Domingo XXIV
11 de septiembre de 2022
Ex 32,7-11.13-14 | Sal 50,3-4.12-13.17.19 | 1Tm 1,12-17
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Lucas 15,1-32
Las sagradas paginas nos hablan hoy de la misericordia de Dios. La misericordia es ya en la Antigua Alianza el atributo de Dios que da acceso a lo más íntimo de su corazón.
En la primera lectura un pasaje del libro del, Éxodo 32,7-11.13-14: El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado. Dios mantiene siempre la Alianza de la salvación. Aunque se rompa la fidelidad por parte del hombre o del pueblo elegido, no se rompe el proceso de la misericordia divina, abierta siempre al perdón para el arrepentido.
En la segunda lectura 1 Timoteo 1,12-17, comenta San Agustín: «Cuando el Apóstol Pablo perseguía a los cristianos, arrestándolos dondequiera que los hallare, presentándolos a los sacerdotes para que los oyeran en tribunal y los castigasen, ¿qué pensáis que hacía la Iglesia? ¿Oraba por él o contra él? La Iglesia que había aprendido la lección de su Señor, quien pendiente de la Cruz dijo: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen», pedía eso mismo para Pablo, mejor, para Saulo en aquel entonces, a fin de que tuviera lugar en él lo que efectivamente realizó» (Sermón 56,3).
El evangelio de hoy cuenta las tres parábolas de la misericordia divina. Dios no es simplemente el Padre bueno que perdona cuando un pecador se arrepiente y vuelve a casa, sino que «busca al que se ha perdido hasta que lo encuentra». Así en la parábola de la oveja y de la dracma perdidas. En la tercera parábola el padre no espera en casa al hijo pródigo, sino que corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
Para seguir profundizando podemos preguntarnos «¿Quién es este padre, ese pastor y esa mujer? ¿Acaso representan a Dios Padre, a Cristo y la Iglesia? Cristo te lleva sobre sus hombros, te busca la Iglesia y te recibe el Padre. Uno porque es Pastor, no cesa de llevarte; la otra, como madre, sin cesar te busca y el Padre te vuelve a vestir. El primero por obra de misericordia; la segunda cuidándote, y el tercero, reconciliándote con Él. A cada uno de ellos le cuadra perfectamente una de esas cualidades: El Redentor viene a salvar, la Iglesia asiste y el Padre reconcilia. En todo actuar divino está presente la misma misericordia, aunque la gracia varíe según nuestros méritos. El Pastor llama a la oveja cansada, es hallada la dracma que se había perdido, y el hijo, por sus propios pasos, vuelve al Padre y vuelve arrepentido del error que le acusa sin cesar» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VII, 207-208).
Acudamos a Nuestra Madre para que con su auxilio regresemos a la casa del Padre aclamando algunos versos del Salmo 50: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado… Oh Dios, crea en mí un corazón puro… un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias».
Fray José Daniel Godoy OP
Mar del Plata
Imagen: El hijo pródigo recibido en casa de su padre | Autor: Luca Giordano | Fecha: 1680