Domingo XXXII
7 de noviembre de 2021
1Re 17, 8-16 | Sal 145, 6c.7.8-9a.9bc-10 | Hb 9, 24-28
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 12, 38-44
Queridos hermanos:
Hay quienes creen supersticiosamente que los hombres no morirían una sola vez, sino que las almas una vez salidas del cuerpo volverían a otros cuerpos de animales menos nobles como castigo para purificarse de sus faltas, pasando, de esta manera, por muchos animales y muriendo muchas veces según la gravedad de sus pecados, hasta quedar libres de todo pecado.
Este pensamiento extravagante, es falso por varios motivos. En primer lugar, porque el alma humana no puede estar sino en un cuerpo humano, dado que sólo éste tiene las cualidades necesarias para que el alma pueda ejercer sus operaciones. En segundo lugar, porque el sufrir solo no basta para purificarse del pecado, sino que es necesaria también una voluntad arrepentida de las acciones malas. El sufrimiento purga del pecado cuando humildemente es aceptado como castigo justo por las culpas. Efectivamente, observamos muchas veces en los malvados, que ante el sufrimiento no se retraen de su pecado, sino que, al contrario, se hacen peores y se rebelan contra Dios; y así, por más que pasasen por incontables vidas y dolores sólo irían de mal en peor sin nunca terminar. De allí que Dios, en su justicia y clemencia, al condenar al alguien al infierno fija una medida al castigo, de tal modo que pone un límite a la maldad. Grande es –hermanos- la Sabiduría de Dios que ha fijado para el hombre una sola vida. Hay quienes dicen: “sería mejor que Dios hubiera dado a los hombres muchas vidas, porque entonces tendrían muchas oportunidades de salvarse y no una sola”. Pero ¿es que acaso esta vida es una sola chance? Yo me maravillo que no se den cuenta de que cada día es una posibilidad de arrepentirse. ¿Y qué digo cada día? Más aún a cada hora, a cada minuto Dios está llamando a la conversión a los pecadores. No –hermanos-, no nos engañemos, no se pierden los hombres por falta de oportunidades.
En tercer lugar, tampoco es suficiente el dolor y el sufrirlo de buena gana para purificarse, sino que es necesaria la gracia de Dios, por la cual el hombre es salvado y puede amar a Dios nuevamente; porque sin amor a Dios no hay purificación de los pecados. El pecado, en efecto, consiste precisamente en apartarse de Dios para volverse a las creaturas. Y el hombre, una vez apartado de Dios, ya no puede volver a él sin el auxilio divino. ¿Y cómo es que el hombre puede apartarse de Dios por su propia cuenta y no volver a él por su propia cuenta? Muy fácil: lo mismo que cualquiera puede tirarse en un pozo por su propia cuenta, pero no puede salir de él por su propia cuenta. Roto el vínculo de la creatura con Dios, la creatura no puede restaurarlo por sí misma, ya que la distancia a Dios es infinita, sólo Dios puede rehacerlo.
En fin, hay una sola muerte, porque Dios no hizo la muerte, sino que ésta se introdujo a causa del pecado, y, por lo tanto, está destinada a desaparecer cuando se termine de cumplir el plan divino. Esta vida debe compararse a un solo viaje: es decir, un tránsito hacia el destino final. Y la muerte es el momento último y más importante del viaje; ya que inmediatamente después de la muerte el alma es juzgada por Dios en cuanto a su salvación o condenación. No hay después de la muerte tiempo para la penitencia, sino que el tiempo de la misericordia es esta vida, luego vendrá el tiempo de la justicia. Así lo enseña la Escritura: “el destino de los hombres es morir una sola vez, después de lo cual viene el Juicio” (Heb 9, 27).
Y aún queda el Juicio del final de la historia de la humanidad, cuando Jesucristo, Juez supremo, después de resucitados los muertos, ponga al descubierto todas las obras -las buenas y malas- y todos los pecados sean descubiertos, entonces se manifestará lo oculto del corazón de cada uno. Es decir, Cristo en su segunda venida, mostrará sus llagas gloriosas a todos; y ante sus llagas preciosas se manifestará lo que hay en los corazones de los hombres; así lo profetizó el anciano Simeón: Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción […] a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones (Lc 2, 34-35). Y también san Pablo afirma: no juzguéis nada antes de tiempo hasta que venga el Señor. Él iluminará los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones de los corazones. Entonces recibirá cada cual de Dios la alabanza que le corresponda (1 Cor 4, 3-5); y el mismo Señor en el evangelio según san Mateo dice: entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes con gran poder y gloria (Mt 24,30). Se golpearán el pecho todas las razas de la tierra: los justos se golpearán el pecho arrepentidos de las ofensas cometidas contra el Salvador por las cuales padeció esas llagas; en cambio, los malos se golpearán el pecho por el castigo que merecieron por su culpa contra el Salvador, con un arrepentimiento ya sin fruto alguno.
Por eso -hermanos-, mientras peregrinamos durante este tiempo de misericordia, veneremos con fe el cuerpo divino de Jesucristo, nuestro Salvador, especialmente sus llagas gloriosas por las cuales nos llegaron el perdón y la paz.
Fray Álvaro María Scheidl OP
San Miguel de Tucumán