Domingo XXII
29 de agosto de 2021
Dt 4, 1-2.6-8 | Sal 14, 2-3a.3cd-4ab.4cd-5 | St 1, 17-18.21b-22.27
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 7, 1-8.14-15.21-23
La deformación de la religión en aquel tiempo, es la que padecemos también ahora; cuando nosotros los pastores, que deberíamos transmitir la Palabra de Dios para que ilumine y enriquezca todas las actividades humanas, predicamos sin evangelizar, sin Evangelio. Cuando predicamos sociología, filosofía, estética, ecología, fraternidad humana, cambio climático: cuando parecemos masones o ateos.
Cuando ejercitamos la religión, pero olvidando que es una virtud cristiana, y por tanto que Dios nos la dio para hacernos virtuosos, y no para entretenernos con juegos musicales y encuentros comunitarios. Cuando pensamos la pastoral como una corrección (o incorrección) gramatical, olvidando conducir las ovejas a la honra y reverencia debida a Dios. Cuando atropellamos la conciencia de los fieles, obligándolos a que actúen como nuestro criterio “humano” nos guía, guía ciego que nos conduce al pozo. Cuando parecemos niños-infantilizados, autoconvenciéndonos de “lo bien que está la Iglesia, nuestra Orden”, etc. Cuando nuestro corazón está lejos de Dios y cerca de nosotros mismos.
Cristo nos llama en este Evangelio a nosotros los pastores, a hacer un gran examen de conciencia, porque abandonamos la oveja extraviada (extraviada porque es de “otra línea”) para entretenernos con las ovejas amigas.
La religión pura y limpia no sólo se ocupa de los ritos sagrados, sino de “contemplar” los misterios de Dios, y de “transmitir a los otros lo contemplado”. El pastor debe “estar en Dios y Dios en él”, y ser como decían del Cura Brochero: “allá traslasierra hay un pastor que cree y vive lo que predica”.
Fray Rafael María Rossi OP
Mendoza, Argentina