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Hallado tan tarde, perdido tan pronto

Ascensión del Señor

 

16 de mayo de 2021
Hch 1, 1-11 | Sal 46, 2-3.6-7.8-9 | Ef 4, 1-13

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 16, 15-20

Queridos amigos

Han pasado ya cuarenta días después de la Resurrección y Jesús sube al cielo, vuelve al Padre que lo había enviado al mundo. Su Ascensión marca el cumplimiento de la salvación ya iniciada en la Encarnación. Así, después de haberles enseñado todo a sus discípulos Jesús sube al cielo.

Ascendió sobre las tribulaciones de este mundo. Ascendió sobre la atmósfera del pecado, de la pena y de la desesperanza que planea sobre este mundo. Ingresó en aquella región de la paz y del júbilo, de la luz pura, de la morada de los ángeles, de la corte del Altísimo. Allí dónde resuenan eternamente los cánticos y las alabanzas de los ángeles.

Entró allí y no cerró la puerta -él es la Puerta- sino que la dejó abierta, haciéndose Camino para que nosotros -sus hermanos- lo siguiéramos allí, bajo la luz de su ejemplo y la gracia de su Espíritu. Porque no se separó de nuestra condición, sino que en su humanidad asumió a los hombres en la intimidad del Padre y de este modo nos reveló nuestro destino final después de este mundo. Por nosotros bajó del cielo y por nosotros sufrió y murió en la cruz, así también por nosotros resucitó y subió a Dios. Por esto, es que ya no está lejos de nosotros.

Pero apenas es reconocido, se lo llevan. Una vez que ha sido hallado se pierde. La historia de los discípulos de Emaús es figura o imagen de condición de los Apóstoles. Ojos empañados, corazones engreídos, inteligencias embotadas, de tal modo que no reconocieron quién era Jesús mientras los acompañó durante tres años; y más tarde, de repente, sus ojos se abren, sus corazones arden y sus inteligencias se llenan de luz, pero Él inmediatamente desaparece.

Durante el tiempo de su ministerio los apóstoles no lo habían conocido. No comprendieron Quién era Jesús. Luego de la resurrección, comenzaron a conocerlo. Pero apenas lo reconocen Jesús es retirado de su vista, no volverán a verlo durante el curso de su vida terrestre. Estará de vuelta, pero sólo en el Último Día para recibir personalmente a los santos y llevarlos hacia su descanso.

El Señor Jesús fue llevado al cielo. Los deja en el tiempo más crítico. Los apóstoles contemplan hacia el cielo con la esperanza de detener su Ascenso. Recién lo han conocido y todo lo aprendido con Él comienza a verse con más claridad. Su Señor y su Dios, la luz de sus ojos, el consuelo de su corazón, la guía de sus pasos, les ha sido arrebatado.

Abandono, desánimo, decepción, etc. son algunos de los sentimientos que posiblemente experimentaron los apóstoles durante la Ascensión de Nuestro Señor. Los mismos no son más que sentimientos humanos y que podemos entender y hasta compartir. Pero también otros sentimientos experimentaron en aquel solemnísimo momento, pues lo adoraron y se volvieron a Jerusalén con gran gozo.

¿Cómo es posible que cuando naturalmente se esperaran lágrimas de desconsuelo, los apóstoles se encontraran llenos de alegría? A pesar de la pérdida, a pesar de todas las pruebas que les esperaban, entre ellos no había pena alguna, sino más bien un gran júbilo y una alabanza continua y bendiciones”.

Así como Moisés sacó de Egipto a una nación sometida por el poder del mundo y del demonio y durante cuarenta años la entrenó para que con coraje conquiste la Tierra Prometida; Cristo, en cuarenta días, entrena a sus apóstoles para que siendo varones evangélicos tengan el coraje de la predicación y sean pacientes en lugar de cobardes. Al comienzo se hallaban afligidos y llorando, pero al final estaban llenos de coraje, dispuestos para el buen combate. Sus espíritus varoniles se elevan hacia lo Alto con su Señor. Y cuando el Señor se oculta a la vista, comenzando ya las propias tribulaciones, regresan a Jerusalén llenos de júbilo, sin temor, a proclamar la victoria de Cristo sobre la muerte, alabando y bendiciendo a Dios.

Cristo les ha enseñado qué es tener un tesoro en el cielo; y ese es motivo de la alegría, no porque el Señor se ha ido, sino más bien porque sus corazones habían ascendido con Él. Sus corazones ya no moraban en la tierra, habían sido elevados hacia lo Alto. Cuando Cristo abrazó la Cruz, los apóstoles no sabían de dónde venía ni hacia dónde iba. Pero ahora renovados por la gracia siguen al Cordero donde quiera que vaya. Son ahora adoradores en Espíritu y en Verdad. Y allí dónde está su Señor también están ellos. Regocijo inconmensurable porque comprendieron la promesa: Al vencedor le haré sentarse conmigo en mi trono (Ap. 3,21).

También a nosotros nos toca aprender la lección y saber esta Verdad ante la cual los apóstoles en un comienzo retrocedieron, pero que más tarde fue motivo felicidad. Cristo padeció e ingresó en su gozo; también ellos, después de Él. Y finalmente, también lo haremos nosotros. ¡Cuánto nos cuesta entender que el sufrimiento es el camino hacia la paz! ¡que quienes siembran entre lágrimas cosecharán entre cantares! ¡que lo que es verdad en Cristo se realiza en sus seguidores!

Queridos amigos, la solemnidad de la Ascensión del Señor nos colma de serenidad y alegría. Al igual que a los apóstoles, somos llamados a aceptar la invitación de los dos hombres vestidos de blanco, a no quedarnos mirando al cielo, sino que, con la guía del Espíritu Santo, proclamemos el anuncio salvífico de la muerte y resurrección de Cristo a tiempo y a destiempo. Con la certeza que Cristo, el Señor, estará siempre con nosotros hasta el fin del mundo.

Cristo ha entrado en el Reino de la Paz, allí donde la muerte no existe ni tampoco el pecado. Sólo la luz del Rostro de Dios, y un río de agua viva y pura que procede desde el Trono del Cordero. Allí es nuestra casa y Cristo nos llama para que volvamos a casa. Nos toca responder para entrar así en su descanso, para llegar confiadamente al trono de la gracia a fin de alcanzar misericordia.

Fray Francisco M. Giuffrida OP
Mendoza, Argentina

 

Imagen: Ascensión del Señor | Fecha: Mediados del siglo XI | Fresco de la Catedral de la Transfiguración del Monasterio Mirozhsky en Pskov.

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