Breve historia
Isabel Flores de Oliva, que por su belleza recibió popularmente el nombre de «Rosa» (al que ella añadió «de Santa María»), nació en Lima en 1586. Fue celebrada como la primera flor de santidad de América, insigne por la fragancia de su penitencia y oración. Dotada de brillantes cualidades y dones de ingenio, ya desde niña se había consagrado al Señor con voto de virginidad. Sentía una profunda veneración por santa Catalina de Siena, que luego fue una sorprendente afinidad con la misma y por ello decidió en 1606 inscribirse en la Orden seglar dominicana para darse más plenamente a la perfección evangélica. Era muy amante de la soledad y dedicaba gran parte del tiempo a la divina contemplación, deseando introducir también a otros en los arcanos de «la oración secreta» y divulgando para ello libros espirituales, o incluso animando a los sacerdotes para que atrajeran a todos al amor de la oración. Recluida casi siempre en una pequeña ermita del huerto de sus padres, abría, sin embargo, su alma a la obra misionera de la Iglesia: con un celo ardiente por la salvación de los pecadores y de los «indios», por los que deseaba dar su vida y se entregaba a voluntarias y duras penitencias para ganarlos a Cristo, «doliéndose de que como mujer no pudiera aplicarse al ministerio apostólico.» Durante quince años soportó gran aridez espiritual como crisol purificador. Con profunda conciencia de los males del pecado, «deseaba hacerse piedras y cal para poder cerrar a todos la puerta del infierno.» También se destacó por sus obras de misericordia con los necesitados y oprimidos.
Rosa ardía en vivo amor a Jesús en la Eucaristía y en honda piedad para con su santísima Madre, cuyo rosario se esforzaba en propagar con infatigable celo, estimando que todo cristiano « debe predicarlo con la palabra y tenerlo grabado en el corazón.» Murió a los treintaiún años en Lima el 24 de agosto de 1617. Su cuerpo se venera en la basílica dominicana del Sto. Rosario en Lima. Fue beatificada por Clemente IX en 1668 y canonizada por Clemente X el 12 de abril de 1671 y desde ese año toda la América Meridional y Filipinas la veneran como patrona.
Liturgia de las horas
Del Común de vírgenes o de religiosas
Invitatorio
Ant. Alabemos a nuestro Dios por la santidad de la bienaventurada Rosa.
O bien, ant. Venid, adoremos a Cristo Rey, a quien Rosa amó de todo corazón.
Oficio de lectura
El himno como en Laudes.
Salmodia
Ant. 1 Habla mi Amado y me dice: Levántate, Amada mía, hermosa mía y ven a mí.
Los salmos del Común de vírgenes. También podrían usarse estas antífonas con los salmos del día de la semana.
Ant. 2 Mientras el rey se halla en su diván, mi nardo exhala su fragancia.
Ant. 3 Mi corazón se regocija por el Señor, mi poder se exalta por Dios, mi corazón se alegra con su auxilio.
V. Me enseñarás el camino de la vida.
R. Me saciarás de gozo en tu presencia.
Primera Lectura
De la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 5, 16-25; 6, 14-17
Los frutos del Espíritu
Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne, pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal, que no hacéis lo que quisierais.
Pero si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley. Las obras de la carne están patentes: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, celos, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, envidias, borracheras, orgías, y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que los que así obran no heredarán el Reino de Dios. En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí. Contra esto no va la ley.
Y los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu.
Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Pues lo que cuenta no es circuncisión o incircuncisión, sino criatura nueva. La paz y la misericordia vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también sobre Israel. En adelante, que nadie me venga con molestias, porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.
Responsorio
R. Si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley. * El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz.
V. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu. * El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz.
Segunda lectura
Del Proceso de canonización de santa Rosa de Lima virgen
(Cfr. « Breve ristretto della vita, cavato da processi per la sua Canonizzazione » del P. Maestro F. G. Doménico Lioni, Roma 1665, pp. 63-65; 123-125; 174; 179-182)
Santa Rosa, verdadera discípula del S. Padre Domingo
Rosa de Santa María en todo encontraba ocasión de alabar al Creador; cualquier pensamiento elevaba su mente a Dios y quería enseñar a muchos los secretos de la oración mental. Así como alimentaba su alma leyendo buenos autores, también divulgaba los libros espirituales y exhortaba a los presbíteros a buscar con empeño que los penitentes y oyentes se aficionaran a la oración. Es difícil no describir su amor al rosario de María, que une la oración mental y la vocal: opinaba que todo cristiano debería propagar el rosario y llevarlo grabado en el corazón.
