7 de febrero de 2021
Job 7, 1-4.6-7 | Sal 146, 1-2.3-4.5-6 | 1Co 9, 16-19.22-23
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 1, 29-39
Querido hermano/amigo:
En la primera lectura de este domingo, encontramos un texto de Job (Job 7, 1-4.6-7) que quizá nos parece de una extrema pesadumbre, pesimismo, desilusión o carente de toda esperanza. El peso de la vida como que se nos viniera encima y nos aplastara. Para colmo no termina bien o feliz, sino que después de una vida corta que fluye como el agua corrediza, no verá nunca la felicidad. ¿Vale vivirse una vida así? Si nos atenemos a este sólo texto evidentemente no. Es que por momentos nuestra vida puede parecernos así. Es el realismo tremendo que nos muestra la palabra divina.
Pero en la divina liturgia, no son sólo textos aislados, sino integralmente tomada. Precisamente por eso viene el salmo 31 a continuación, para mostrarnos una actitud totalmente distinta: “¡Qué grande es tu bondad Señor!” Bondad que se muestra escondida, pero realísima para los que son sus feligreses, lo que lo siguen y confían en el Señor. El Señor es un verdadero refugio al amparo de las intrigas de los malvados de la tierra. Es más, Dios muestra las maravillas de su amor precisamente en el momento del peligro y la turbación, cuando el hombre piensa que ha sido arrojado lejos de la presencia del Señor.
En la segunda lectura de este domingo es el gran apóstol San Pablo (1° Corintios 9, 16-19.22-23), en la cual se muestra la imperiosa necesidad de la evangelización, o sea la predicación del Evangelio de Jesucristo. Por un lado la disponibilidad del apóstol, para dedicarse plenamente a ese ministerio y la alegría y la responsabilidad de hacerlo con alma y vida. Es que uno se convence con el pasar del tiempo y con la experiencia de la vida, que no hay otro servicio mejor para la humanidad de hoy y de siempre que la evangelización. Todo el mal que padecemos en nuestro mundo en último término lo debemos reducir a una escasa o insuficiente evangelización o nula evangelización. La fe en definitiva se deberá a una mayor o menor evangelización y la fe es la vida del alma y del mundo. Hasta en las cosas que aparentemente menos tienen que ver con esto, nos daremos cuenta que todo depende de una falta de evangelización o de una absoluta superficialidad de la evangelización. Así, por ejemplo, si nos referimos a la corrupción escandalosa de varios de nuestros políticos, veremos que obran así porque no creen sinceramente en Dios y no conocen los valores morales y espirituales que aporta sólo la fe en Cristo.
Detrás de todo bien obrar o de todo mal obrar, estará la evangelización o la falta de la misma. De ahí la importancia que todos, absolutamente todos los creyentes en Cristo, evangelicemos, catequicemos, enseñemos la fe, no sólo los obispos, los sacerdotes y diáconos, religiosas y consagrados, sino todo fiel creyente evangelice, ya de palabra, por escrito, por videos, por espectáculos, por dibujos, por la diversidad de redes sociales y por otros mil modos posibles. Con la buena y atinada evangelización llegarán todos los bienes y con la mala o la nula evangelización llegarán todos los males. ¿Parece esto un simplismo o un fundamentalismo? De ningún modo, es la más acertada verdad, quizá difícil de aceptar para quienes viven alejados de la fe, pero de esta buena evangelización no sólo depende la futura salvación escatológica de cada persona, sino también la correcta gestión de este mundo.
En el precioso evangelio de este domingo que nos aporta el evangelio de San Marcos, que estamos leyendo en este Ciclo Dominical “B” (Mc 1, 29-39), se nos muestra a Jesús decididamente en su acción evangelizadora. Predicando la fe, sanando los enfermos y expulsando los demonios. Todas las sinagogas de los judíos en cada pueblecito, aldea o ciudad es buena ocasión para predicar la palabra divina. Incansable Jesús en su ministerio de predicador. Ni los requerimientos de sus discípulos, ni los numerosos pedidos de los enfermos y endemoniados para que los sane y libere, pueden detener el ímpetu evangelizador de Jesús: vayamos a otra parte a predicar, porque para eso he venido al mundo. Ningún lugar de la tierra, por más importante ciudad o por más humilde pueblito, puede quedar sin el anuncio de la buena noticia, que es él mismo: Jesús. Sólo la oración con su Padre puede distraerlo momentáneamente de predicar su doctrina evangelizadora. Esta es una enseñanza en acto a sus discípulos: incansable predicador. Así deben ser y obrar sus discípulos. Así lo hará San Pablo principalmente, pero también los demás apóstoles y así lo transmitirán a su Santa Iglesia, una y única para todo el mundo. Si se obstaculiza la acción evangelizadora del mundo de cualquier manera, se va contra el progreso material y espiritual de los pueblos y de la humanidad entera. Así lo entendieron y vivieron tantos santos y santas, como San Agustín, Santo Domingo de Guzmán, Santa Catalina de Siena, San Vicente Ferrer, Santa Rosa de Lima, San Juan Bosco, la Madre Teresa de Calcuta, San Pío de Pietrelcina y una lista interminable. La predicación y la expulsión de los demonios, debe ser la inclaudicable misión de la Iglesia de Jesús, en todo el mundo y hasta su segunda y definitiva venida.
Fray Diego José Correa, OP
Mendoza, Argentina
Imagen: Christ healing the mother of Simon Peter (Cristo sanando a la madre de Simón Pedro) | Autor: John Bridges (1818-1854) | Fecha: siglo XIX | Londres | Colección privada
Una respuesta
Nunca hay que dejar de evangelizar. De esa manera moriríamos espiritualmente y nuestro prójimo. Todos esperamos una palabra y la mano entendida del padre para sacarnos adelante. Podemos ser esa mano para nuestros hermanos 🙏🙏🙏