Beata Juana de Aza, madre de Santo Domingo

Personajes  /  Juana de Aza

Breve historia

Jordán de Sajonia en su Libellus menciona a Félix como padre y a Juana como madre de santo Domingo. Descendía de una noble familia castellana. Tuvo tres hijos sacerdotes: Antonio, Manés y Domingo, siendo este último el de su predilección: esperado en oración y preanunciado en sueños como inquieto cachorro con una antorcha en su misma boca para iluminar e incendiar el mundo. Fue mujer —así lo atestigua Rodrigo de Cerrato— «llena de fe; honrada, honesta, prudente, muy compasiva de los pobres y afligidos y que gozaba de buena fama entre todas las mujeres de aquella tierra.» Murió a comienzos del siglo XIII. Fue sepultada en Caleruega (Burgos), luego trasladada a la iglesia de san Pedro en Gumiel de Izán y después a Peñafiel y actualmente se venera otra vez en Caleruega. León XII confirmó su culto el día 1 de octubre de 1828.

Liturgia de las Horas

Del de santas que se consagraron a la misericordia.

Oficio de lectura

Segunda lectura [**]

De la Crónica de los santos de fray Rodrigo de Cerrato

(Ed. V. Diego Carro, Domingo de Guzmán, OPE, Madrid 1973, pp. 775-778; en Santo Domingo, BAC, Madrid 1987 3, pp. 336, 339-340) 

Era muy compasiva

El bienaventurado Domingo, guía y padre esclarecido de la Orden de Predicadores, que al acercarse el fin del mundo brilló como una nueva estrella, fue oriundo de España, del reino de Castilla, de la villa que se llama Caleruega, en la diócesis de Osma. Convenía, efectivamente, que en los últimos tiempos y de los confines extremos de la tierra, al extinguirse la luz del siglo, Dios hiciera salir del ocaso una luz que iluminara con sus resplandores a todo el mundo envuelto en tinieblas.

Por lo cual, Dios, conocedor de lo futuro, queriendo hacer ver a la Iglesia lo esclarecido y grande que había de ser este varón santísimo, se dignó demostrarlo con algunas revelaciones.

Efectivamente, su madre antes de concebirlo vio en sueños que en su seno llevaba un cachorro con una antorcha ardiente en la boca, el cual, una vez salido de su seno, parecía que prendía fuego a todo el mundo.

Con lo cual se significaba que de ella había de nacer un predicador esclarecido que reavivaría la caridad que se había enfriado en el mundo. Después también la realidad hizo ver la verdad del anuncio. Porque fue un reprensor admirable de los vicios, un impugnador de las herejías y un diligentísimo exhortador de los fieles.

Fue su padre un hombre venerable y rico en su pueblo. Y su madre era honrada, honesta, prudente, muy compasiva de los pobres y afligidos y que gozaba de buena fama entre todas las mujeres de aquella tierra.

Era muy compasiva, pues en cierta ocasión viendo los sufrimientos de unos afligidos, después de dar de sus bienes muchas limosnas a los pobres les repartió el vino de cierta cuba que tenía, conocidísima en aquel lugar. Y al volver su marido y acercándose ya a la casa le salieron al encuentro unos vecinos, quienes le hicieron saber lo del vino repartido a los pobres. Llegando, pues, a casa dijo a su esposa en presencia de aquellos vecinos que les sirviera del vino de aquella cuba. Y ella, temiendo verse no poco confundida, entró inmediatamente en la bodega donde se hallaba dicha cuba y puesta de rodillas oró al Señor diciendo: «Señor mío, Jesucristo, aunque no soy digna de ser escuchada por mis méritos, atiéndeme por mi hijo, siervo tuyo, a quien he consagrado a tu servicio.» Porque la madre conocía la santidad del hijo y levantándose, llena de fe se acercó inmediatamente a la cuba y la encontró llena de un vino buenísimo. Dando gracias al dador de todos los dones hizo repartir con abundancia aquel vino a su marido y a todos los demás, quedando todos admirados.

Responsorio
R. Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo; * Entonces romperá tu luz como la aurora, y te abrirá camino la justicia.
V. Viste al que ves desnudo y no te cierres a tu propia carne. * Entonces romperá tu luz como la aurora, y te abrirá camino la justicia.

Otra:
De las Cuestiones místicas de fray Juan González Arintero, presbítero

(Cuestión II, Art. 1; BAC, Madrid 1956, pp. 158-162)

Dios nos llama a todos a la plena santidad

Muy lejos de hacer excepciones o exclusiones, como odiosamente suelen hacerlas los hombres, la divina Sabiduría a todos se ofrece y a todos invita, sin excluir a nadie, ni aun a sus más declarados enemigos, si de veras a ella se convierten y tratan de serle fieles. Llama a grandes y a pequeños, a doctos e ignorantes, a religiosos y seglares, a justos y pecadores, con tal que de corazón se le entreguen y con amor y docilidad la escuchen y se dejen guiar de su dulcísimo espíritu. Y promete gloriosos premios a cuantos saben corresponderle. A éstos se les comunicará con todas sus infinitas riquezas.

