11 de abril de 2021
Hch 4, 32-35 | Sal 117, 2-4.16-18.22-24 | 1Jn 5, 1-6
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Juan 20, 19-31
Queridos hermanos:
La Iglesia nos invita hoy a volver nuestra mirada hacia las llagas verdaderas de Jesucristo, las únicas que nos salvan. Como dice la Escritura: Mirarán al que traspasaron. Jesús es aquél traspasado por nuestros pecados. Aquella mirada a las llagas del traspasado en la cruz que causaban horror, ahora se ha trocado en una mirada llena de alegría, confianza y serenidad a las llagas gloriosas del resucitado. Después de su resurrección Jesús se aparece a sus discípulos y les muestra sus manos y costado de donde brota la misericordia que alcanza a toda la humanidad. Esas mismas llagas que mostrará a todos cuando aparezca de nuevo al final de los tiempos.
La resurrección no ha borrado el pasado, pero lo ha transformado radicalmente; las llagas ya no son dolorosas, sino gloriosas y gozosas; ya no son heridas sino sobrenaturales cicatrices. Ellas no nos deben infundir angustia ni tristeza, sino confianza y alegría. Es cierto que el pecado ha sido lo que ha herido y dado muerte al Señor Jesús; pero el pecado, por muy grande que sea, no puede destruirlo completamente. Él vive; y aquella herida se ha transformado en gloria y gozo. Cristo ha querido conservar las llagas en su cuerpo resucitado como un trofeo de su victoria. Pero además, las ha conservado porque intercede con ellas ante el Padre para siempre por nosotros. Cada vez que celebramos la Eucaristía, Él muestra y presenta al Padre sus manos y costado traspasados. Y Esto es lo que imita el sacerdote cuando, presidiendo la eucaristía, eleva las manos y las muestra a Dios para interceder por el pueblo. El sacerdote no confía en sus propias manos, sino en las manos de aquél que fueron elevadas en la cruz, no con sangre ajena, sino con la propia sangre inocente. Pues el sacerdote actúa en la persona de Cristo (in persona Christi).
El resucitado es el mismo que fue crucificado, porque no hay gloria sin cruz. El misterio de la resurrección no ha borrado el misterio de la cruz, nosotros podemos acudir siempre a Cristo vivo para alcanzar misericordia. El Señor Jesús enseñó a sor Faustina Kowalska a orar siempre con confianza en él diciendo: Jesús, en vos confío. Nadie debe desesperar de su Misericordia. Nadie, por más pecador que se sienta, debe creerse abandonado por ella. Dice el salmo: «Una cima grita a otra cima» Como un abismo reclama otro abismo, así los pecados más grandes atraen más a la Misericordia de Dios. Esta misma misericordia es la que mantiene reunidos a los discípulos en la Iglesia naciente: hombres y mujeres en multitudes que, arrepentidos de haber entregado al Jefe de la vida, se hacían bautizar en el nombre de Jesús.
De su costado brotó sangre y agua. Simbolizando los dos sacramentos del bautismo y la eucaristía. En el bautismo son lavados todos los pecados, para que todos elevemos unas manos puras hacia Dios. En la eucaristía las faltas veniales son purgadas y el alma se robustece con el amor a Dios. Necesitamos acudir a esta fuente de la misericordia. Jesucristo le reveló privadamente a Faustina acerca de este día de la Divina Misericordia: El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas (Diario 699).
Fray Álvaro María Scheidl OP
San Miguel de Tucumán
Imagen: Divina Misericordia | Autor: Adolfo Hyla | Fecha: 1944
Una respuesta
Así es y así sea,ser nosotros misericordiosos con los demás y no solo que que quede en nosotros amén