Tercer modo de orar
Domingo se disciplinaba con una cadena de hierro para expiar sus propias culpas, las de los pecadores y por las almas del Purgatorio.
Textos bíblicos
Sal 17, 35; 50; 129
Reflexión
¿Cómo hacer vida este modo de orar de Santo Domingo? En la actualidad no sólo no se entiende, sino que resulta inaceptable, porque la sociedad actual, al contrario, promueve todo aquello que le es saludable al cuerpo, como la buena alimentación y la práctica de ejercicios físicos; y esto es algo globalmente asumido. Hay un texto de San Pablo que nos puede ayudar, y es la carta a los Gálatas 2, 2: “no vivo yo, es Cristo quien vive en mí y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí”.
Ante todo, tenemos que ver qué es lo que motivaba a Santo Domingo a practicar este modo de oración. El texto que ha llegado a nosotros que nos narra sus nueve modos de orar, indica que este tercer modo él lo practicaba por tres intenciones: por los propios pecados, por los de los demás y por las almas del purgatorio”. De allí podemos deducir que lo que le llevaba a esto era su deseo de configurarse con Cristo y de la salvación de las almas.
Hoy tenemos que traducir esta intención de Santo Domingo a nuestro tiempo. Con solo vivir a fondo el precepto del amor que nos dejó el Señor Jesús, tenemos allí un amplio abanico de posibilidades. Porque no se trata solamente de que dediquemos ciertos momentos a la oración secreta. Esto es muy necesario e importante, pero toda la vida tiene que ser un encuentro con el Señor. De hecho, santo Domingo lo vivía así. Esa oración nocturna, secreta, era plasmada en sus actitudes cotidianas, en gestos de delicadeza con los hermanos, en quedarse en vela toda una noche para lograr sembrar la semilla de la palabra en el corazón de un hospedero, en inclinarse ante el misterio de Dios y del hermano, etc. De allí que, como dice el beato Jordán, “todos cabían en la inmensa caridad de su corazón”.
Por ello, este tercer modo de orar de Santo Domingo, en el que él castigaba su cuerpo por la salvación de las almas, reconociendo que él también necesitaba implorar la salvación de la suya, puede ser vivido por todos nosotros cada vez que en nuestra vida cotidiana tenemos ocasión de morir a nosotros mismos, de ceder, de tener paciencia, de acoger a un hermano, aunque me signifique sacrificar mi tiempo, de privarme de algo para darlo a quien lo necesite, etc. Y lo bello de esto es que, la alegría, la paz y la vida nueva del Cristo resucitado va asomando detrás de cada pequeña muerte cotidiana y, si lo hacemos por el Señor, por amor a él, uniéndonos a él, algo comienza a transformarse en nosotros, porque, como dice fray Pedro Liégé: “en el sacrificio y en la muerte de Cristo reconoce nuestra fe la fuente y la desembocadura de cuanto en nuestra vida tiene forma de sacrificio y de renuncia”. Y así ese Cristo resucitado que yo recibo en cada comunión, aunque sea una comunión espiritual, va tomando forma en nosotros, porque la vida resucitada con Cristo mana ya ahora de nuestro morir juntamente con Él. Si lo vivimos así, cada celebración de la Eucaristía estrecha más esa alianza que tenemos con Él y vamos a llevando a plenitud nuestro bautismo en el que se enraíza nuestra consagración, porque los brazos abiertos del Señor Jesús acogen todo lo que en nosotros toma forma de cruz vivida por amor a Él.
Oración
Oh Dios, que concediste a Santo Domingo contemplar día y noche el misterio pascual de Cristo, haz que nosotros, viviendo en esta luz, seamos casa de predicación y alabanza tuya. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Sor Estela del Carmen Medina
Monasterio Inmaculada Concepción | Concepción – Tucumán