Por qué lloras con tanta pesadumbre››.
‹‹Lloro –contesta él– porque contemplo aquí miembros de todas las Órdenes y no veo alguno de la mía››. El Señor le respondió: ‹‹¿Quieres ver a tu Orden?››. Y él contesta estremecido: ‹‹Si, Señor››. Y, poniendo el Señor la mano sobre el hombro de la Santísima Virgen, dice al bienaventurado Domingo: ‹‹Tu Orden la he encomendado a mi Madre››. Y nuevamente le interroga: ‹‹¿Quieres verla?››. Y aquél responde: ‹‹Si, Señor››. Entonces la Santísima Virgen abre el manto con que está vestida y lo extiende a la vista del bienaventurado Domingo, que le pareció ser de tales dimensiones, que cubría todo el cielo, y bajo él ve a una muchedumbre innumerable de frailes. Prostérnase entonces el bienaventurado Domingo, dando gracias a Dios y a su Madre santísima, la Virgen María, y desapareció la visión. Y volviendo en sí al momento, apresuradamente tocó a Maitines”.
(Relación de los milagros obrados por Santo Domingo en Roma; VII)
Propósito de oración del día:
Te damos gracias, ¡Oh Dios de gran amor y misericordia!, por darnos a la Santísima Virgen María como Madre. Ella, la más pura y bella entre las mujeres, te amó con todo su corazón, alma, cuerpo, mente y fuerzas, al punto de querer consagrarse como tu esclava. Miraste su profundísima humildad, y la elevaste sobre todas las criaturas y las jerarquías celestiales, eligiéndola como Madre de Jesucristo, tu Hijo y nuestro Señor. Al final de su vida, fue asunta por tus ángeles en cuerpo y alma, y la coronaste como Reina y Señora de todo lo creado. Te pedimos que cada día acrecientes en nosotros el amor a la Virgen María, y proclamemos junto ella Tu Grandeza. Que, como buenos hijos, difundamos la devoción del santo Rosario. Llegadas las tribulaciones y el final de los tiempos, su Inmaculado Corazón triunfará.
En un momento de silencio, puede agregar una intención particular.
Padre nuestro, Ave María, Gloria.
Antífona a Santo Domingo:
V. Oh maravillosa esperanza para aquellos que lloraron por ti en la hora de tu muerte, prometiendo después de tu partida ser útiles a tus hermanos:
R. Cumple, oh padre, lo que has dicho, y ayúdanos con tus oraciones.
V. ¡Oh tú que brillaste ilustre por tantos milagros, forjado sobre los cuerpos de los enfermos!
R. Cumple, oh padre, lo que has dicho, y ayúdanos con tus oraciones.
V. Ruega por nosotros, ¡Oh Padre Santo Domingo!:
R. Para que seamos hechos dignos de las promesas de Cristo
Oración del Jubileo:
Oh Dios,
nuestro Creador, Redentor y Paráclito,
unidos en oración, te presentamos nuestra alabanza,
nuestra bendición y nuestra predicación.
Hace ochocientos años,
llamaste a santo Domingo
a entrar en la vida eterna
y a reunirse contigo en la mesa del cielo.
En la celebración de este Jubileo,
aliméntanos y llénanos de tu gracia
para que podamos realizar nuestra misión
de predicar el Evangelio para la salvación de las almas.
Ayúdanos a nutrir a tu pueblo
con tu Verdad, tu Misericordia y tu Amor,
hasta aquel día prometido
en que nos reunirás a todos, junto a los bienaventurados.
Te lo pedimos como Familia Dominicana,
por la intercesión de María,
en el nombre de Jesús.
Amén.