El amor de Dios le hacía gustar en la oración una dulzura que compensaba la amargura que le producía el conocimiento del mal y del pecado. Le afectaban muy particularmente los ataques contra la Iglesia y entonces su celo se encendía y su lengua se desataba, si bien siempre su reprensión era en definitiva amable y persuasiva súplica. Todos se admiraban de cómo esta joven, siempre muda cuando alguien personalmente la reprochaba, en cambio inmediatamente hacía frente a los que aun levemente ofendían a Dios.
El amor a Dios en el sacramento de la Eucaristía ocupaba la mayor parte de su vida y los días en que estaba expuesto solemnemente el santísimo Sacramento permanecía inmóvil en oración durante muchas horas.
Sufría gran dolor pensando en las almas que no disfrutan el don de la fe y principalmente aquellas gentes que en amplísimas regiones de América daban culto a los ídolos. Se sentía invadida de misericordia, pensaba de continuo en ellos y desearía salvar todos los obstáculos y volar, como con las alas de su espíritu, para iluminarlos y salvarlos. Querría hacer de sí misma cal y piedras para tapiar a todos las puertas del infierno.
Hablando con los religiosos, especialmente con los frailes Predicadores, los exhortaba con fuerza y con vehemencia, que brotaba del afecto de su corazón, a que se dedicaran con alma y cuerpo a la conversión de las almas. Le disgustaba que se dedicaran demasiado a estudios solamente especulativos y decía que preferiría que tantos sudores, vigilias, trabajos y dificultades necesarios para estos conocimientos puramente teóricos, los emplearan en un esfuerzo tan urgente para inflamar las voluntades en el amor de Dios.
Se dolía de que por ser mujer no pudiera dedicarse, como ardientemente deseaba, a la tarea apostólica de anunciar el Evangelio a los infieles. Y para arrastrar a su confesor a esta santa ocupación, ella se ofreció a ceder en favor del confesor la mitad de sus propios méritos para recabar una parte de los frutos de su apostolado. Había también pensado, y lo habría realizado si la muerte no se lo hubiese impedido, recibir en su casa a algún niño huérfano y abandonado, cuidando de él y ayudándolo con algunas limosnas en vistas a que, con la gracia de Dios, pudiese un día ser sacerdote y dedicarse a la propagación de la fe entre los infieles.
Responsorio
R. Con amor eterno amó el Señor a Rosa; por eso la atrajo desde la infancia y la llevó a la soledad, * Y le habló al corazón.
V. Se casó con ella en matrimonio perpetuo, en fidelidad y misericordia. * Y le habló al corazón.
Otra:
De los Sermones de fray Alonso de Cabrera, presbítero
(Navidad y Año Nuevo, Nacimiento y niñez de Jesús,
c. 11: Ante el divino Niño; ed. L. Alonso-Getino, Madrid 1920, pp. 213-215)
Meditación ante el niño Jesús
¿Cómo no le habían de causar admiración a la santísima Virgen y al santo José las cosas que de este sagrado misterio habían visto y oían? Pues, si los querubines, llenos de ciencia, que debajo de sus alas guardaban el arca del Testamento en el Santo de los Santos mirando allí solamente la sombra y figura de este misterio, aquel maná allí encerrado, están desalados, atónitos y asombrados mirando la figura de esto que nosotros, viles gusanillos, polvo y ceniza, gozamos; si esto, pues, con ser sombra y dibujo, enmudece a los sabios querubines y los tiene embelesados, ¿cómo estos dos querubines, la santísima María y el santo José, que guardaban no el arca del Testamento adonde estaban el maná y las tablas de la ley, sino el arca del tesoro de sabiduría del Padre eterno; no la figura, sino lo figurado; no el maná y tablas de la ley, sino el mismo maná y sustento de los ángeles; al mismo dador de la ley, al Hijo del eterno Padre, ¿cómo no se había de decir de ellos que se admiraban de lo que decían los pastores? (Lc 2, 18) Y no entendamos que este maravillarse procedía de la ignorancia, como nosotros solemos maravillarnos cuando vemos algún efecto insólito y no acostumbrado porque ignoramos la causa: como viendo una cometa en región del aire, por ser cosa que no siempre acontece e ignoramos su causa, espántanos y admíranos.