Por tanto, bien podemos contar todos con estas liberalidades de la divina Bondad y Misericordia si de todo corazón confiamos y nos abandonamos en ella, renunciándonos de veras a nosotros mismos. Pues cuando un alma, desconfiando de sí, de su propia ciencia, habilidad y prudencia, tiene siempre puestos los ojos en Dios, entregándose en sus manos y esperándolo de él todo, nunca deja él de tomar plena posesión de ella, encargándose por sí mismo de dirigirla y gobernarla y proveerla en todas las cosas.

La misma Sabiduría nos asegura, en efecto, que ama a cuantos la aman y que, más tarde o más temprano, se dejará ver y hallar de cuantos con todo corazón la desean y la buscan, dispuesta a colmarlos de gloria y riquezas, de justicia y felicidad; de modo que dejen la infancia de la vida espiritual y entren por las vías de la prudencia mística. Ella da vida, infunde alientos, recibe con amor, consuela, dirige y colma de bendiciones a cuantos de veras la buscan y dócilmente se prestan a escucharla. (Sb 6,12-25)

Nadie, por humilde, despreciable, pecador, rudo, ignorante y pobre que sea podrá con verdad decir: yo nunca he sido invitado a esas íntimas comunicaciones divinas, pues Dios no hace tales excepciones, a todos llama a la verdadera y plena santidad; a una santidad propia de los hijos suyos, que en todo deben procurar parecérsele; con todos desea comunicarse de una manera íntima y cordial, y se comunicaría si ellos correspondiesen y no le ofrecieran obstáculo; en todos quiere tener sus delicias y a todos les haría capaces de gustarlas, si ellos mismos no se lo impidiesen resistiéndole y haciéndosele sordos.

Todos, en efecto, son llamados a gozar de sus consuelos subiendo a su monte santo para regocijarse en la casa mística de su oración; (Is 2, 3) todos pueden, si quieren de veras, ir a criarse a sus pechos para ser allí regalados y acariciados; (Is 66, 11-12) todos son amorosamente invitados a entrar en la casa de la disciplina (Si 51, 31) a saciar su sed de verdad y de justicia y a ser allí enseñados por el mismo Dios, pues a cuantos son fieles a la gracia se lo enseña todo la unción del Espíritu Santo. (1 Jn 2, 27)

Así, para todos los fieles, y no únicamente para natural; a la cual llegan cuantos tienen sed de justicia que no descansan hasta lograr beber en ese misterioso río de agua viva que eternamente fluye del trono de Dios y del Cordero. (Ap 7, 17; 22, 1) algunos más privilegiados, pide el Apóstol el espíritu de sabiduría y de revelación, a fin de que, ilumine los ojos de vuestro corazón, para conocerlo y sepan apreciar cuál es la riqueza de gloria que da en herencia a los santos. (Ef 1, 17-18) Y en poseer ese amoroso espíritu y quedar de él poseídos consiste la vida mística, o sea la verdadera contemplación sobre Si no se posee ese don preciosísimo sobre todos los dones, es porque no se pide con el fervor y perseverancia conque san Pablo lo pedía; y, si no se pide así, es tan sólo porque no se conoce debidamente ni se sabe apreciar. Efectivamente, estos son los dones de Dios místicos y secretísimos, que nadie conoce fuera del que los recibe y del que los desea, y que nadie desea si no es aquel a quien inflama el fuego del Espíritu Santo. ¡Si conocieras el don de Dios… le pedirías tú, y él te daría agua viva… que salte hasta la vida eterna! (In 4, 10.14) A todos se nos dice: Gustad y ved qué bueno es el Señor. (Sal 33, 9; 1 P 2, 3)

Responsorio
R. El que os llamó es santo, como él también sed vosotros santos en toda vuestra conducta, * Para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa.
V. Gustad y ved qué bueno es el Señor. * Para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa.

Otra:
Del Tratado sobre las buenas obras y la limosna de san Cipriano, obispo y mártir

(Obras de San Cipriano [ed. J. Campos] BAC 241, Madrid 1964, nn. 2; 16-17 pp. 230-231; 242-244)

La limosna está sobre el porvenir de los hijos

El Espíritu Santo afirma y dice en las Escrituras: los pecados se limpian con limosnas y fe. (Pr 16, 6; Dn 4, 24) Claro que no se refiere a aquellos pecados que se cometieron anteriormente al bautismo, pues esos se limpian con la regeneración y sangre de Cristo. En otro lugar afirma de nuevo: Como el agua apaga el fuego, así la limosna el pecado. (Si 3, 33) Aquí viene a decir que, así como con el baño del agua bautismal se extingue el fuego del infierno, así con las limosnas y obras santas se apagan las llamas de los pecados. Y porque en el bautismo sólo una vez se perdonan los pecados, la práctica continua e incesante de la limosna de nuevo nos reconcilia con Dios a imitación del bautismo. En el mismo Evangelio nos lo enseña el Señor: cuando fueron reconvenidos los discípulos por comer sin haberse lavado las manos, respondió así: El que hizo lo de dentro, hizo también lo de fuera. Dad limosna y todo os será limpio. (Lc 11, 40) Reconozcamos, por tanto, hermanos amadísimos, tan saludable don de la bondad divina para purificarnos de nuestros pecados, y ya que no podemos vernos libres de alguna herida en la conciencia, procuremos curarlas con remedios espirituales.

