21 de marzo de 2021
Jr 31, 31-34 | Sal 50, 3-4.12-13.14-15 | Hb 5, 7-9
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Juan 12, 20-33
Querido hermano
Mientras Jesús estaba en Jerusalén, algunos griegos por curiosidad y atraídos por lo que él hacía, se acercaron a Felipe y le dijeron «queremos ver a Jesús». Felipe, llamó a Andrés quién también tenía un nombre griego y ambos «fueron a decírselo a Jesús».
La petición de los griegos anónimos manifiesta la sed de ver y conocer a Cristo que experimenta el corazón de todo hombre. Y la respuesta de Jesús orienta directamente al misterio de la Pascua, la manifestación gloriosa de su misión salvífica: «ha llegado la hora de que sea glorificado el hijo del hombre».
Tal glorificación, conlleva el paso doloroso de la pasión y la muerte en la Cruz. Sólo así se realizará el plan divino de la salvación, que es para todos tanto judíos como paganos. Dónde todos están invitados a formar parte del único pueblo de la Nueva Alianza.
Por ello el conocimiento de Cristo Jesús no está lejos de la Cruz. Un Cristo sin cruz no es el Hijo de Dios. En ella conocemos la verdad del hombre y la Verdad de Dios. «Cuando sea levantado en alto sobre la tierra atraeré a todos hacia mí». La cruz es la altura del amor, es la altura del Amor de Jesús, y a esta altura nos atrae. La altura mayor de la entrega del Amor.
Ya pronto a la semana gloriosa, la liturgia nos invita a profundizar en el estado de ánimo de Jesús. Nos prepara para revivir el misterio de su crucifixión, muerte y resurrección, no como meros espectadores de un trágico acontecimiento sino más bien como protagonistas juntos con Cristo Jesús, implicados y comprometidos en el misterio de la Cruz y de la Resurrección. Allí donde está Cristo, somos invitados a encontrarnos también sus discípulos, a solidarizarnos con él en el momento del combate, así como Jesús se solidarizó con nosotros, para que finalmente seamos partícipes de su Victoria.
¿Cómo podremos entonces asociarnos a su misión? Ya cerca de su muerte gloriosa el Señor Jesús nos regala una imagen sencilla y a la vez sugestiva: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda él solo; pero si muere, da mucho fruto». Jesús es el grano de trigo desecho, para dar a toda la humanidad mucho fruto. Sólo mediante la muerte, sólo mediante la Cruz que el señor Jesús ha abrazado y besado, es que da mucho fruto para todos los siglos. ¡No bastaba si solo se hubiese encarnado! ¡Era necesario que muriera y fuera sepultado! De este modo, toda la realidad humana es aceptada en el sacrificio y por su muerte y resurrección se manifiesta entonces el triunfo de la Vida, el triunfo del Amor. Así queda demostrado que el amor es más fuerte que la muerte.
Jesús qué es verdadero hombre, con nuestros mismos sentimientos, sentía ya el peso de la prueba que se avecina, sentía ya la amarga tristeza del trágico fin que le aguardaba. Por ser verdaderamente hombre y verdaderamente Dios, Jesús experimenta con mayor fuerza el terror frente al abismo del pecado humano y todo aquello que no es Dios, que él debía llevar, cargar consigo y transformar en su amor. El Santo carga sobre sí lo que no es santo. El puro lleva sobre sus hombros lo impuro. El inocente carga la culpa del culpable.
«Ahora mi alma está turbada» -confiesa el Señor-. Le asalta la tentación de ser librado de la Cruz y de sujetarse a su vida: «Padre, líbrame de esta hora». Es la anticipación conmovedora de la oración del Señor en Getsemaní, en la que experimentará el drama de la soledad y el miedo e implorará al Padre que lo libre del cáliz de la pasión.
Pero al mismo tiempo su adhesión filial al plan divino es mantenida ya que sabe que precisamente su hora ha llegado y en esa certeza y confianza al padre clama diciendo: ¡glorifica tu nombre, oh Padre, aceptó cargar con la cruz en la cual se glorifica en nombre de Dios, es decir, la grandeza de tu amor! más tarde dirá lo mismo:» no se haga mi voluntad, sino la tuya». De este modo el Señor Jesús nos enseña cómo se ha de transformar nuestra voluntad humana y cómo se identifica con la de Dios. ¡Gran acontecimiento en el Monte de Los Olivos! Itinerario al que estamos llamados a seguir en nuestras oraciones: dejarnos transformar por la gracia para que nuestra voluntad se entregue plenamente a la voluntad divina.
Los mismos sentimientos se expresan en la carta a los Hebreos. Jesús ofrece a Dios ruegos y súplicas, clamor y lágrimas. ¡Verdadero acto del Sumo Sacerdote con el que se ofrece a sí mismo y a la humanidad entera al Padre, transformando así el mundo! Como hombre aprendió qué significa obedecer, mediante su sufrimiento, y por ello fue glorificado. El camino está trazado, la obediencia filial a Dios se da en y por el sufrimiento abrazado en la Caridad. Camino difícil de aceptar frente la hipersensibilidad del mundo contemporáneo. Camino esperando y certero ya que así como Cristo fue glorificado en él esperamos nuestra glorificación.
Camino Exigente de la cruz que Jesús indica a todos nosotros: «si alguno me quiere servir, sígame». Como cristianos no tenemos otra alternativa para realizar nuestra vocación. La Ley de la Cruz es descrita con la imagen del trigo que muere para germinar a una nueva vida. Es la lógica de la Cruz porque aquel que ama su vida y el que la odia en este mundo la salvará para la vida eterna.
«Odiar la propia vida» es una expresión demasiado fuerte para nuestros sensibles oídos, también lo es para el mundo semita. Pero esta expresión encierra una gran paradoja: señala la total radicalidad que caracteriza a al cristiano quién se pone al servicio de los demás en la caridad y allí perdiendo la vida es que la encuentra. Camino de la alegría y de la verdadera fecundidad del Amor.
Querido hermano dejémonos fascinar por Cristo así como aquellos griegos que fueron en Búsqueda de Él. Y así, como Cristo padeció muramos nosotros al pecado, y así también Cristo resucitó, vivamos nosotros para Dios. ¡Que no se apague nuestro corazón! Crucifiquemos con Él nuestro hombre viejo y en el sepulcro olvidemos todo mal para así resucitar con Él a la vida nueva a la vida en Dios.
Fray Francisco Marcelo Giuffrida OP
Mendoza, Argentina
Imagen: Cristo crucificado | Lugar: Convento San Pedro Telmo (Buenos Aires)
Una respuesta
Hermosas palabras del amor de dios. Yo acepté llevar mi cruz. Y es mi fe la que me mantiene de pie, día tras día