Domingo XV
11 de julio de 2021
Am 7, 12-15 | Sal 84, 9ab-10.11-12.13-14 | Ef 1, 3-14
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 6, 7-13
Queridos hermanos:
Jesucristo, durante su vida terrena, dio claros signos de establecer su Iglesia. A través de diversas instancias manifestó su voluntad fundacional y dotó a la Iglesia de una estructura visible. Y una vez resucitado y ascendido al cielo envió al Espíritu Santo que continúa su obra. Así, hay unidad entre la obra del Espíritu y de Cristo en la Iglesia. No hay dos iglesias: una la de Cristo (que sería jerárquica y visible) y otra la del Espíritu (que sería carismática e invisible). Algunos parecen haber sido inducidos a esta idea de separar a Cristo y al Espíritu por contraponer carisma y jerarquía. Pensando que el carisma era algo opuesto a la institución jerárquica, llegaron a la conclusión de que la institucionalidad de la Iglesia sería como un lastre del cual es necesario librarse para no entorpecer al Espíritu. Como si el carisma fuese una fuerza vital descontrolada y el objetivo de la institución sería (en el mejor de los casos) limitar la acción de los carismas.
El evangelio de hoy nos previene contra este error. Si prestamos atención, notaremos que Cristo da a los apóstoles el don de sanar a los enfermos y expulsar a los demonios al mismo tiempo que los envía. Recordemos que enviar (en griego apostello, de donde viene apóstol, que significa enviado) es aquí un término técnico que indica algo así como el representante, embajador o delegado. Y Cristo les dio exusían, es decir, autoridad o poder. Entonces, al tiempo en que los constituye en Apóstoles les da la autoridad y el carisma apostólico. Sanar enfermos al ungirlos con óleo, expulsar a los espíritus inmundos y predicar el Evangelio forman parte del carisma apostólico. Y el Espíritu Santo, enviado por Cristo resucitado, continúa y lleva a término la misma obra que Cristo comenzó en su vida terrena, y no otra.
¿Y qué predicaron los Apóstoles? El evangelista Marcos dice que ellos “predicaron que se convirtieran”. La palabra conversión traduce el griego metánoia, que significa, en primer lugar, cambio de opinión, cambio de parecer, y, de allí, penitencia, arrepentimiento o conversión. Se trata, sin duda, de un estado reflexivo y de pesar por la obra mala realizada. Pero hay algo más, que es el cambio o giro. Dado que el pecado fue un dar la espalda a Dios y volcarse hacia las creaturas (aversio a Deo et conversio ad creaturas), la conversión será, precisamente, el movimiento contrario: volverse de cara a Dios nuevamente. Entonces, la conversión significa un giro precisamente en éste ámbito: del pecado hacia Dios. Notemos que en este sentido es impropio hablar por ejemplo de “conversión pastoral” o “conversión misionera”, porque la conversión de la que nos habla el Evangelio no es de otra cosa sino del pecado hacia Dios.
Por último, cabe aclarar que la conversión no es un proceso, ya que sólo hay dos opciones: estar de cara o no a Dios. Por este motivo, la conversión es instantánea, repentina e incluso fechable (muchos cristianos podrían hasta señalar el día de su conversión). Es una obra de la gracia de Dios. Debemos precavernos contra complicaciones inútiles y afectadas. La conversión es algo sencillo; es sí o no. No hay pasos previos ni situaciones intermedias (nadie puede estar “medio convertido a Dios”). Y por eso, la conversión es también sencilla de predicar: basta un conocimiento mínimo de Dios, su perdón, el pecado y la culpa para que todo hombre pueda escuchar el llamado a la conversión.
Fray Alvaro María Scheidl OP
San Miguel de Tucumán
Imagen: Jesús enseñando | Ubicación: Convento de las Hermanas de San Vicente de Paúl – Betania, Betania (Israel).