7 de marzo de 2021
Ex 20, 1-17 | Sal 18, 8-11 | 1Co 1, 22-25
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Juan 2, 13-25
Querido hermano/amigo:
Como siempre la liturgia de la Iglesia nos ofrece una rica mesa bien servida de la Palabra de Dios, genuino alimento de la vida de todo ser humano. En efecto, en la primera lectura de hoy (Éxodo 20, 1-17) nos ofrece nada menos que el Decálogo, o los llamados Diez Mandamientos, que también se nos brinda en el Deuteronomio 5, 6-22. Hoy en día bien sabemos, cómo la cultura imperante desprecia todo lo que sea ley o mandamiento, especialmente si viene de Dios, primer legislador y autor de toda sana ley. No obstante, esta mentalidad dominante o generalizada, más que describir a Dios y su Palabra, lo que hace es describirse a sí misma, como ignorante y radicalmente equivocada. Dios, que es por antonomasia AMOR, sustancialmente amor, todo lo que hace es amar y todo lo que enseña es por amor y todo lo que ocurre es por su amor. Lo malo que permite, lo peor y lo más insignificante de lo malo, es porque su amor es tan grande que sabe que de eso él podrá sacar, misteriosamente, un bien mayor. ¡Siempre! Aunque nos cueste comprender, y aunque nunca entendamos todo en esta vida terrena. Algún día, si su misericordia nos lleva a la vida eternamente feliz, comprenderemos plenamente cuánto era el amor de Dios aún en el permitir ciertos males, a veces muy crueles.
Los mandamientos de su alianza, parecen una lista de prohibiciones. Pero si las pensamos detenidamente, detrás de de cada una de ellas, tanto positivas como negativas, se descubre el amor de Dios, que nos pide simplemente amar a Dios en primer lugar y al prójimo como a nosotros mismos. A fuer de ser simples, podemos resumir todo este largo texto y sus paralelos, en afirmar, sin ninguna duda, que todos los males que hoy padecemos en el mundo son por ignorar estos simples mandamientos o decálogo divino. Pensar un maestro de nuestras escuelas públicas en nuestro país, puede ser sancionado hasta con la expulsión de su trabajo por haber enseñado a sus niños lo mejor que podría enseñarles: los diez mandamientos de Dios, es caer en la cuenta del grado de ignorancia y de ateísmo práctico en el cual estamos atrapados. Después, no nos quejemos de lo mal que estamos. Aquí está la solución: conocer los mandamientos divinos y aplicarlos, en todos los ámbitos de nuestra vida personal, social y política, sería la verdadera salida de esta depresión en la cual estamos sumidos.
El Salmo responsorial (Salmo 19 (18), 8-11) es precisamente una alabanza preciosa de lo que es la ley de Dios: “los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos” (v. 9). Esto es la verdad de ley divina dicha y enseñada por el mismo Dios. ¿Cómo poner nosotros en duda lo que Dios mismo dice y enseña?
En la segunda lectura el apóstol San Pablo (I° Corintios 1, 22-25), nos recuerda a quién nosotros predicamos: a Cristo Crucificado. La verdad que es todo lo contrario de lo que nos aconsejaría un buen propagandista. Sin embargo, nuestra fuerza y nuestra sabiduría están en el Cristo crucificado. Terror para todo el mundo, pero sobre todo para los demonios, porque en esto precisamente fueron vencidos para siempre. De aquí sale nuestra humildad, nuestra capacidad de tolerar y nuestra capacidad de amar lo in- amable, lo despreciable. Nuestro Padre Santo Domingo de Guzmán decía que de ningún libro había aprendido más que de Cristo crucificado.
Finalmente, en el evangelio de este domingo (Juan 2, 13-25), vemos a Jesús armado de un látigo expulsando a los mercaderes que están dentro del templo. No olvidemos que se acercaba la Pascua y que era necesario purificar el templo para poder celebrar la Pascua. El cuerpo de Cristo es el verdadero Santuario, que está representado en ese imponente templo, centro de toda la religión judía. Ni los judíos ni los apóstoles pueden comprender lo que Jesús quiere enseñar tan profunda y novedosamente: ahora ese histórico y admirable templo, llegado a su consumación, va a ser sustituido por Cristo mismo. Templo y Santuario que ellos van a destruir, pero que el Padre de Cristo va a reconstruir al tercer día, con la gloriosa resurrección del Mesías. Templo que nunca jamás nadie podrá destruir, por más que en la tierra su santo templo que es la Iglesia, Cuerpo vivo de Cristo, de mil modos el mundo intente siglo tras siglo destruirlo, no sólo no lo logrará sino que lo irá consolidando y haciendo cada vez más grande, más universal y más glorioso. Su edificación se verá sobre todo en la Jerusalén celestial, atemporal y eterna. De belleza inimaginable y de alegría y paz inagotable. Por eso vamos caminando en cada Cuaresma hacia la Casa definitiva del Padre, donde Cristo resucitado acoge a toda la humanidad santa y salvada y el Espíritu Santo la plenifica en el amor sustancial.
Fray Diego José Correa OP
Mendoza, Argentina
Imagen: La expulsión de los mercaderes del templo | Autor: Giandomenico Tiepolo | Fecha: 1750 – 1753 | Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC)