Breve historia
Bartolomé (Bartolo) nace en Latiano cerca de Brindisi (Italia) el 11 de febrero de 1841. Estudió en Nápoles la carrera de derecho y allí la ejerció con éxito. Había perdido casi la fe dedicándose a sesiones espiritistas, pero providencialmente se encontró en su camino con el dominico fray Alberto Radente, que lo devolvió al camino de la gracia. Con el tiempo entra a formar parte de la Orden seglar dominicana (1817) y ya entonces, como presagiando su futura actividad, tomó el nombre de Rosario. El rosario de María informó toda su vida personal y toda su actividad para la salvación de los demás y para ello ideó infinidad de medios: catequesis, libros, obras religiosas y sociales. Estuvo casado con María Ana Farnararo, viuda de Fusco, también benemérita por tantas obras. En 1876 iniciaba la construcción en Pompeya de un inmenso templo-basílica en honor de la Virgen del Rosario y en tomo al santuario una serie de obras sociales y asistenciales, como dos orfanatos y una tipografía. Dio origen también a una congregación dominicana de Hijas del Santísimo Rosario de Pompeya (1890), dedicada a la asistencia de los pobres y marginados. Aunque soportó una fuerte oposición, nadie ni nada logró separarlo de un apasionado amor a la Orden dominicana, a la que consideró en todo momento inspiradora de toda su obra hasta el final de su vida. Ha escrito numerosísimas obras, editadas en parte por él mismo, de alabanza a la Virgen María y de alabanza a la Orden de Predicadores y de tantas figuras insignes de ella, así como obras de finalidad catequética y de promoción de la justicia social. Murió el 5 de octubre de 1926 y está sepultado en el santuario de Pompeya. Fue beatificado solemnemente por Juan Pablo II el 26 de octubre de 1980.
Liturgia de las Horas
Del Común de santos, o de los consagrados a la misericordia.
Oficio de lectura
Segunda lectura
De los Escritos del beato Bartolomé Longo, seglar de la Orden de Predicadores
(Come si deve pregare, Pompei 1914, apénd. XXVI, p. 320)
Maravilla de la unión a la voluntad divina
Entre todas las maravillas de la omnipotencia de Dios no hay cosa más maravillosa que la unión de la naturaleza humana con la naturaleza divina en la persona del Verbo divino que adoramos en Jesucristo; y, asimismo, parece que ninguna otra unión pueda ser más estupenda que la divina maternidad que veneramos en María.
Pero más allá de estas dos obras maestras del Altísimo ¿qué hay de más sublime que la unión de nuestra voluntad con el querer santísimo de Dios? ¿Qué cosa puede ser más agradable a Dios y qué otra puede hacernos más semejantes a Jesucristo?
Efectivamente, san Clemente de Alejandría dice que quien obedece a Dios se hace a semejanza del Señor Dios que trata con Dios en forma humana. (Strm. 7)
Ya se considere cómo se ennoblece y se eleva la voluntad humana que se identifica con la de Dios, sea que se considere el abajarse de la voluntad divina que viene a unirse con la del hombre, ¿no tiene esta unión prodigiosa trazas de semejanza con el Verbo que se hizo carne?
En la encarnación de Cristo la naturaleza humana no subsiste por sí misma, sino en la persona del Verbo, que la hace subsistir y obrar de un modo totalmente divino. También en nuestra unión con Dios la voluntad humana no actúa ya sola, es decir, por su propio movimiento natural sino que su conducta, su fuerza, su apoyo y su acción vienen a ella principalmente de la voluntad divina.
En la encarnación. Dios, que es espíritu puro, invisible por naturaleza, se hace sensible y palpable por su unión con la carne visible y mortal. Del mismo modo, la voluntad de Dios, de por sí escondida e imperceptible a los ojos del hombre, se manifiesta en la vida y en la virtud de los santos, que siguen los impulsos de la voluntad divina.
