Domingo XXVII
3 de octubre de 2021
Gn 2, 4b.7a.18-24 | Sal 127, 1-2.3.4-5.6 | Hb 2, 9-11
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 10, 2-16
El Evangelio de hoy, nos presenta una de las tantas ocasiones en que los fariseos, buscaron desacreditar a Jesús. Esta vez, tratan de ponerlo a prueba, interrogándolo respecto a la licitud del divorcio que permitía la ley de Moisés, buscando así, centrar la discusión sobre este tema. Sin embargo, Jesús, hábilmente centra la discusión, no sobre el tema del divorcio y su licitud, sino sobre la relación matrimonial del hombre y la mujer, a partir de la realidad del amor recibido de Dios, para unirse de un modo pleno, físico y espiritual, dando lugar a una relación, como creaturas de Dios, que ningún ser humano puede separar. Si la realidad de la legislación del divorcio se da, es únicamente para responder de alguna manera, al problema de la fragilidad e inmadurez humana, incapaz de asumir un compromiso de amor.
Así, Jesús pone el acento en el compromiso de mutua fidelidad, que exige el amor matrimonial. Fidelidad dada por el hecho de que siendo el hombre y la mujer creados por Dios, fueron hechos por el Creador, para amarse. El amor mutuo –entendido, como la capacidad recíproca de reconocer en la persona que tengo frente a mí, el valor de su vida y su calidad, sus cualidades y su capacidad de amar, como ser humano, y como hija o hijo de Dios–, es el sentido de la vida del hombre y la mujer como seres humanos y creaturas de Dios.
El amor es el don que Dios nos regala, para que sea el fundamento verdadero, de toda relación humana en su gran diversidad de formas, y en el matrimonio, este fundamento adquiere la característica de fidelidad exclusiva, con el compromiso de respetarse mutuamente, porque ambos, aunque distintos en forma de ser, por su condición de hombre y mujer, son sin embargo, por el hecho de ser seres humanos e hijos de Dios, iguales en dignidad, iguales para compartir responsabilidades, iguales en el respeto de sus derechos, y por eso, la relación de amor conyugal, excluye toda actitud y relación de dominio de uno sobre el otro.
A la luz de la respuesta de Jesús a los fariseos en el evangelio y el relato de la creación en el Génesis, podemos descubrir la relación hombre-mujer y el amor matrimonial, como un ícono de lo que están llamadas a ser idealmente, todas nuestras relaciones humanas en nuestra vida: relaciones de amor. Por eso creemos por fe que el amor comprometido en el sacramento del matrimonio, es signo, sacramento del amor de Dios en medio del mundo; no en cuanto a que todas las relaciones humanas deban ser relaciones matrimoniales, sino en cuanto que si en toda relación ponemos amor, comprometiendo nuestra vida, según el ejemplo de Cristo, entonces toda relación humana, la viviremos comprometidos, entregando nuestra vida con verdad, con honestidad, en lealtad, en fidelidad, con respeto por las personas, con respeto por su dignidad y sus derechos, con justicia, y desterraremos toda relación de dominio y poder de una persona sobre otra.
Desde el amor, entendido como fuente y contexto de toda relación humana, –renunciando a la tendencia de prejuzgar y juzgar–, podemos también abrirnos con misericordia y comprensión, en nombre de Dios y como signo de su amor infinito, para acoger, dialogar y acompañar, a quienes viven la contradictoria realidad de estar divorciados y tener a la vez, la necesidad de acercarse a Dios, para sentirse acogidos por Él.
El amor, aunque a nivel macro, no es lo que hoy mueve al mundo, sin embargo, es lo que le da sentido verdadero a nuestra vida, cuando nos abrimos a él y a su fuente en Dios, como los niños pequeños, para quienes, el todo de su vida, son sus padres. Que el Señor nos de la gracia de buscar a Dios y su Reino, como niños, ya que Él mismo nos dice, que esta es la actitud necesaria, para entrar en él.
Fray Miguel Ángel Ríos OP
Santiago de Chile