Aquello no fue así el maravillarse la santísima Virgen y el santo José, sino antes procedía este maravillarse del mucho conocimiento que de estos misterios de Dios tenían. Porque es propiedad de los misterios divinos y sobrenaturales que cuanto más se conocen más admiración causan. Admirábase la santísima Virgen con una admiración reverencia, conociendo que, aquel que en sus brazos tenía y a sus pechos virginales sustentaba, era Hijo suyo e Hijo unigénito de Dios; y así, aunque considerando su majestad y grandeza se admiraba y temía y parece que se le quitaba la gana de tocarlo, considerándole niño y recién nacido, la convidaba a que lo halagase y envolviese. Y aunque el temor de verlo Dios y en sus brazos la retraía, el amor y compasión de verlo niño y recién nacido y llorando, corriendo de hilo en hilo las lágrimas por aquellas sagradas mejillas, la compelía a enjugarle las lágrimas, juntando su rostro al suyo y mezclando sus lágrimas con las suyas. Y aunque el ver al Verbo del Padre le ponía miedo, pero al verlo desnudico y al frío, y que era su verdadera Madre, la forzaba a que se quitase la toca de su sagrada cabeza para cubrirlo y ampararlo del frío, quedando aquellos hermosísimos cabellos, que relumbraban en el mundo, descubiertos al hielo y al rocío; cabellos que jamás ojos humanos los vieron tan lindos.
Y junto con esto, ver que en aquel instante se habían roto los cielos y había caído toda la corte celestial; unos ángeles a porfía de otros al que llegase primero a servir a su Señor y a conocerlo en un traje nuevo que nunca le habían visto; y que despojados ya los cielos y despoblados, estaba ya hecha la tierra cielo, por venir a acompañar a este Señor, que era hijo suyo.
El verdadero conocimiento que a la santísima Virgen de todo esto resultaba le hacía tener tanta admiración reverencial. Por el contrario en nosotros el no admiramos de estos misterios, pasar por ellos sin reparar un año y otro, como si no fuesen para nosotros, entiendo ser la causa estar lejos de ellos con la consideración; pues, como decía, estos misterios, cuanto más cerca se hallan las gentes a ellos por la consideración, tanto más se admiran.
¿Sabéis, señores, que me parece esto? Como cuando viene un navío por alta mar y descubre de muchas leguas un monte altísimo que en grandeza y altura sobrepuja a las nubes; pero es tanta la distancia entre él y los que en el navío vienen, que, por muy grande que sea, parece muy pequeño; mas cuanto más se van llegando al monte, tanto mayor les parece y tanto más les admira su grandeza.
¿Qué otra cosa es, señores, este misterio tan grande de haberse hecho ya hombre Dios, sino un monte altísimo que sobrepuja esos cielos? ¿Aqueste alto de la divinidad que vino a ser ya monte acá en el suelo, tomando nuestra humanidad? ¡Qué frescuras, qué lindezas están encerradas en este monte! Que se dice del glorioso Agustín que aquellos días después de su conversión, con una admirable y dulcísima consideración que lo arrebataba, no se hartaba días y noches de considerar esta grandeza, esta altura y monte altísimo del consejo divino y misterio tan admirable que tuvo en la redención del género humano tomando nuestra carne.
Así la santísima Virgen, aunque en este mar del mundo navegaba como todos, pero ninguna cosa le hacía lejos de la consideración de este misterio, sino antes por estar cerca del conocimiento, estando a las raíces de este monte, de donde todos los misterios que en él hay encerrados divisaba y conocía, por eso se admiraba de ellos.
Responsorio
R. Todos los que lo oían, * Se admiraban de lo que decían los pastores.
V. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. * Se admiraban de lo que decían los pastores.
Laudes
Himno
La aurora tiende en el cielo,
de rosicler su amplio manto
y nos pide que cantemos
ya de mañana a esta Rosa.
