Fray Ángel María Boisdron OP

Datos biográficos

 

Un predicador en formación

El 10 de enero de 1845 nació en Montmoreau, distrito de Barbezieux, provincia de Charente, Francia, aquel niño llamado a un destino nada común.

En Montmoreau, su pueblo natal, realizó sus estudios prirnarios. Para los secundarios fue enviado al Petit Seminaire de la ciudad de Cognac, situada en la misma provincia de Charente, según ya expresamos. Estando ya para terminar sus estudios humanísticos, un retiro espiritual dirigido por el dominico Mateo Lecomte, decidió al joven seminarista Boisdron a ingresar en la Orden dominicana.

El padre Lecomte años después fundaba en Jerusalén, el convento de San Esteban, en el antiguo santuario del protomártir del cristianismo. Los dominicos franceses, bajo la dirección del renombrado escriturista Fr. José María Lagrange, establecieron allí en 1890, la Escuela Bíblica de San Esteban, que hasta el día de hoy es uno de los centros de estudio bíblicos de mayor jerarquía que existen en el mundo.

Contando ya 17 años de edad, ingresó en el noviciado del convento de Lyon, en donde vistió el hábito el 13 de mayo de 1862. Bajo la dirección de religiosos que habían sido compañeros o discípulos del P. Enrique Domingo Lacordaire, restaurador de la Orden Dominicana en Francia y uno de los más afamados oradores sagrados del siglo XIX, plasmó su espíritu en una austera vida religiosa, en el amor al estudio y en la fe apostólica que lo caracterizaba.

Al finalizar el sexto año de su carrera eclesiástica, fue enviado al convento de Aviñón, residencia de los Papas en el siglo XIV para recibir la ordenación sacerdotal, ceremonia que se realizó en la catedral, el 22 de mayo de 1869, y celebró su primera Misa en la Basílica del Rosario, el día 24.

De Lyon volvió a Carpentras para cursar el último año de sus estudios, y graduarse en Lector o sea de profesor de filosofía y teología.

Al terminar su carrera, a mediados de 1870, fue enviado a Poitiers, a fin de que se ejercitara en la predicación, para la que manifestaba notables condiciones, y dos años más tarde, volvía a Carpentras para iniciarse en la enseñanza superior como profesor de filosofía e historia eclesiástica.

Cambio de rumbo

Un buen día del año 1874, un dominico argentino que realizaba un viaje por Europa, al enterarse que el P. Pierson, a quien había conocido en Córdoba y mucho apreciaba, residía en Carpentras, decidió llegar hasta allí para presentarle sus saludos. En el convento de Carpentras conoció al P. Boisdron, que frisaba en los veintinueve años de edad, y quedó tan prendado de sus cualidades, que no cejó hasta convencerlo que debía venir a nuestra patria, en donde se necesitaban hombres como él.  

Al año siguiente, determinado ya a venir a la Argentina, solicitó el permiso correspondiente y, en febrero de 1876, desembarcaba en Buenos Aires.

Entonces desde su llegada a Buenos Aires comenzó a enseñar teología. Un tiempo después el Provincial, Fray Reginaldo González, le proponía venir a Tucumán formando parte del equipo que encabezaba el P. Pío Canto, encargado de restablecer en el convento tucumano, la vida de observancia que había iniciado en Córdoba en 1857 el P. Olegario Correa, y poco a poco fueron adoptando los restantes conventos del país. No cabía duda de que el francés recién llegado era un buen elemento para tal finalidad, como el tiempo se encargará de confirmarlo. Con todo, es de suponer que el Provincial no imaginó el brillante destino que le estaba reservado: superaría con creces las esperanzas puestas en él.

Durante los siete años y medio que corren entre enero de 1883 y agosto de 1890 ejerce el cargo de Prior del convento. Durante el cólera que azotó la ciudad, en su segundo priorato, fue notable la actividad de los padres dominicanos que, bajo su dirección, atendieron los lazaretos que se instalaron. 

 

La epidemia de cólera en Tucumán

Se calculan entre 5.000 y 6.000 las víctimas del cólera en Tucumán, aunque no es posible establecer cifras precisas, pues no siempre pudieron registrarse los casos ni las defunciones a causa de que mucha gente, en su ignorancia, desconfiaba de los médicos y de las comisiones de sanidad; creían que las autoridades trataban de exterminar a las personas contagiadas, y por lo tanto no denunciaban a sus enfermos y sepultaban por su cuenta a sus muertos.

En medio del desastre, Tucumán dio pruebas de heroísmo y abnegación. Las autoridades civiles, los médicos locales y otros venidos de Buenos Aires y Córdoba, los eclesiásticos, los clubes, las colonias de residentes extranjeros, españoles, italianos y franceses, y otras asociaciones que se organizaron para hacer frente al flagelo, como también los particulares, acudieron a aquella cita de honor para combatir con la muerte.

A medida que la epidemia avanzaba, un problema iba presentándose cada vez más pavoroso en Tucumán, el de los huérfanos, cuyo número crecía día por día, y que sobrepasaba con mucho las posibilidades de las familias caritativas que había ido haciéndose cargo de ellos transitoriamente. Entonces surgió, corno suele ocurrir providencialmente en las horas solemnes, una gran figura de mujer, encendida de fe cristiana e impregnada de ese santo amor humano que Jesús había predicado, doña Elmina Paz de Gallo. De familia patricia, viuda y hermana de hombres espectables y de desahogada posición económica, respetada por todos, de los ricos y de los pobres, por su nobleza de alma, por su modestia, por sus virtudes, ella concibió el noble anhelo de recoger esos niños huérfanos, de ser su amparo y su madre. Y a esa obra tan alta y tan digna decidió consagrar toda su fortuna y todo el resto de su vida.

