29 de noviembre de 2020
Is 63, 16b-17.19b.64,2b-7 | Sal 79, 2ac.3b.15-16.18-19 | 1Cor 1, 3-9
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según Marcos 13, 33-37
Desde los comienzos de la humanidad, lejos ya del Paraíso terrenal y habiendo traicionado a Dios, nuestros primeros padres Adán y Eva escucharon las palabras esperanzadoras: “la Mujer y su descendencia aplastará la cabeza” de la Serpiente, nuestro enemigo. Esperanza alimentada por los profetas: “una Virgen concebirá y dará a luz un Niño”, que será “Consejero admirable, Príncipe de la paz, Padre eterno”.
Pero no sólo entre los judíos, también entre los paganos se esperaba una restauración del orden humano y divino, de la armonía entre Dios y los hombres; Platón esperaba un hombre justo, sumamente justo, tan divinamente justo que los hombres, corrompidos por los sofistas, no podrían soportarlo, y terminarían por crucificarlo; el filósofo Cicerón, al constatar la decadencia política y moral y religiosa del Imperio Romano, decía que eso no tiene solución, salvo que viniera un hombre tan justo que fuera también dios; el poeta Virgilio lo mismo, profetizando una edad de oro que viniera a transformar aquella edad de hierro, de guerras y pecados: “De lo más alto de los cielos nos va a ser enviado un reparador….; el que debe obrar estas maravillas será engendrado en el mismo seno de Dios; se distinguirá entre los seres celestiales; aparecerá superior a todos ellos y regirá con las virtudes de su Padre al mundo pacificado…; la tierra, los vastos mares, el alto cielo… todo se agita y se alegra por el siglo que ha de venir…; Empieza, ¡oh pequeño niño!, a conocer a tu madre por su sonrisa; diez meses te llevó en su vientre con grave afán; empieza, ¡oh pequeño niño”. Y las Sibilas anunciaban: “El cielo se abrió y un esplendor grandísimo inundó todo. Se vio en el cielo una virgen bellísima con los pies sobre un altar, con un niño entre los brazos.”
La humanidad entera necesitaba y aguardaba al Prometido en el Paraíso; y velaba en vigilia atenta y constante; hasta los paganos, intuyendo los tiempos ya cercanos, elevaban altares “al dios desconocido”, ese dios del cual sabían solamente que venía por fin a restaurarnos, no sabían cómo, pero sabía que vendría: las promesas de Dios son irrevocables.
Cuánto más el Pueblo de Dios, Pueblo de las promesas: los profetas antiguamente, y los apóstoles ahora, nos llaman a la conversión, al arrepentimiento, a volver a poner a Dios como lo primero en nuestras vidas y en nuestras ciudades; Dios antes que la Patria, Dios antes que las familias, que las personas, que la política, que la filosofía, que la cultura, que la teología: Dios antes que la Religión.
Volvamos a sacralizar el mundo para Cristo, para recibirlo dignamente como a hombre y como a Dios; volvamos a sacralizar nuestras familias, nuestras escuelas, nuestros templos, nuestras Misas; ninguna creatura fue hallada digna de Dios, de recibirlo, sino sólo su Madre, hecha Inmaculada y Purísima, hecha Templo de Dios: y con Ella sus hijos que la amen, que la veneren, que la reciban como Madre propia, y en manos de Ella se dejen transformar a imagen de su Hijo, por Ella que es el molde de Dios.
Estemos atentos como los pastorcitos, y vayamos al Pesebre guiados por la Luz.
Fray Rafael María Rossi OP
Mendoza, Argentina
Imagen: L’Apparition de l’ange à saint Joseph (La aparición del Ángel a San José) | Detalle | Artista: Georges de la Tour | Fecha: 1640
Una respuesta
Lo primero en nuestras vidas es Dios, y como hijos ponemos nuestras cargas, nuestras esperanzas, nuestros sueños y alegría ensus manos
Esta reflexión de hoy me empuja a unirme a El,preparando mi corazón para recibirlo con amor en esta navidad