En la encarnación el hombre, que es verdaderamente la nada, puede decir con verdad: soy Dios; de la misma forma en la unión de conformidad con la voluntad de Dios el hombre puede también decir: mi voluntad, que de por sí es nada, se hace voluntad divina.
La voluntad humana que se conforma a la divina se hace totalmente santa y es ennoblecida con la asimilación más perfecta que puede darse entre el Creador y la criatura.
Por ello quien renuncia a su propia voluntad para abrazar la de Dios tiene el espíritu de tal modo iluminado y un corazón tan amplio, que solamente Dios constituye su gozo y felicidad, al mismo tiempo que la persona humana se convierte en objeto de la complacencia y de las delicias de su Dios.
Responsorio 2M 1, 5. 3
R. Que escuche el Señor vuestras oraciones, se reconcilie con vosotros. * Y no os abandone en la desgracia el Señor, vuestro Dios.
V. Que os dé el deseo de adorarlo y de hacer su voluntad. * Y no os abandone en la desgracia el Señor, vuestro Dios.
Otra:
De los Escritos del beato Bartolomé Longo, seglar de la Orden de Predicadores
(Il Terz’Ordine della Penitenza di San Domenico, Valle di Pompei 1885, pp. 14, 43-50)
Los seglares en la gran Familia dominicana
Al querer descubrir los orígenes de esta institución eclesial y social, la gran Familia dominicana, que ha dado innumerables héroes y ha traído inmensos bienes a la Iglesia y a la comunidad civil, es necesario recordar en primer lugar a santo Domingo en su actividad en Francia, que es donde tuvo su cuna la Orden.
Y dado que tanto en el orden sobrenatural como en el natural, las obras llevan siempre la fisonomía de su autor, de modo que desde el primer momento ya revelan la índole, el poder, la finalidad y los medios de su obra la misma personalidad de su autor, es justo conocer en primer lugar este hombre, tan nombrado en nuestro siglo tanto por los amigos como por los enemigos.
La tercera Orden de santo Domingo es un estado de vida que tiene como finalidad elevar a los seglares a mayor perfección, haciéndoles partícipes, aun viviendo en el mundo, del espíritu, de las prácticas piadosas y de las obras de la familia religiosa que los acoge. Se llama Orden por la autoridad y estabilidad de sus reglas, aprobadas por la santa Sede como se aprueban las de las Órdenes religiosas. Se da una razón más por la que se llama Orden y es su estrechísimo vínculo con la Orden dominicana, que es una de las más antiguas Órdenes aprobadas por la Iglesia. La tercera Orden participa tan ampliamente de la vida espiritual de los hijos de santo Domingo, de sus observancias, de su espíritu y de las gracias a ella concedidas, que ella misma merece ser llamada Orden.
Por ello la cofradía del rosario, aunque estrechamente unida a la Orden dominicana, no obstante no es una Orden. El rosario es sin duda una oración maravillosa. Cada terciario debe rezar el rosario y difundirlo. Pero esta devoción, si bien impone a los fieles algunos actos de devoción tan excelentes, sin embargo no llega a constituirlos en un entero estado de vida y bajo una regla particular aprobada por la santa Sede. Por ello la cofradía del rosario no se considera Orden y sus socios no toman parte tan íntimamente en la vida de los dominicos en el modo tan absoluto como lo hacen los terciarios, tanto interna como externamente. Sucede aquí de modo semejante a como sucede con dos lagos situados junto a un mismo río: ambos reciben sus aguas, pero conforme a la capacidad de cada uno y al modo de estar comunicados con el río.