Alábenla los ángeles
de los coros celestiales
y las voces de los hombres
doquier sus gestos exalten.
América a Dios ofrece
de amor su primera ofenda,
para la tierra una ayuda
y un espejo de inocencia.
Su vida de penitencia
se trocó en gozoso premio,
ahora un nuevo canto entona
feliz siguiendo al Cordero.
A ti eterna Trinidad,
sea loor en todo tiempo;
a los gozos e su boda
llévanos con Rosa al cielo. Amén.
Salmodia
Ant. 1 Llévame en pos de ti. ¡Corramos! Exquisitos de aspirar son tus perfumes; tu nombre es un ungüento que se vierte.
Se toma la salmodia de Laudes del domingo de la semana primera.
Ant. 2 Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.
Ant. 3 A la venida del Esposo, la virgen prudente ya preparada, entró con él en el banquete nupcial.
Lectura breve
Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón. Me casaré contigo en matrimonio perpetuo, me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión; me casaré contigo en fidelidad y te penetrarás del Señor.
Responsorio breve
V. Que llega el Esposo, * Sal a recibir a Cristo el Señor.
R. Que llega el Esposo, * Sal a recibir a Cristo el Señor.
V. Porque él es el Señor.
R. Sal a recibir a Cristo el Señor.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Que llega el Esposo, * Sal a recibir a Cristo el Señor.
Benedictus
Ant. Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir; Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
O bien, especialmente con canto: ant. Potente en el cielo es el Señor, que para maravillar a su esposa se ha vestido de majestad y ceñido de poder.
Preces propias, o del Común de vírgenes.
Oración
Dios omnipotente, dispensador de todos los bienes, que hiciste florecer a la bienaventurada Rosa, preparada con el rocío de la gracia celeste, con los dones de humildad, paciencia y celo de la salvación del pueblo; concédenos que, a ejemplo suyo, podamos llegar a ser suave perfume de Cristo. Por nuestro Señor Jesucristo.
Hora media
Antífona y salmos del día de la semana.
Sexta
Lectura breve
Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y mientras vivo en esta carne, al presente vivo de la fe en el Hijo de Dios que me amó hasta entregarse por mí.
V. Cuando se multiplican mis preocupaciones.
R. Tus consuelos son mi delicia.
La oración como en Laudes.
Vísperas
Himno
Los que moran en la tierra
celebren por rosa fiesta,
cantando sus alabanzas,
desde el alba hasta el ocaso.
Desde su primera infancia
fue por Dios favorecida,
con gran riqueza de dones
para luchar con bravura.
Su cuerpo y miembros castiga
de modos muy admirables;
pone hiel en los manjares,
espinas en las guirnaldas.
Al Dador de estos regalos
alabanza y honor sean,
porque Dios es Uno y Trino
que sin fin todo gobierna. Amén.
Salmodia
Ant. 1 Rosa cantó con júbilo a la sombra de tus alas pues tu diestra la sostuvo.
Los salmos y cántico del Común de vírgenes.
Ant. 2 Tu nombre es como un ungüento que se vierte, por eso te aman las muchachas.
Ant. 3 El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y se venga conmigo.
Lectura breve
Considero que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Responsorio breve
V. El que me ama, guardará mi palabra, * Y mi Padre lo amará. El que me ama.
R. El que me ama, guardará mi palabra, * Y mi Padre lo amará. El que me ama
V. Y vendremos a él y haremos morada en él.
R. Y mi Padre lo amará. El que me ama.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. El que me ama, guardará mi palabra, * Y mi Padre lo amará. El que me ama.
Magnificat
Ant. Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo y que por medio nuestro difunde en todas partes la fragancia de su conocimiento.
O bien, especialmente con canto: ant. La bienaventurada Rosa, sirviendo al Señor, entró en sus atrios entre alegría y algazara.
Preces propias, o del Común de vírgenes.
Oración
Señor, Dios nuestro, tú has querido que la bienaventurada Rosa, encendida en tu amor, se apartara del mundo y se consagrara a ti en la austeridad de la penitencia; concédenos, por su intercesión, que, siguiendo en la tierra el camino de la verdadera vida, lleguemos a gozar en el cielo de la abundancia de los gozos eternos. Por nuestro Señor Jesucristo.