Reflexión
El Rosario, haciéndonos como niños, nos permite entrar en el Reino
“Si no se hacen como los niños no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mc 10, 15).
El mes de octubre ha sido consagrado por los Pontífices, desde el Papa León XIII, como el mes de la Corona de rosas de María. Un mes en donde se nos invita a redescubrir siempre esta oración sencilla, casi como el balbuceo de un niño, que nos abre a la mirada amante de los Misterios por los cuales tenemos la vida, el Reino de Dios en nosotros. Rezar el Rosario es hacerse como niños en la escuela de María para que Ella nos preste su mirada, su fe amorosa, para mirar con admiración, con simple y agradecida adoración, el Rostro del Hijo de Dios encarnado. El Rosario es mirar a Jesús, al Jesús Niño, al Jesús Luz del mundo, al Jesús orante, al Jesús abrazado a nuestra cruz, al Jesús Señor de la Vida y dador del Espíritu. María nos presta sus ojos, su mirada límpida y pura, su mirada radiante y dolorosa, para de tanto mirar a su Hijo poder reflejarlo e irradiarlo.
El Rosario es el compendio del Evangelio: llamar a Dios, unidos al Corazón del Hijo, nuestro Padre. Entrar en la alegría de Dios que nos regala su Gracia, que nos participa de su Vida. Cada avemaría es celebrar el Evangelio de la Gracia que resplandece en la más pequeña de las creaturas, la humilde esclava del Señor, que es la Madre de la Santa Alegría. En la gracia regalada a María se alegra nuevamente toda creatura ya que el Señor está con María. María es el nuevo Paraíso de Dios en donde Él mismo baja a habitar complacido, y así, renueva a la persona humana desde dentro. Ante la soledad y el exilio en que nos arroja el pecado, el Evangelio de la Gracia, en cada Ave María, nos anuncia que el Señor está con nosotros. María, con su Sí creyente y entregado, nos abre la puerta a esta Presencia definitiva y nueva de Dios con nosotros. Dios ya no sólo se nos ofrece en sus vestigios, en sus huellas en las creaturas. Dios no sólo se nos manifiesta como sed e inclinación de nuestro corazón hacia la Bienaventuranza y la Verdad. Dios, en el Rostro humano de su Hijo, en su Corazón humano, viene a ser definitivamente el Emmanuel, el Dios con nosotros. El Dios que compartiendo todo lo nuestro, nuestro barro creatural, nos da todo lo Suyo.
María, gracias a su fe, es el Sagrario en donde se realiza este desposorio, este admirable intercambio, esta Alianza nueva y perpetua. Ella le da el espacio de su fe, su Corazón, su carne, para que el Bendito pueda venir a destruir la maldición. La tierra, en el seno de María, puede volver a florecer para su Creador. El desierto y las espinas, ante el canto de Gabriel, al sonido del Ave María, se transfiguran en un nuevo jardín, en las rosas del Amor divino-humano.
El Rosario es también el compendio de toda la oración cristiana. Orando con el Rosario realizamos la más preciosa oración con la Palabra de Dios. El Padrenuestro y el Ave María, el gloria son Palabra de Dios. Además, el Rosario, nos ofrece todos los modos de oración: la alabanza, la adoración, la humilde plegaria vocal, la repetición del amor, la meditación, la sencilla mirada, la oración afectiva, la contemplación.
Pidámosle a nuestra Madre sus ojos, su largo mirar a Jesús. Una mirada que va desde el pesebre hasta la Cruz, desde el Jordán hasta la Resurrección. Una mirada de gozo, de luz, una mirada ardiente en Pentecostés. Una mirada compasiva en el Calvario. Si miramos a Jesús, desde María y cómo María en el Rosario, la luz del Rostro de Jesús irá penetrando más y más en nuestra vida. De tanto mirar a Jesús podremos reflejarlo sin que nos demos mucha cuenta. De tanto mirarlo con amor, también en nuestro espacio vital, en el hoy de nuestro tiempo existencial, se hará carne el Verbo del Padre y “Dios estará con nosotros”. El amor transforma al amado en el Amante. El Amor contemplativo, con los ojos de María en el Rosario, nos transforma hoy en Jesús.
Pequeña poesía que compendia las maravillas del Amor de Dios hacia nosotros, rumiar silencioso e intenso de esas maravillas para gustar la dulzura, el maná escondido, que llevan esos misterios. Entrega afectiva de nuestro pequeño amor en el Amor Eterno con que somos amados en Jesús y María. Simple mirada que nos transforma en lo que contemplamos. Simple mirada que nos sumerge en la fe, la esperanza y el amor de María. Todo eso es el Rosario.
Creo que, uno de los primeros recuerdos de la infancia, que guardamos en nuestra memoria, era cuando me llevaban a la Iglesia y, antes de la Santa Misa, se rezaba el rosario a pleno. Esa melodía repetida nos daba un plácido sueño, todavía lo recordamos. Cada vez que se reza pausadamente el rosario, en la Iglesia o en comunidad, nos llama a retornar a esa experiencia de paz, de poder dormirme confiado bajo una dulce cantinela, o una dulce nana. Para comprender el Rosario tenemos que hacernos cada vez más niños, cada vez más entregados en las manos del Padre, cada vez más pequeños.
El Rosario es oración admirativa por excelencia. La contemplación es la admiración ante el Amor de Dios. El niño nunca se deja de admirar, cada cosa siempre es nueva a sus pequeños ojos. Ante un mundo que nos agita, que nos enferma, que nos oprime, que nos obliga a vivir corriendo, el Rosario nos ofrece el dormirnos confiados, en el regazo de Dios, en el regazo de María, sabiendo que el Amor de Dios cuida de nosotros. Y ese Amor, que repite el Rosario constantemente, deseamos que sea nuestra última cantinela, cuando nuestros ojos se cierren definitivamente a estas sombras para despertar en la Luz sin ocaso del Misterio del Amor.
Oración
¡Santa María, Madre de Dios! Tu eres la servidora fiel del Señor, dichosa por haber escuchado siempre su palabra, meditándola en tu corazón y dando fruto en buenas obras. Intercede por nosotros, Madre del Rosario, y otórganos la gracia de crecer en la santidad. Que la Palabra de Cristo, tu Hijo, habite con toda riqueza en nosotros para que podamos alabar siempre a Dios en todos nuestros deseos, palabras y acciones y vivir en su amor.
Fray Marco Antonio Foschiatti OP | Córdoba
Oración para todos los días
¡Santísima Madre de Dios, Nuestra
Señora del Rosario! Humildemente
suplicamos tu auxilio para vivir en fidelidad a
la gracia de Dios. Ayúdanos a ser, según tu
ejemplo, tierra buena donde la semilla de la
Palabra de tu Hijo dé mucho fruto. Estas
gracias especialmente te pedimos, oh Madre
nuestra, que deseamos alcanzar por tu
intercesión.
En silencio cada uno expresa su petición.
Todo sea, Señora nuestra, para alabanza y
gloria de la Santísima Trinidad. Amén.
Salve
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra.
Dios te salve.
A Ti clamamos los desterrados hijos de Eva,
a Ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora Abogada Nuestra,
vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos,
y después de este destierro, muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.
Oh, clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,
para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
Amén.