Domingo XIV
4 de julio de 2021
Ez 2, 2-5 | Sal 122, 1-2a.2bcd.3-4 | 2Co 12, 7-10
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 6, 1-6a
“Sea que escuchen o se nieguen a hacerlo”, sabrán esto: “hay un profeta en medio de ellos” (Ez 2, 5). Así es como el profeta Ezequiel recibe las palabras que el Espíritu le manifiesta. ¿Quiénes lo sabrán? El pueblo de Dios al que debe dirigirse las su discurso, un pueblo que tiene como señal característica la rebeldía.
La obstinación y el corazón endurecido
El Señor envía a su profeta como si ya no deseara siquiera verlos, ellos –los israelitas– junto con sus padres se han sublevado contra Él “hasta el día de hoy”. Esta expresión dispone la inclusión de todos los hombres (la generación presente) en el “hoy” sacro de Aquel que “vive por los siglos de los siglos” (Ap 4, 9). Lo mismo ocurrirá con Jesús al entrar en Nazaret, pues la insistencia en la pregunta por su origen (un carpintero) produce en ellos el escándalo antes que la admiración gozosa por las obras de Dios.
La obstinación y la dureza de su corazón los ubica en el sitio de críticos acérrimos, incapaces de escuchar el mensaje de salvación. Se hacen así mismos recipientes impenetrables donde la savia del anuncio de la salvación no tiene cabida. Más aún, son corazones hartos y saturados pero de maldad. Como la oración clamorosa del salmista que eleva los ojos a Dios para solicitarle piedad, así debemos mirar a Dios para que nos libre: “porque estamos hartos de desprecios…” (Sal 122, 3).
El contexto del salmo de hoy expresa la llamada doliente a Dios de un alma saturada de la burla de los arrogantes, como la arrogancia a la que nos conduce el individualismo y el olvido del prójimo. Es también un alma harta del desprecio de los orgullosos y soberbios, incapaces de reconocer a un profeta de Dios. Tal es la afirmación de Jesús para con sus paisanos: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa” (Mc 6, 4). Esto nos da una clara idea, según lo han hecho notar los estudiosos, de que la hostilidad hacia Jesús no fue algo absolutamente extendido a todo Israel.
El grupo de los que escuchan a Jesús en esa circunstancia vierte su ironía en las indagaciones que el evangelista Marcos recoge: “¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón?” (Mc 6, 3). La alusión a la figura de María y la concepción virginal de Jesús es un punto en el que los especialistas no están del todo de acuerdo; pero que a nosotros puede servir como devota contraposición de lo que representa para los cristianos la persona de la Virgen santísima. De ella dice Lucas, “conservaba todas estas palabras en su corazón” (1, 51). Solo el corazón amante es capaz de conservar y meditar las cosas que se refieren al ser amado, porque allí es donde radica la felicidad del hombre que escucha y cumple la palabra de Dios (cf. Lc 11, 28). La obstinación y la dureza impiden hacer de la escucha la motivación auténtica que dirija el corazón hacia la obediencia a la Palabra divina. “¡Escuchen!” (cf. Mc 4, 3) exhorta Jesús cuando manifiesta su enseñanza bajo la forma de parábolas al pueblo.
La maravilla del poder de Cristo
Ahora bien, San Pablo –como nadie– muestra tan elocuentemente el drama interior del alma que experimenta la punción de la espina clavada en la carne. La razón sobrenatural de ello mira a evitar el envanecimiento del corazón dada la grandeza de las revelaciones de que fue objeto el Apóstol (cf. 2Cor 12, 7). Su ejemplo nos ayuda a comprender algo del misterio de la pequeñez y debilidad de los hombres frente a la grandeza y maravilla del poder de Cristo que quiere manifestarse fuerte en medio de la debilidad.
La oración constante que debe ejercitar el alma fiel asume una fuerza inquebrantable por las palabras dichas por el Señor en su respuesta al pedido de Pablo: “Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad” (2Cor 12, 9). Esa es la gloria a la que se refiere el Apóstol, ya no pedirá que se le quite aquella espina sino que se gloriará en esa debilidad para que el poder de Cristo resida en él. La complacencia lo conducirá por el sendero del verdadero amor, que lo soporta todo “oprobios, privaciones, persecuciones y angustias” (cf. 2Cor 12, 10).
Se dice al final del Evangelio de hoy que Jesús “quedó asombrado de la falta de fe de ellos” (Mc 6, 6). Su sorpresa se debía quizás a que viéndolo obrar milagros, algo que siempre maravilla y en cierto modo descoloca a la mente humana, sin embargo no fueron capaces de reconocer su poder divino. Un poder que triunfa ocultamente en medio de la debilidad de los hombres y que si no es por una disposición especial del corazón el hombre se hace incapaz de apreciarlo con toda su fuerza. Más aún, llega a convertirse en contrincante hostil del poder de Dios, siendo para el hermano instrumento de iniquidad, constituyéndose así en “espina” de su carne, en el sentido más amplio del término.
Pidamos entonces, queridos hermanos, que el poder de Cristo se muestre con toda su fuerza en nosotros para que seamos valerosos defensores y conservadores de la gracia que hemos recibido. Que El haga de nosotros un pueblo obediente que se complace en las enseñanzas de su Dios y que como fiel servidor tiene los ojos “fijos en las manos de su Señor” (Sal 122, 2), por medio de las cuales abraza todo nuestro ser. Que la imagen de la santísima Virgen María sea para nosotros espejo de pureza donde podamos vernos reflejados limpiamente por un corazón que desea poner por obra lo que escucha de Dios. Amén.
Fray Gustavo Sanches Gómez OP
Mar del Plata – Argentina
Imagen: The Passion of the Christ | Fecha: 2004 | Film.