Sexto domingo de Pascua
15 de mayo de 2022
Hch 15,1-2.22-29 | Sal 66,2-3.5.6.8 | Ap 21,10-14.22-23
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Juan 14,23-29
En este domingo, el sexto del tiempo de Pascua y ya cercanos a la Solemnidad de la Ascensión, la liturgia nos trae nuevamente este fragmento del discurso sacerdotal del Señor.
En primer lugar, resalta la importancia de la fidelidad: “el que me ama será fiel a mi palabra.” Esa fidelidad que requiere aprender a escuchar, aprender a obedecer la palabra del señor. Es una hermosa paradoja que contrasta con el espíritu del mundo. El mundo ofrece una aparente libertad ilimitada, puedo ser y hacer lo que yo quiera. De la misma manera el mundo asegura que la religiosidad nos hace esclavos: Nos cuestiona el por qué tantas reglas, por qué tantos mandatos, por qué, por qué… “Se libre” nos dice el mundo, el precio a pagar por esa libertad es muy poco, solamente nuestra libertad. Horrible engaño, una aparente libertad a cambio de la libertad verdadera. Un “Haz lo que quieras” que nos convierte en esclavos; esclavos de los vicios, esclavos de los deseos desordenados, esclavos de las apariencias…
Por el contrario, la aparente contradicción que se da en el evangelio es un camino totalmente diferente: ser fiel y obedecer la palabra del señor, aquello que el mundo confunde con esclavitud, es el único camino que me lleva de la esclavitud a la libertad verdadera; libertad que solo puede ser comprendida en la dinámica del amor.
Dios no es como el mundo, no es como un amo déspota, es un padre que ama a sus hijos. Por este motivo, la frase continúa diciendo “mi padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él.” Este señor ofrece a cambio su intimidad, se ofrece a sí mismo, se da a nosotros.
El amor es lo único que puede sacarnos de nosotros mismos, el amor nos impulsa hacia otros, es éxtasis que nos saca de la oscuridad y de la esclavitud para llevarnos a aquel que es el centro de todo, al Padre. Entonces comprendemos que nuestra naturaleza verdadera es ser hijos en aquél que nos ha amado y se ha entregado por nosotros.
De aquí puede surgir la pregunta sobre cómo reconocemos a un verdadero cristiano. Si hemos prestado atención, la respuesta es simple: No lo reconocemos por sus dones, no lo reconocemos por su formación, no lo reconocemos por el puesto que ocupa en nuestra comunidad… lo reconocemos precisamente en aquello que es lo más importante: el amor. Todo lo demás, aunque importante, es secundario. Solo el amor convierte nuestro barro en un milagro. Por eso el Señor dice en el mismo discurso: “En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos, en el amor que se tengan los unos a los otros.”
El Señor continúa su discurso nombrando al paráclito, aquel que recordara todas las palabras del señor, aquel que hará que pase por nuestro corazón todo aquello que hemos escuchado (según la etimología de la misma palabra recordar). Y nos llevará a la plenitud del amor que habita en nosotros.
Sabiendo esto podremos comprender en qué consiste la verdadera Paz que da el Señor. No es la ausencia de guerra ni la ausencia de conflictos, la paz verdadera es “presencia,” esa presencia de Dios en nosotros: ser morada de la Trinidad, amar con el amor con que fuimos amados desde toda la eternidad. Porque amar no es otra cosa que responder a aquel que nos amó primero.
Por todo esto, que la paz esté hoy y siempre con ustedes.
Fray Cristian Yturre OP
Córdoba
Imagen: Figure of Christ (Figura de Cristo) | Autor: Heinrich Hofmann | Fecha: 1884