Adviento, el amanecer de la justicia

Un recién nacido que es Germen de Vida y de Luz para toda creatura

Este nombre mesiánico Germen en el griego de Septuaginta se expresa como Anatolé, o sea como amanecer, luz de aurora, despuntar de luz. Hay una analogía entre el brotecito verde de una planta que renace, luego de un durísimo invierno, con el fenómeno gozoso del despuntar de la luz, el clarear del alba, luego de una fría y opaca noche. Por tanto: Amanecer, Aurora, luz del alba, estrella matinal, son nombres mesiánicos. De allí que la antífona O de las vísperas del veintiuno de diciembre llame al que Viene: ¡Oh Oriente, esplendor de la luz eterna y Sol de Justicia!

El profeta Jeremías nos promete un nuevo amanecer. Nos promete que las tinieblas del corazón y del mundo serán disipados por la luz nueva de la Palabra hecha carne. La oscuridad nos llena de temor, nos paraliza. La oscuridad es imagen del desconocimiento de Dios, del rechazo mutuo. En la oscuridad se sumergen tanto las fieras tenebrosas como los factores de la iniquidad. La oscuridad vuelve vulnerable a todo ser humano, le priva de sus defensas. La oscuridad postra en el sin sentido, en la irracionalidad de las pasiones, en lo orgiástico de los placeres evasivos ante el definitivo ser para la muerte. El amanecer vence el mal, el desconocimiento, infunde una senda y un sentido al peregrino de la vida. Vence la postración, impulsa a la apertura, descubre el rostro del otro, saca de la prisión del yo, abre al tú, al don. La luz es sinónimo de amor.

Jeremías nos está anunciando ese Amanecer que brota del pesebre de Belén. Esa Aurora que nos regala María, la causa de nuestra alegría, la Madre de la Luz verdadera que viniendo al mundo ilumina a todo hombre. Este Germen es nuestra Luz.

Acercarse a esta Luz que brota del niñito en el pesebre es recibir la Justicia, la Salvación, la Santificación. Separarse del ámbito de esa luz que despunta, que brota en Belén, es juzgarse a sí mismo, en el sentido de condenación y no de salvación. No acudir presurosos a la Luz de Belén es preferir voluntariamente la oscuridad de la asfixia del desamor, es condenarse, es dejarse tragar por el abismo del infierno del propio yo cerrado al don, al tú, al amor.

Quién acuda presuroso y pobre, necesitado, con un corazón deseante de la salvación, un corazón pecador pero que acelera con su deseo el alba de la justicia; quién acuda así al pesebre, como los pastores de los campos de Belén, no tendrá miedo cuando ése niño, pobre y lloroso, se muestre en la majestad de la Gloria en su segunda Venida. La clave es ponerse en camino, en la fe, que es deseo de amor y salvación, hacia el pesebre. Poniéndonos en camino hacia el pesebre nos disponemos a recibir a Jesucristo, el que siempre viene, no como Juez sino como Salvador.

Decíamos que, siguiendo la profecía de Jeremías, el pesebre es el nuevo Paraíso, el Palacio del verdadero David que es reconstruido en su prístina verdad y belleza; el pesebre es el amanecer que aleja los miedos de la muerte, la oscuridad del pecado, el terror de vivir con un Dios lejano, desconocido, incoloro. El pesebre hace amanecer en nosotros el conocimiento del Dios de Jesucristo que es nuestro Padre. El pesebre nos revela a un Dios que no sólo es Amor, en su comunitaria esencia, sino exquisita ternura, sonrisa, lágrimas y abrazo.

El pesebre es también un Juicio. Este Germen y este Amanecer que es el Niño viene a instaurar un nuevo orden, una equitativa distribución, viene a hacer justicia a sus pobres como proclama el mesiánico salmo 71. La vida de Jesús, la luz verdadera, es un Juicio de separación, de discernimiento. No se puede permanecer indiferentes ante este Germen de David, debemos tomar partido, realizar una opción y por esa opción somos juzgados.

Fray Marco Antonio Foschiatti OP

Oración para el tiempo de Adviento

La tierra, Señor, se alegra en estos días,
y tu Iglesia desborda de gozo
ante tu Hijo, el Señor Jesús,
que se avecina como luz esplendorosa,
para iluminar a los que yacemos en las tinieblas,
de la ignorancia, del dolor y del pecado.
Lleno de esperanza en su venida,
tu pueblo ha preparado esta corona
con ramos del bosque y la ha adornado con luces.
Ahora, pues, que vamos a empezar
el tiempo de preparación
para la venida de tu Hijo,
te pedimos, Señor,
que, mientras se acrecienta cada día
el esplendor de esta corona, con nuevas luces,
a nosotros nos ilumines
con el esplendor de Aquel que,
por ser la Luz del mundo,
iluminará todas las oscuridades.
Te lo pedimos por Él mismo
que vive y reina por los siglos de los siglos.

Amén.

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