La tercera Orden, por tanto, acoge en su plenitud a los fieles de cualquier estado, padres, hijos, casadas y vírgenes, que siguen viviendo dentro de las propias familias, dispuestos a cumplir las propias obligaciones y que se unen entre sí solamente por el lazo de la caridad y por la observancia de una misma regla. La finalidad de esta Orden tercera de seglares (o presbíteros) ha sido siempre el hacer florecer de nuevo el espíritu primitivo del catolicismo, que es un espíritu de fe viva, de penitencia, de negación de sí mismo y de caridad con el prójimo. Como ha escrito el P. Lacordaire: « Con la institución de los frailes Predicadores Domingo había sacado fuera del desierto las falanges monásticas, armándolas con la espada del apostolado; con la tercera Orden introduce la vida religiosa en los hogares. Viose el mundo poblado de jóvenes, viudas, esposos, personas de todos los estados, que llevaban en público las enseñas de una Orden religiosa, que producía santos con la simple observancia de sus reglas. Cada cual las observa en el secreto de la propia casa con toda exactitud. Por lo cual hoy no es necesario, para imitar a los santos, huir del mundo; cada habitación puede convertirse en celda y cada casa puede ser una Tebaida.»
El santo Fundador quiso reunir tres formas de vida: la contemplativa, la activa y una tercera como fusión de las dos, o equilibrio de las tres: a esto se reducen las tres Órdenes: las monjas en la contemplación, los frailes en la predicación y los seglares en la acción.
¡Bien podía aquel gran corazón quedar satisfecho con lo que había hecho ya en Languedoc! Y, sin embargo, tanto en Languedoc, como en Lombardía le pedían una cosa aún más ardua. Era necesario repeler la fuerza con la fuerza, las armas con las armas. ¿Quién animaba a tomar estas armas? ¿Quién de hecho las empuñaba? La gente creía que entre la vida monástica y la vida seglar no se daba término medio: o vivir encerrado en un monasterio, profesando los consejos evangélicos, o vivir en la amplitud del mundo. O todo mundano, o todo religioso. Unir ambas cosas; unir, por ejemplo, en el palacio de un noble un convento y una familia; unir los instrumentos de penitencia con las armas de un soldado, unir cosas tan opuestas: esto se propuso y obtuvo santo Domingo. El glorioso Patriarca enroló a muchos bajo su bandera. Les dio una norma común de vida mediante oraciones diarias, la abstinencia, mortificación y prácticas como usaban las religiosas en Prulla y los frailes bajo la regla de san Agustín y más tarde sus constituciones propias. Les dio una forma de vida conforme a su propio espíritu y a la condición de aquellos tiempos y para la edificación de aquellos con los que debían tratar, o con los que debían convivir. Y ellos se pusieron una cruz sobre el pecho, la cual —dicen los cronistas— era blanca y negra en relación con la penitencia. El fin principal de esta institución fue introducir en las familias el espíritu de mortificación y penitencia y difundir entre los seglares de todas las clases sociales la práctica de las virtudes propias de la Orden de Predicadores.
Responsorio Ef 6, 10.12-13
R. Buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas que Dios da para poder resistir las estratagemas del diablo. * Porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las fuerzas sobrehumanas y supremas del mal, que dominan este mundo de tinieblas.
V. Por eso tomad las armas de Dios para poder resistir en el día fatal, y después actuar a fondo y mantener las posiciones. * Porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las fuerzas sobrehumanas y supremas del mal, que dominan este mundo de tinieblas.
La oración como en Laudes.
Laudes
Benedictus
Ant. Bartolomé, vivificado por la gracia de Dios, mientras estuvo en este mundo vivió de tal manera que su fe y costumbres fueron una perfecta alabanza al nombre de Dios.
O bien, especialmente con canto: ant. Las almas de los justos están en las manos de Dios y ya no les toca el tormento de los malvados.
Oración
Dios todopoderoso, que en el bienaventurado Bartolomé, apóstol del rosario y padre de la infancia abandonada, nos has dado un admirable modelo de caridad; concédenos, por su intercesión, que sepamos ver y amar en nuestros hermanos a Jesucristo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Vísperas
Magníficat
Ant. El Padre llamando al mundo al banquete de bodas de su Hijo mandó a su siervo prometiendo las delicias de la vida.
O bien, especialmente con canto: ant. Virgen María, nadie nació en el mundo semejante a ti: floreciendo como una rosa, perfumando como un lirio. ¡Madre santa de Dios, ruega por nosotros!
La oración como en Laudes.