Dr. Gregorio Aráoz Alfaro

Como narra en su autobiografía, muy preocupado por el pavoroso problema de los niños que la peste dejaba en la orfandad, Boisdron fue a pedirle que cediera provisoriamente su casa de la ciudad, situada en la calle Belgrano, hoy 24 de Setiembre, a media cuadra de la plaza mayor, para recoger a los huérfanos. Doña Elmina respondió tan generosamente al pedido, que no sólo facilitó su casa, sino que se ofreció ella misma para recoger y atender a los niños. Esto tenía lugar el 28 de diciembre, cuando la peste llegaba a su punto culminante.

 

Las Hermanas Dominicas

Bajo la dirección del P. Boisdron, en un primer momento atiende a los niños en su casa, pero su íntimo deseo es que esa labor no sea transitoria: quiere dedicar su vida y su fortuna al cuidado de aquellos y otros niños pobres.

En vista de tan noble disposición, el P. Boisdron acaricia la idea de fundar una congregación religiosa y luego de los trámites correspondientes ante la autoridad diocesana, el 15 de enero de 1888 la señora Elmina –que adopta el nombre de Sor María Dominga del Santísimo Sacramento, aunque todos la llamarán Madre Elmina- y un grupo de señoritas visten el hábito de Santo Domingo y queda establecida la Congregación de Hermanas Terceras Dominicas del Santísimo Nombre de Jesús.

El 30 de junio del año siguiente se inaugura el edificio del Asilo de Huérfanas, situado en la tercera cuadra de la Avenida Sarmiento. Allí se establecerá la Casa Madre de la Congregación y se fundará una escuela gratuita para niñas. En estos últimos años se ha creado también el instituto Santa Catalina de Siena.

De gran beneficio no sólo para Tucumán, sino también para buena parte de la República, será la nueva corporación religiosa, pues, superadas las primeras etapas y tomando un creciente vigor, se dedicará también a la enseñanza y extenderá su radio de acción a otros lugares de la provincia y del país.

Así vemos surgir, en primer término, el Colegio del Santísimo Rosario de Monteros (1895) y, poco después, el Asilo de Huérfanas de Santiago del Estero. En 1902 se funda en Tucumán el Colegio Santa R osa que, con el tiempo y el esfuerzo, llegará a adquirir una elevada jerarquía en su medio.

Los años de 1908 y 1909 marcan un nuevo avance de la Congregación al establecerse el Asilo de la Sagrada Familia en Santa Fe, el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús, en Buenos Aires, y el Colegio-Asilo «Francisco Javier Correa», en Rosario.

Todas estas fundaciones se realizaron en vida de la Madre Elmina, que murió ejemplarmente, como había vivido, el 2 de noviembre de 1911, a la edad de 78 años. Poco más de un año antes, el 8 de setiembre de 1910, el P. Boisdron había obtenido la aprobación pontificia de la corporación. Al recio temple espiritual de ambos fundadores, se debe la existencia de esta benemérita congregación argentina de religiosas dominicanas, la segunda que se fundaba en el país.

 

Últimos días

Hacia mediados de octubre de ese mismo año, encontrándose en Monteros, se sintió atacado de apendicitis, y a pesar de la rapidez y solicitud con que se lo atendió, al ser trasladado a la ciudad para una intervención quirúrgica, ya se había declarado una aguda peritonitis. Falleció el día 16, rodeado por sus hermanos de hábito, de sus religiosas y de sus más íntimos amigos.

Murió con la muerte de los justos, frisando en los 80 años de edad, precisamente a los 79 años, diez meses y seis días. Dejaba en herencia a todos el recuerdo perdurable de una plenitud y de una ejemplaridad de vida y toda una serie de obras realizadas en el más elevado nivel espiritual.

Al día siguiente se ofició un solemne funeral en Santo Domingo y se puede decir que las amplias naves del templo resultaban estrechas para contener la enorme concurrencia que asistió. Al finalizar el oficio religioso, hizo uso de la palabra el franciscano Salvador Villalba.

A las 16 tuvo lugar el sepelio, en el mismo templo, con la asistencia de las autoridades civiles y eclesiásticas de la provincia.

Luego habló el Prior del convento, Fray Gonzalo Costa y de inmediato se procedió a la inhumación de sus restos en una de las naves del templo, hoy basílica.

Allí permanecieron durante cuarenta y cuatro años, o sea hasta fines de diciembre de 1968, en que fueron exhumados para ser trasladados a la Casa Madre de las Hermanas dominicas.

Ellas también habían exhumado los restos de la Madre Elmina y, en solemne ceremonia, sendas urnas con los restos de ambos fundadores fueron colocadas en la capilla, en un lugar de privilegio. Allí descansan sus despojos mortales, mientras sus espíritus velan desde el cielo por la congregación.

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Fuente: GONZÁLEZ OP, Rubén. R. P. Fray Ángel María Boisdron OP 1845-1924. Conferencia dictada en la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino, el 18 de octubre de 1971, en ocasión del 47º aniversario de la muerte del P. Boisdron.  

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