Los frailes (lat. fratres: hermanos) somos hombres que tratamos de seguir las huellas del Salvador, hablando con Dios o de Dios en nuestro propio interior o al prójimo”. Para que mediante el seguimiento de Cristo nos perfeccionemos en el amor de Dios y del prójimo, por la profesión que nos incorpora a nuestra Orden nos consagramos totalmente a Dios y nos entregamos de una manera nueva a la Iglesia universal, dedicándonos por entero a la evangelización íntegra de la palabra de Dios. Para eso precticamos la vida común, la profesión de los consejos evangélicos, la celebración comunitaria de la liturgia y la oración secreta, el estudio, y la observancia regular.
Nuestro fin es predicar
Todo el propósito de nuestra vida es prepararnos como predicadores del Evangelio para que nuestra vida irradie el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios e implantar la Iglesia en el mundo.
Para un fraile dominico predicar es contemplar a Dios, por medio del estudio y la oración, en comunidad, para hablar de Él a sus hermanos. Así lo sintetizó Santo Tomás de Aquino: «Contemplar y dar a los demás de lo contemplado». Un dominico es alguien apasionado por la Verdad, es decir, por Cristo, que se ve impulsado por su vida y oración a transmitirlo a los demás. Como dice la Escritura: «De la abundancia del corazón habla la boca».
Si bien los frailes ejercemos la predicación bajo cualquier forma, a la vocación dominicana pertenece esencialmente enseñar con la palabra y los escritos la sagrada doctrina y las demás disciplinas que sirven para la difusión y comprensión de la fe. En otros términos, nuestra vocación mira a hablar a los hombres de Dios, y en especial de Cristo, camino, verdad y vida.
Este ministerio de la palabra está íntimamente unido con los sacramentos, y en ellos se consuma, porque la vida cristiana tiene su nacimiento en la palabra y en los sacramentos, y en ellos se alimenta y fortalece.
En síntesis, nuestra vida es una vida apostólica en sentido pleno, en la cual la predicación y la enseñanza emanan de la abundancia de la contemplación. En pocas palabras éste es nuestro carisma: contemplar y dar de lo contemplado; arder e iluminar; hablar con Dios de los hombres y de Dios a los hombres… siempre como Santo Domingo.
La observancia de la Regla
Nuestra vida común exige perseverancia y regularidad en algunos medios exteriores que nos ayudan para el fin apostólico de la Orden. Santo Domingo los vivió plenamente, recogiéndolos de la tradición e innovando a su modo. Pertenecen a la vida regular todos los elementos que constituyen la vida dominicana y la regulan mediante la disciplina común. Ente ellos destacan la vida común, la celebración de la liturgia y la oración privada, el cumplimiento de los votos, el estudios asiduo de la verdad y el ministerio apostólico. Al fiel cumplimiento de ellos nos ayudan el silencio, el uso del hábito, la clausura y las obras de penitencia. Estas formas exteriores preservan nuestro estilo de vida y están animadas por un impulso interior, que les asegura su valor y coherencia.
La oración
Por voluntad misma de Santo Domingo la solemne celebración comunitaria de la liturgia es uno de nuestros principales oficios de nuestra vocación de frailes dominicos.
En la liturgia, sobre todo en la Eucaristía, actúa hecho presente, el misterio de la salvación, que los frailes participamos y contemplamos en ella y por la predicación anunciamos a los hombres para que éstos se incorporen a Cristo mediante los sacramentos de la fe.
En la liturgia los frailes junto con Cristo, glorificamos a Dios por el eterno propósito de su voluntad y la admirable dispensación de la gracia, y rogamos al Padre de las misericordias por toda la Iglesia, y por las necesidades y salvación de todo el mundo.
Por tanto, la celebración de la liturgia es el centro y el corazón de toda nuestra vida, cuya unidad radica principalmente en ella.
Además, la contemplación de las cosas divinas, el coloquio íntimo y la familiaridad con Dios las buscamos no sólo en las celebraciones litúrgicas y en la lectura divina, sino también en la asidua oración secreta.
