13 de diciembre de 2020
Is 61, 1-2a.10-11 | Lc 1, 46b-48.49-50.53-54 | 1Tes 5, 16-24
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Juan 1, 6-8.19-28
Queridos hermanos:
Este tercer domingo de Adviento nos invita a la alegría cristiana. “Estén siempre alegres” nos dice el Apóstol. ¿Cómo alegrarnos en medio de las dificultades? Ciertamente no podemos alegrarnos de los males, pero podemos alegrarnos en la esperanza de la salvación prometida de esos males. Al alegrarnos por la esperanza, la misma esperanza se nos hará más querida. Y mientras más se aproxime el tiempo de la promesa, más se intensificará la espera hasta transformase casi en deseo de lo que está próximo.
Nuestro Dios viene. ¿Cómo nos estamos preparando a recibirlo? Fíjese cada uno si guarda la sobriedad, si practica obras de misericordia, si dedica oraciones a Dios. Viene nuestro Dios y envía a su precursor por delante a que prepare sus caminos. Pues es lo decente que alguien de gran importancia no llegue de improvisto y sin preparativos, sino con mensajeros por delante para proceder gradualmente de lo menor a lo mayor. No sea que llegando sin preámbulos el mayor sea desestimado. En efecto, Dios ha dispuesto todo en el universo de tal modo que no solamente ha creado las mejores cosas sino también las menores, de tal modo que lo inferior ayude a manifestar la bondad de las cosas superiores. Que Juan sea precursor manifiesta la grandeza de quien vine detrás.
Recordemos lo admirable de Juan Bautista: de linaje sacerdotal, su nacimiento fue anunciado por el ángel; recibió estando aún en el seno materno de Isabel la gracia en la visitación; al nacer, su padre Zacarías profetizó sobre él; luego vivió con una ascesis admirable en el desierto; vestido con piel de camello comía simplemente langostas y miel silvestre; tal era su fuerza espiritual que las multitudes acudían a él para recibir un bautismo de agua. Si el enviado tiene tal grandeza ¡¿cuál no será la del que envía?! Este profeta tan grande, el único que tuvo la dicha de señalar lo que anunciaban todas las profecías, se declara indigno de desatar la correa de la sandalia de Jesucristo; labor que era propia de los esclavos.
Tan asombrados estaban todos de Juan Bautista que los judíos le envían sacerdotes y levitas para preguntarle quién era, es decir, cuál era su papel en la obra de Dios. Y notemos la humildad de Juan, porque si les hubiera dicho que él era el Mesías (es decir, el Cristo), al instante todos le hubieran creído. Luego le preguntan: ¿eres tú Elías? Juan Bautista responde que no. Esta respuesta puede parecer contradictoria con aquella otra que Jesús había dado a Pedro, Santiago y Juan, cuando le preguntaron por qué los fariseos decían que primero debía venir Elías (Mt 17, 10-13). Jesús les había dado a entender que Juan el Bautista era Elías. Y, además, Jesús, cuando enseñaba sobre Juan el Bautista a la gente, había dicho: “si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir” (Mt 11, 14). ¿Por qué, entonces, Juan Bautista dice que él no es Elías si el Señor mismo dice que él es Elías? Para comprender esto es necesario distinguir el modo en que cada uno habla. Porque Cristo enseñaba a las multitudes según la Ley nueva que él traía, es decir, hablaba espiritualmente; en cambio, Juan les estaba respondiendo a los judíos que tenían una mentalidad carnal, que interpretaban el regreso de Elías no como el regreso de su poder profético espiritual sino de un regreso de Elías en persona. Así pues, como a hombres carnales, incapaces de entender espiritualmente las Escrituras, Juan les responde sencillamente que él no es Elías.
En efecto, Juan Bautista tenía el espíritu profético de Elías, pero no era Elías en persona. Es un error frecuente entre los paganos pensar que las almas emigran de un cuerpo a otro después de la muerte. Así Herodes pensaba que Jesús era una reencarnación de Juan Bautista (Mc 6, 14-16). Para eliminar estos errores Juan Bautista responde que él no es el mismísimo Elías bajado del cielo ni una reencarnación de su alma. Notemos cómo en la Sagrada Escritura no hay nada vano e inútil, sino que de la meditación atenta de las mismas dificultades en que pareciera contradecirse se extrae una enseñanza para responder a los diferentes errores de los hombres.
¿Quién es, entonces, Juan? La voz que clama en el desierto: allanen el camino del Señor. No pide a los hombres que hagan bajar a Dios, pues eso no les corresponde, sino que les pide lo que les compete, a saber, que se dispongan a recibirlo. Porque no es la salvación un asunto que dependa del hombre solo sino primeramente de Dios. ¿Y qué es allanar el camino sino quitar los obstáculos y las piedras? Estos obstáculos que impiden la llegada de Dios a nosotros son los pecados, especialmente la dureza de corazón. Que el Señor nos conceda –queridos hermanos– prepararnos a recibirlo.
Fray Alvaro María Scheidl OP
San Miguel de Tucumán
Imagen: Preaching of St John the Baptist (Predicación de San Juan Bautista) | Fresco | Artista: Domenico Ghirlandaio (1449-1494)