Aniversario de todos los hermanos y hermanas difuntos de la Orden de Predicadores

Breve historia

Nuestra Orden, pueblo de bautizados que caminan hacia Dios entregados a la misión apostólica, habiendo celebrado ayer la gloriosa festividad de los hermanos y hermanas que en el cielo unidos gozan plenamente de la gloria de Cristo, en la celebración de hoy recuerda a los que, habiéndose dormido en el Señor, ya nos precedieron marcados por el bautismo, de modo que podamos ayudarlos en este aniversario de todos ellos.

 

Liturgia de las Horas

Todo como en el Oficio de difuntos, excepto lo siguiente.

Oficio de lectura

Primera lectura
Del Libro de las Lamentaciones                                                                                          17-26

Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor Me ha arrancado la paz y ni me acuerdo de la dicha; me digo: « Se me acabaron las fuerzas y mi esperanza en el Señor. » Fíjate en mi aflicción y en mi amargura, en la hiel que me envenena; no hago más que pensar en ello, y estoy abatido.

Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión; antes bien, se renuevan cada mañana: ¡qué grande es tu fidelidad! « El Señor es mi lote », me digo, y espero en él. El Señor es bueno para los que en él esperan y lo buscan; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor.

Responsorio
R. Tú que resucitaste a Lázaro, ya fétido, del sepulcro: * Concédeles, Señor, el descanso y el perdón.
V. Tú que vendrás a juzgar a vivos y muertos y al mundo por el fuego. * Concédeles, Señor, el descanso y el perdón.

Segunda lectura
De los Escritos de fray Pedro Andrés Liégé, presbítero

(Le temps du défi: les chrétiens à l’épreuve, Mulhouse 1978)

Morir juntamente con Cristo

En el sacrificio y en la muerte de Cristo reconoce nuestra fe la fuente y la desembocadura de cuanto en nuestra vida tiene forma de sacrificio y de renuncia. ¿No es la cruz de Jesús donde el Dios vivo ha manifestado que él convierte en esperanza nuestra misma muerte, y todos los males y calamidades que se infiltran en nuestra vida? ¿No es en el sacrificio de Cristo donde, llevando hasta el extremo una agonía y combate espiritual, Jesús ha restaurado con plenitud las relaciones del hombre con Dios?

Morir juntamente con Cristo es comprometerse a seguirlo; es caminar con él en la misma esperanza y combate espiritual. Nos comprometemos en el mismo combate espiritual que Cristo cuando optamos decididamente por Dios y por el amor fraterno, cueste lo que cueste y aunque se opongan la mentira, la injusticia, la fatalidad, la violencia, el odio, los resortes del poder, el miedo. Nos comprometemos en la esperanza con Cristo cuando nos ponemos plenamente en las manos del Dios vivo, cuando estamos en lo más profundo del sufrimiento ante nuestra misma muerte, o ante nuestra desesperación, o nuestros fracasos, o ante la desesperanza de otros hombres, o en las pruebas diversas de la vida.

El misterio pascual brilla luminoso en el horizonte de todas las renuncias aceptadas, de todas las frustraciones sufridas, del control de nosotros mismos, de la disciplina a que nos sometemos. Y esto es algo muy distinto de una actitud sapiente de tipo estoico o de un simple ascetismo moral. La vida resucitada con Cristo mana ya de la muerte juntamente con Cristo, ella transfigura nuestro combate y nuestra pobreza, estimula nuestra ofrenda y nuestra decisión. Si vivimos, vivimos para el Señor: si morimos, morimos para el Señor.

En la vida y en la muerte somos del Señor. (Rm 14, 8) Morir juntamente con Cristo es superar la indiferencia apática de la existencia; es dejar de lado tantos caprichos, dejar de lado la inconstancia, olvidar la superficialidad, abandonar la vanidad y las apariencias y elegir, en cambio, con decisión y adherirse con fidelidad al Evangelio.

Morir juntamente con Cristo es desprenderse o dejarse expoliar de las riquezas o de la gloria humana para ordenar la vida con la mirada puesta en el reino de Dios.

Morir juntamente con Cristo es correr el riesgo de un amor fraterno que requiera el desprendimiento del propio; es el sufrir riesgos por el testimonio de la verdad y de la justicia entre los hombres, o sufrir marginaciones por la fidelidad a la palabra dada.

Morir juntamente con Cristo es aceptar la incomprensión y las resistencias de quienes nos rodean y admitir los cambios que sirvan para reactivar la fidelidad.

