Domingo VIII

Domingo VIII

Liturgia de la Palabra

No elogies a nadie antes de oírlo razonar

Lectura del libro del Eclesiástico     27, 4-7
 
    Cuando se zarandea la criba, quedan los residuos: así los desechos de un hombre aparecen en sus palabras.
    El horno pone a prueba los vasos del alfarero, y la prueba del hombre está en su conversación.
    El árbol bien cultivado se manifiesta en sus frutos; así la palabra expresa la índole de cada uno.
    No elogies a nadie antes de oírlo razonar, porque allí es donde se prueban los hombres.
 
Palabra de Dios.
 
 
SALMO
     Sal 91, 2-3. 13-16
 
R.
 Es bueno darte gracias, Señor.
 
Es bueno dar gracias al Señor,
y cantar, Dios Altísimo, a tu Nombre;
proclamar tu amor de madrugada,
y tu fidelidad en las vigilias de la noche. R.
 
El justo florecerá como la palmera,
crecerá como los cedros del Líbano:
trasplantado en la Casa del Señor,
florecerá en los atrios de nuestro Dios. R.
 
En la vejez seguirá dando frutos,
se mantendrá fresco y frondoso,
para proclamar qué justo es el Señor,
mi Roca, en quien no existe la maldad. R.

Nos ha dado la victoria por Jesucristo

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto     15, 51. 54-58
 
    Hermanos:
    Les voy a revelar un misterio:
    No todos vamos a morir, pero todos seremos transformados.
    Cuando lo que es corruptible se revista de la incorruptibilidad y lo que es mortal se revista de la inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: «La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?» Porque lo que provoca la muerte es el pecado y lo que da fuerza al pecado es la ley.
    ¡Demos gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo!
    Por eso, queridos hermanos, permanezcan firmes e inconmovibles, progresando constantemente en la obra del Señor, con la certidumbre de que los esfuerzos que realizan por Él no serán vanos.
 
Palabra de Dios.
 
 
ALELUIA
     Flp 2, 15d. 16a
 
Aleluia.
Ustedes brillan como haces de luz en el mundo,
mostrando la Palabra de Vida.
Aleluia.
 
 
EVANGELIO

De la abundancia del corazón habla la boca.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     6, 39-45
 
    Jesús hizo esta comparación: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?
    El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.
    ¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo», tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.
    No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.
    El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.
 
Palabra del Señor.

Predicación

El evangelio de este domingo podríamos considerarlo como una invitación a la consideración de la virtud de la humildad.

La primera consideración de la humildad mira a la relación entre el discípulo y el maestro. Jesús nos enseña que «el discípulo no es superior al maestro» (Lc 6,40). En efecto, nosotros no somos superiores a nuestro Divino Maestro. En nuestra vida cristiana es Jesucristo quien ocupa el lugar de Divino Maestro y nosotros de discípulos suyos. Pero somos discípulos que aspiran a llegar a ser como su maestro porque él mismo dice: «sean santos como Padre celestial de ustedes es santo» (Mt 5,48). Y en ese deseo de ser como él y como el Padre no hay soberbia, sino humildad. Porque la humildad, decía Santo Tomás, es aquella virtud que hace que no aspiremos a cosas grandes sin contar con la regla de la recta razón[1]. Y así, el discípulo humilde de Jesús aspira a una gran santidad. Pero aspira a alcanzarla no con sus esfuerzo o energía, sino con el auxilio y el favor divino.

La segunda consideración de la humildad ya no mira a la relación discípulo maestro, sino a la relación de los discípulos entre sí. Por eso dice nos aconseja el Señor: «saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano» (Lc 6,42). La razón de esta sentencia está en que aprendamos a que lo propio del discípulo humilde es que «viendo sus defectos, se considera pequeño, como Abraham al decir al Señor “Hablaré a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza”»[2]. Por esa razón, decía San Isidoro de Sevilla que es propio del humilde estar como adherido a la tierra –humus[3]. Pero si el discípulo no cultiva su vuelta hacia sí mismo, su mirada hacia su propia condición y sólo mira al prójimo, nunca podrá sacar la viga de su propio ojo y cual ciego que está vendrá a caer en un pozo (Lc 6,39).

La humildad, finalmente, se conoce por los frutos: son frutos buenos, dice el Señor, porque el humilde «saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón» (Lc 6,45). Porque la humildad «como las demás virtudes, se muestra preferentemente en la interioridad del alma»[4]. En cambio, el soberbio solo saca de la maldad de su interior frutos conforme a su condición.

Nos conceda el Señor, este último domingo antes de la cuaresma, ver qué tesoros sacamos de nuestro interior para nuestro bien, el de nuestros hermanos y la gloria de Dios. Amén.

Fray Juan María Andrada OP
Córdoba

[1] Santo Tomás de Aquino, II II, q. 161, a. 1c.

[2] S.Th., II II, q. 161, a. 1, ad. 1.

[3] San Isidoro de Sevilla, Etimologías, BAC, Madrid 2004, X, 115.

[4] S.Th., II II, q. 161, a. 3, ad. 3.

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