Domingo XXIV
12 de septiembre de 2021
Is 50, 5-9a | Sal 114, 1-2.3-4.5-6.8-9 | St 2, 14-18
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 8, 27-35
Queridos hermanos:
El Señor Jesús pregunta a sus discípulos acerca de su identidad. Esta pregunta delata, en primer lugar, el conocimiento que Jesús tenía de su propia Persona y misión. Evidentemente, él no pregunta como si no supiera quién es, sino como quien quiere enseñar algo preguntando. Retengamos esto en nuestra memoria; él pregunta cosas no porque no las sepa, sino porque quiere enseñar o producir algo en los interlocutores. Así preguntó quién lo había tocado cuando la muchedumbre lo apretujaba por todas partes; y preguntó a los discípulos cuántos panes tenían antes de obrar la multiplicación; y les preguntó a los herodianos de quién era la imagen de la moneda; y les preguntó a los fariseos si el bautismo de Juan venía del cielo o de los hombres; y otras preguntas por el estilo cuya respuesta sabía.
En el presente caso, Jesús pregunta primero lo que dice la gente para distinguir a los discípulos y para enseñarles que su fe no debe contaminarse con las opiniones y creencias populares. Pedro responde como autoridad y en nombre de todos los discípulos. Notemos cómo el hecho de que la confesión de fe sea personal no se opone a que sea también pública, ya que uno responde en nombre de todos.
Ahora bien, todavía no le había sido revelado a Pedro el misterio de la cruz y resurrección. Pedro quería apartar a Cristo del sufrimiento y el escarnio según sus afectos humanos hacia él, mas sus afectos eran todavía carnales y no espirituales. Su mente no estaba conformada con los pensamientos de Dios. Notémoslo bien, el Señor no le reprocha a Pedro que los pensamientos del hombre sean malos, sino que no tiene los pensamientos de Dios. Porque no basta la regla humana de la razón natural para obrar todo lo que es del agrado de Dios, sino que estamos llamados a una vida sobrenatural, y a obrar siguiendo criterios sobrehumanos, es decir, divinos.
A la pregunta sobre quién es él, Jesús ha unido la revelación del misterio de la cruz, para que entendamos que no se puede separar la identidad de Cristo de la cruz. En efecto, él, que es el Hijo de Dios encarnado, no se ha hecho hombre ociosamente, sino por nuestra salvación; salvación que tiene su punto central en su pasión redentora y su resurrección. Quien quiera penetrar en el misterio de Cristo no tiene otro camino que este misterio de la cruz.
El evangelista san Marcos nos dice que Jesús “les hablaba con toda claridad”, es decir, abiertamente y con franqueza, en contraposición a cuando les hablaba en parábolas o enigmáticamente. Porque en las parábolas se espera que cada uno según su capacidad penetre en el significado, y como no todos tienen capacidad para comprender, el significado de la parábola permanece incógnito en algunos oyentes. Pero aquí, el Señor, sea cual sea la capacidad del discípulo, quiere que lo sepa explícitamente. De esta manera, los eleva de la mirada terrenal a la espiritual, y los prepara y robustece para que, al llegar la prueba, su fe no sucumba.
Además, les hablaba con toda claridad para enseñarnos que las cosas de la fe deben ser expuestas sin ningún tipo de ambigüedad en la expresión, sin dar lugar a interpretaciones erróneas; sino que el predicador es responsable de eliminar todo posible equívoco o confusión. En efecto, el hablar enigmático de las parábolas (que es transmitir un mensaje espiritual bajo velos sensibles) no tiene nada que ver con la ambigüedad (que es una expresión defectuosa).
Y esta claridad al manifestar el camino de la cruz es tan importante que no lo dijo solamente a los discípulos que lo habían confesado como Cristo, sino que convocó a la multitud que tenía aquellas opiniones erradas e insuficientes sobre él y les explicitó que quien quisiera seguirlo debería hacerlo por el camino de la cruz. El camino del discípulo no es otro que seguir a su maestro.
Fray Alvaro María Scheidl OP
San Miguel de Tucumán