Solemnidad de la Santísima Trinidad
16 junio 2019
Prov 8, 22-31; Sal 8, Rom 5, 1-5; Jn 16, 12-15
Fr. Pablo Caronello
Convento Santo Domingo, Santiago, Chile
Queridos hermanos:
Habiendo concluido el tiempo pascual en el que hemos revividos los misterios de nuestra salvación, este domingo la liturgia nos conduce a fijar nuestra mirada en quien es el autor de nuestra salvación: Dios. La vida de Jesús en la tierra y el develamiento progresivo de su identidad divina, a la vez que su relación con el Padre y la promesa del envío del Espíritu Santo, nos fueron introduciendo en el misterio de Dios, el misterio más insondable que poseemos. Cuando Jesús revela a Dios, entonces aparece patente que Dios no es un ser solitario sino que, por el contrario, es comunión de Personas. En él se da la unidad más absoluta a la vez que la comunión más íntima que podemos comprender. Por esto mismo entrar en el seguimiento de Jesús y en su vida, es entrar en el misterio de Dios Uno y Trino; significa haber sido llamados a penetrar en una intimidad a la que de ninguna manera nos correspondía según nuestra propia dignidad. Jesús al revelarse nos ha compartido el secreto de la vida íntima de Dios: una vida en la que Dios siendo absolutamente uno, tanto el Padre como el Hijo y el Espíritu Santo viven de la comunión mutua de conocimiento y amor.
La Iglesia y cada uno de nosotros sus miembros, vivimos día a día de este misterio. Cada sacramento, cada bendición que se realiza se hace en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, no por una mera manera de hablar solemne sino porque verdaderamente las Personas divinas actúan siempre las tres en la salvación de los hombres. Por eso la liturgia glorifica al Padre en el Hijo por el Espíritu Santo en cada una de sus oraciones. Y cuando los bautizados rezamos no lo hacemos ante un simple tú impersonal: rezar en Cristo, orar en el Hijo es entrar en la dinámica de la Santísima Trinidad; en Cristo vamos al Padre y el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones la comunión de amor que se da entre las personas divinas.
Este domingo, es un momento propicio para contemplar a Dios en el silencio de la intimidad. Después de haber revivido los acontecimientos de nuestra salvación en la Pascua y de haber participado de la alegría pascual, deberíamos detenernos un instante y gustar de la placidez de la paz eterna en la que habita la unidad de Dios y la comunión de las personas divinas. Hemos sido redimidos y elevados a participar de esa vida, de esa apacibilidad. Hoy no es fácil hallar paz, todo es frenético y rápido. Celebrar el misterio de la Santísima Trinidad que Cristo nos ha revelado, del que vive la Iglesia y cada uno de nosotros, debería ser un llamado a buscar esa paz divina que tanto nos falta pero que en lo profundo de nuestro corazón siempre buscamos, lo sepamos o no.