Domingo XXIX
17 de octubre de 2021
Is 53, 10-11 | Sal 32, 4-5.18-19.20.22 | Hb 4, 14-16
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 10, 35-45
«No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?».
Tanto el profeta Isaías al referirse al Siervo Doliente de Dios, como el apóstol en su epístola a los Hebreos hablando del Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, nos anuncian, así como anunciaron a su generación, la sabiduría de la cruz. Nuestro Señor Jesucristo, en el Evangelio, lo afirma, utilizando las tradicionales expresiones del cáliz y del bautismo.
Estas expresiones, para los primeros cristianos, están llenas de sentido, por su conocimiento cercano del Antiguo Testamento, de la tradición judía, y la evangelización de los apóstoles y misioneros cercanos al mismo Jesucristo, a sus palabras, expresiones y gestos. Si recorremos las profecías del Antiguo Testamento, y particularmente las de Isaías, encontramos la idea de “beber o derramar el cáliz de la ira de Dios”, que hace temblar a los reyes y levitas infieles; ellos alcanzan, por la vía de temor al castigo, la reconciliación con el Justo Juez, y así son testigos de la voluntad de Dios, de, habiendo anunciado el castigo, obtener la conversión de sus fieles. Idealmente, el Señor prefiere ser amado a ser temido, pero es mejor ser temido a ser ignorado y traicionado. De hecho, es posible temer primero a Dios en su justicia y, deseable, luego de conocer su infinita misericordia, amarle.
En el Evangelio, el cáliz que Jesús ha de beber y sus discípulos compartir, se convierte en el conjunto de penas y sufrimientos, amargos y dolorosos, que está dispuesto a afrontar, por su Divina Misericordia, para alcanzarnos la salvación. Aún hoy, en el lenguaje corriente utilizamos la expresión “bautismo de fuego”, para indicar una prueba difícil y a eso se refiere el Señor aludiendo a su pasión, muerte y resurrección. En otro pasaje, justo antes de su Pasión, Él mismo pedirá ser librado de ese cáliz, pero acepta la Voluntad salvífica del Padre. Jesús ha anunciado ya tres veces a sus discípulos y apóstoles lo que habría de sufrir.
Santiago y Juan afirmaron que podían beber de ese cáliz. Cáliz de salvación, dulce en el paladar, pero, como el proverbial rollo del apocalipsis, amargo en las entrañas. Pero no por amargo, menos deseable. No por doloroso, menos posible. No por penoso, menos necesario para la salvación del mundo y la nuestra. Cuando los apóstoles, en este pasaje y otros, se aprestan para ser coronados y gobernar a las naciones, teniendo el paladar ávido de un cáliz dulce y esperando recibir un bautismo más parecido al nuestro, que al destino fatal y sangriento del Mesías (un poco de agua sobre la cabeza y oleo bendito en la frente); pensarían quizás, en cómo los reyes y emperadores, presidentes y gobernantes, juegan con las naciones y sus riquezas al modo de una partida de ajedrez. Un poco más adelante, el Señor explica que el lugar que les corresponde a sus discípulos, más aún a sus apóstoles, es el de los pequeños, el lugar de siervo, el último sitio en el banquete. Él vino para servir al hombre y dar su vida en rescate por la multitud de sus fieles.
Y, aún así, los apóstoles le dicen: “podemos”. Jesús les aclara que el cáliz es amargo y el bautismo doloroso, pero que efectivamente, lo beberán. Y si podemos beber del mismo cáliz del Señor y ser bautizados con su mismo bautismo, igual que los discípulos y apóstoles, es porque somos su descendencia elegida, el pueblo sacerdotal, las piedras vivas de la Nueva Jerusalén. Él, el Hijo de Dios, hecho para nosotros Sumo Sacerdote, ha sido sometido a nuestras pruebas, sometido a nuestro bautismo, si podemos llamarlas así, en todo, como dice la Escritura, menos en el pecado; Él es ciertamente capaz de compadecerse de nosotros, porque lleva nuestros pecados sobre sus hombros. El yugo que Jesús pone sobre nuestros hombros es suave y su carga ligera, porque él es quien lo carga. Entonces sí, podemos decir con san Pablo, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. A causa de sus fatigas, nosotros vemos la luz del perdón y la redención.
Gracias a Dios, y su providencia amorosa, la dulzura del Cáliz de Jesús, el Vino nuevo, esa dulzura, la gustaremos un día, en la gloria de los ángeles y santos, en el banquete celestial ante el trono de la Gracia. Confiados a su misericordia, tomando su yugo sobre nuestros hombros, elevados por su amor y entrega, inspirados por su ejemplo, un poco como los apóstoles, dispongámonos a beber del mismo cáliz de amargura aquí en la tierra y a ser bautizados con el mismo bautismo del Señor. Y entonces sí, digámosle al Señor, con la certeza de recibir su salvación, «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir».
Fray Ángel Benavides Hilgert OP
Imagen: Jesus Bearing the Cross (Jesus carga con la cruz)| Autor: James Tissot | Fecha: 1886-1894 | Ubicación: Brooklyn Museum