Morir juntamente con Cristo es aceptar la propia muerte como una ofrenda y una entrega filial a Dios y es aceptar en la esperanza también la muerte de nuestros hermanos y amigos.

Morir juntamente con Cristo es vivir con alma serena la propia vejez, el abatimiento, y los fracasos, incluidos también los mismos fracasos apostólicos.

Morir juntamente con Cristo es liberarse del egoísmo y del narcisismo para poder responder a tantas exigencias de amar, de compartir, de perdonar, de reconciliarse.

Morir juntamente con Cristo es conocer en determinados momentos la oscuridad de la fe y mantenerse aún entonces en la fidelidad.

Tantos son, pues, los actos de renuncia y los momentos de sacrificio casi imprescindibles en toda existencia cristiana, vivida en profundidad. Pero librémonos de hacer de ellos un programa fijo. El Espíritu Santo hará ver a cada uno en el momento escogido, en una paz y gozo más hondos que las tempestades de la superficie y el desasosiego del ánimo, la llamada que le concierne, según la etapa en que esté, el tiempo en que vive, y la vocación que ha recibido. No hay ni una celebración de la Eucaristía en la que Cristo, compartiendo el sacrificio pascual con sus creyentes reunidos, no acoja en sí todo lo que en la vida de los fieles tenga razón de sacrificio y de renuncia evangélica para convertirlo en frutos de vida por la fuerza de su resurrección. ¿Es así nuestra celebración de la Eucaristía?

Responsorio                                                                                                                        Sal 50, 4
R. Señor, no me juzgues según mis actos: nada digno de mérito he hecho en tu presencia; por eso ruego a tu majestad: * Borra mi culpa, Dios mío.
V. Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado. * Borra mi culpa, Dios mío.

Laudes

Benedictus, ant. Yo soy la puerta —dice el Señor—; quien entre por mí se salvará y encontrará pastos, aleluya. 

Oración
Oh Señor, ya que hemos recibido de ti esta misma maravillosa promesa, te pedimos, acojas contigo en la paz y en el gozo a nuestros hermanos y hermanas difuntos, a quienes en vida amaste con inefable amor y les diste la gracia de servirte con caridad apostólica en la predicación del Evangelio. Por nuestro Señor Jesucristo.

Vísperas

Magníficat, ant. No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, aleluya, aleluya. 

La oración como en Laudes. 

Preces por los difuntos
La celebración por los difuntos puede concluirse, si se cree oportuno, con estas preces. Las respuestas, una de alabanza y otra de súplica, pueden ser cantadas.

Adoremos a Jesús crucificado Hijo del Padre eterno, concebido por obra del Espíritu Santo, nacido de la Virgen María, Palabra eterna de Dios, diciendo

R. Te adoramos, Señor.

Oh Jesús crucificado, templo santo de Dios, en el que moran la bondad y misericordia del Padre para con los hombres,

R. Te adoramos, Señor.

Oh Jesús crucificado, refugio de la justicia y del amor, lleno de bondad, fuente de toda fidelidad, digno de toda alabanza,

R. Te adoramos, Señor.

Oh Jesús crucificado, Rey y centro de todos los corazones, en quien se hallan todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, en quien habita toda la plenitud de la divinidad, en quien el Padre se complace,

R. Te adoramos, Señor.

II
Cristo resucitado, primogénito de entre los muertos, prenda de nuestra confianza y esperanza, intercede por nosotros al Padre: supliquemos por medio del que es Señor de vivos y no de muertos, diciendo:

R. Intercede por nosotros.

Oh Cristo, de cuya plenitud hemos recibido todos, que eres nuestra eterna esperanza, lento a la cólera, rico en piedad y generoso con todos los que te invocan,

R. Intercede por nosotros.

Oh Cristo, fuente de vida y santidad, que lavaste a nuestros hermanos con el agua del bautismo y los nutriste con tu Cuerpo y Sangre,

R. Intercede por ellos.

Oh Cristo, salvación de los que esperan en ti, esperanza oculta de todos los hombres, poder liberador de toda criatura,

R. Intercede por todos los que hoy dejan esta vida.

Bendición final
Os bendiga el Dios de todo consuelo, que creó al hombre por inefable bondad y en la resurrección de su Unigénito otorgó a los creyentes la esperanza de resucitar. Amén.

O bien:
La paz de Dios, que sobrepasa todo deseo, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en el conocimiento y amor de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Amén.

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