18 de abril de 2021
Hch 3, 13-15.17-19 | Sal 4, 2.4.7.9 | 1Jn 2, 1-5a
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Lucas 24, 35-48
Queridos hermanos:
Jesús ha vencido a la muerte con su resurrección. Esta es nuestra salvación. Así fuimos sacados de las tinieblas: del pecado, el error, la ignorancia. La Palabra de Dios nos mueve hoy a recordar esta realidad: nos alegramos de la Pascua, de la Vida Nueva, pero también de nuestra Reconciliación y Curación. La resurrección no ocurrió en el aire, sino que fue la devolución de una vida que habíamos perdido, la restauración de una amistad con Dios que habíamos roto. La ruptura y la pérdida es el pecado, realidad que no querríamos ver, pero que nos marca continuamente.
¡No es que nuestro pecado sea más grande que la Salvación de Dios! Su Misericordia puede hacer morir nuestra maldad, para que resucite un hombre nuevo. Pero, para eso, tenemos que escuchar como dirigidas a nosotros las palabras del apóstol Pedro: “Ustedes renegaron del Santo y del Justo, y pidiendo como una gracia la liberación de un homicida, mataron al autor de la vida” (Hch 3,14). El homicidio no tuvo la última palabra porque “Dios lo resucitó de entre los muertos”.
Por eso, “si alguno peca, tenemos un defensor ante el Padre: Jesucristo, el Justo” (1 Jn 2, 1). Lo que dice Juan es que tenemos un paráclito, es decir, un abogado delante del Padre. ¡Qué distinto a la justicia humana! Un abogado–pensemos en alguna película estadounidense–busca mostrar la inocencia de su defendido. “¿Cómo se declara su cliente? No-culpable: inocente”. Y, si esto no es posible, buscará reducirle lo más que pueda la culpabilidad.
¡Qué distinta es la defensa que hace Jesús de nosotros ante el Padre! Primero, porque empieza con el reconocimiento de nuestro mal: lo hemos querido. “Si alguno peca”. “Les he escrito para que no pequen”: este es el objetivo, la meta. “Pero, si alguno peca”, tenemos un abogado. He aquí, entonces, la primera diferencia: nuestra defensa delante de Dios no es esquivar el mal, atenuarlo, justificarnos, sino reconocerlo con humildad. Con el deseo de alcanzar la sencillez y delicadeza de los santos, que percibían con gran dolor faltas que, para nosotros, endurecidos de corazón, son cosa sin importancia.
Sin embargo, esto no es toda la vida cristiana. El reconocimiento del pecado, del error, de la estupidez, de la maldad no es una especie de tortura paralizante. Jesús no busca que nos encorvemos hacia nosotros mismos para degustar nuestro pecado o para desesperar, como si el mal tuviera la última palabra. Lo central de nuestra vida cristiana es que Jesús, el Hijo eterno de Dios, el Inocente, se entregó en obediencia por nuestros pecados.
Él es la víctima de propiciación, es decir, el Cordero que ofreció su vida para reconciliarnos con Dios. Jesús, nuestro abogado, se presenta con sus heridas, con sus llagas resucitadas, como Cordero degollado, delante del Padre, el Juez justo y misericordioso. No intentará engañarlo, apelando a nuestra inocencia, pues no la tenemos. Pero le mostrará sus llagas: “Padre, ellos no han sido inocentes (pues me mataron a Mí, el autor de la Vida): pero yo di mi Vida por ellos, como tú me lo habías pedido. Yo soy su abogado, su defensor. No mires sus pecados (pecados que han reconocido, que han puesto en mis manos, que han crucificado en el leño en donde entregué mi Espíritu). No mires esos pecados, sino mis llagas: heridas de Amor y de Obediencia, heridas del Inocente, del Cordero Inmaculado. Heridas que transforman y que perdonan los pecados. Heridas que los han curado, que los han sanado. Hoy acuden a TI para ser perdonados, para que Tú y Yo los recobremos como hijos, como hijos que puedan recibir el Espíritu de adopción. Como hijos engendrados de mi costado abierto en la Cruz”.
Queridos hermanos: el tiempo de Pascua es el tiempo de la inmolación del Cordero, como lo cantamos en el Prefacio de la Santa Misa. Él ha dado su vida por nosotros. Él nos invita a reconocer que somos pecadores (¡qué grandioso este tiempo para realizar una sincera confesión, reconocimiento de nuestros pecados necesario para alcanzar su Gracia!). Él nos invita a recibir su misericordia, su gracia, su Vida que vence a la Muerte. Jesús nos ha reconciliado: en primer lugar, y como cimiento único, con el Padre. Pero sólo esta existencia reconciliada con Dios puede ser la raíz de una existencia reconciliada entre nosotros.
¡Señor, hemos pecado, hemos pecado mucho! Sabemos que seguirte a ti es buscar vivir una justicia mayor que la de los escribas y fariseos. Hemos asesinado con nuestras acciones y con nuestras palabras; hemos falseado la realidad y hemos robado, especialmente la fama de nuestros hermanos. Hemos cometido adulterio y lujuria: la pornografía y la impudicia se cuelan por toda nuestra sociedad y ya no nos escandalizan. Hemos sido injustos. Penitentes acudimos a TI, nuestro abogado, pues sabemos que no tenemos otro Nombre que nos pueda salvar. ¡Preséntanos, Señor, ante tu Padre, escondidos en tus llagas, arrepentidos y confiados en tu Misericordia que no tiene fin!
Fray Eduardo José Rosaz OP
Friburgo, Suiza
Imagen: El sepulcro vacío | Autor: Mikhail Nesterov | Fecha: 1889 | Lugar: Rusia | Colección privada