No debe apartar ni excusar, hermanos carísimos, de las obras buenas y de la misericordia al cristiano el que pueda alegar como pretexto el porvenir de los hijos, puesto que en las dádivas espirituales debemos pensar que es Cristo quien recibe, como él aseguró, sin que prefiramos a nuestros hijos a los que son servidores como nosotros, sino sólo al Señor según sus avisos y enseñanzas. El que ama, dice, al padre o a la madre por encima de mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo o hija más que a mí no es digno de mí. (Mt 10, 37) Asimismo en el Deuteronomio, para sostener nuestra fe y amor a Dios, está escrito lo propio: Los que dicen al padre y madre: no os reconozco, ni reconocieron a sus hijos, éstos son los que observan tus
preceptos y guardan tu testamento. (Dt 33, 9) Pues, si amamos a Dios de todo corazón, no hay por qué anteponer a Dios los padres ni los hijos. Y esta idea también la constata Juan en su epístola, que no pueden tener amor a Dios quienes no quieren socorrer al pobre. El que tuviere, dice, riquezas y viere a su hermano en necesidad y cerrare sus entrañas ¿cómo puede haber amor de Dios en él? (1 Jn 3, 17) Si, pues, Dios recibe a rédito las limosnas hechas a los pobres, y cuando se da a los más pequeños se da a Cristo, no hay por qué preferir lo terreno a lo celestial, ni lo humano a lo divino.

Así también aquella viuda, según el libro tercero de los Reyes, cuando en aquellos días de sequía y hambre, después de haber consumido todos sus recursos, se coció un pan al rescoldo del poco aceite y harina que le había quedado, para, después de comerlo, morir con su hijo. Llegó Elías y le pidió se 1c diese a él, después comería ella con su hijo lo que sobrase, no dudó ella en condescender, ni antepuso por el hambre y necesidad como madre el hijo a Elías. Hizo más bien en la presencia de Dios la voluntad de éste; ofrece sin vacilar y decididamente le que se le pedía, entrega una porción no de su abundancia sino todo lo poco que tiene y, con estar hambriento su hijo, alimenta antes al extraño. Ni prefiere su alimento en la escasez y hambre a la limosna, para que con este desprecio de la vida corporal, al practicar obra de salud, se asegurase la vida de su alma Por eso Elías, que figuraba a Cristo, mostrando 1c que él le recompensaría por su piedad, respondió así: Esto dice el Señor: no faltará la vasija de harina y no menguará la olla del aceite hasta el día en que el Señor mande lluvia a la tierra. (1 R 17, 14) Se cumplió la promesa de Dios, se multiplicó y aumentó para la viuda lo que había dado y por su buena obra y los merecimientos de su limosna, que recibían el premio del aumento, se llenaron las vasijas de harina y aceite. Y no es que la madre quitara al hijo lo que dio a Elías, sino antes bien redundó en el hijo lo que la generosidad y piedad le movió a hacer. Ella no conocía a Cristo, no había oído sus preceptos, no devolvía, redimida ya por la cruz y pasión, el alimento y bebida por la sangre de Cristo; para que se vea por este hecho qué pecado comete el cristiano que, anteponiendo a sí mismo y a su hijo a Cristo, reserva sus riquezas y no comparte sus bienes abundantes con los indigentes menesterosos.

Responsorio                                                                                                                     Tb 4, 16.19
R. Da tu pan al hambriento y tu ropa al desnudo. * Bendice al Señor Dios en todo momento.
V. Pide al Señor que allane tus caminos y que te dé éxito en tus empresas y proyectos. * Bendice al Señor Dios en todo momento.

Laudes

Benedictus, ant. Como cimiento eterno sobre roca, son los preceptos del Señor en el corazón de una mujer santa.

O bien, especialmente con canto: ant. El sol brilla en las alturas de Dios; la mujer bella en su casa bien arreglada.

Oración
Oh Señor, aviva en tu pueblo el espíritu evangélico que llenó a la bienaventurada Juana, que preparó a sus hijos Domingo y Manés, para la vida apostólica. Por nuestro Señor Jesucristo.

Vísperas

Magníficat, ant. El que hace la voluntad de mi Padre, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre, dice el Señor.

O bien, especialmente con canto: ant. Abrió sus manos al necesitado y extendió el brazo al pobre: estuvo vestida de fuerza y dignidad, sonríe ante el día de mañana.

La oración como en Laudes.

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