El día a día
Comienza el día con las Laudes u oración de la mañana, poniéndonos en presencia de Dios y pidiéndole un día lleno de su gracia. Normalmente la mañana está consagrada a la Lectio Divina y al estudio en la celda, lugar en que cada fraile puede recogerse para aprender a vivir en tensión constante hacia Dios. Al mediodía rezamos Sexta, mitad de la jornada, donde nos volvemos a Dios como un alto en medio del camino para retomar fuerzas. Por la tarde los frailes en formación y los que son profesores concurren a la Universidad, también es tiempo de apostolado. La jornada de ocupaciones concluye con las Vísperas u oración de la tarde, donde se ofrece a Dios todo lo realizado y se comienza a entrar en la tranquilidad de la noche. Finalmente rezamos Completas, la última oración que cierra el día, y nos introduce, luego de cantar las antífonas a Nuestra Madre y a Nuestro Padre Santo Domingo, en el silencio profundo de la noche y de una comunión más íntima con Dios, a la espera de un nuevo despertar para alabarlo nuevamente.
El centro de toda la jornada es la celebración de la Eucaristía, como el momento al que fluye y del que emana toda nuestra oración anterior y posterior. De esta manera todo el día el fraile está llamado a estar vuelto de corazón a Dios, aún cuando se encuentre en el fragor del apostolado. Además forman parte de este itinerario cotidiano el rezo del Rosario y la oración secreta. Son también momentos de encuentro entre hermanos las comidas, las recreaciones y las reuniones comunitarias.
El estudio en nuestra vida
Santo Domingo, como una innovación significativa, insertó profundamente en el ideal de la Orden el estudio dirigido al ministerio de la salvación. Él mismo, que llevaba siempre consigo el Evangelio de san Mateo y las Epístolas de san Pablo, encaminó a sus frailes hacia las escuelas y los envió a las ciudades mayores «para que estudiaran, predicaran y fundaran conventos».
El estudio asiduo alimenta la contemplación, fomenta con lúcida fidelidad el cumplimiento de los consejos, por su misma continuidad y dificultad implica una forma de ascesis, y es una excelente observancia en cuanto elemento esencial de toda nuestra vida.
Finalidad
Por lo tanto, nuetro estudio se dirige principal, ardiente y diligentemente a esto: que podamos ser útiles a las almas de los prójimos. Mediante el estudio los frailes pensamos detenidamente en nuestro corazón la multiforme sabiduría de Dios y nos preparamos para el servicio doctrinal de la Iglesia y de todos los hombres. Y tanto más nos entregamos al estudio cuanto que, por la tradición de la Orden, somos llamados más especialmente a cultivar la inclinación de los hombres hacia la verdad.
Fuente
La luz y la fuente de nuestro estudio es Dios que habiendo hablado en otro tiempo muchas veces y de muchas maneras, últimamente habla en Cristo, por quien, con el envío del Espíritu Santo, el misterio de la voluntad del Padre es revelado plenamente en la Iglesia y son iluminadas las mentes de todos los hombres.
Los frailes meditamos e investigamos en la divina revelación, de la cual constituyen un único depósito sagrado la tradición y la sagrada Escritura. Y del perenne valor pedagógico de su economía aprendemos a ver la multiplicidad de caminos del Evangelio, incluso en las cosas creadas, en las obras e instituciones humanas, y también en las diversas religiones.
Fidelidad al Magisterio y a la Tradición
Los frailes nos esforzamos por sentir en todo con la Iglesia y prestamos obediencia al múltiple ejercicio del magisterio, al que ha sido confiada la interpretación auténtica de la palabra de Dios; fieles además a la misión de la Orden, estamos siempre dispuestos a prestar con entrega su colaboración al magisterio en el desempeño especial de las tareas doctrinales.
Estudiamos con atención los escritos de los Santos Padres y de las figuras ilustres del pensamiento cristiano que, con el auxilio de las diferentes culturas y de la sabiduría de los filósofos, trabajaron para entender más plenamente la palabra de Dios. Continuando la reflexión de éstos, prestamos atención reverente a la tradición viva de la Iglesia, buscamos el diálogo con los sabios, y abrimos nuestro ánimo a los descubrimientos y problemas contemporáneos.
Nuestro hermano Santo Tomás de Aquino OP es nuestro maestro
Para desempeñar este cometido tenemos como óptimo maestro y modelo a santo Tomás, cuya doctrina es recomendada singularmente por la Iglesia, y la Orden de Predicadores la recibe como patrimonio que ejerce una influencia en la vida intelectual de los frailes y le confiere su carácter propio. Por esto, los frailes cultivamos una activa comunión con los escritos y la mente de santo Tomás, y según las necesidades de los tiempos, con legítima libertad, renovamos y completamos su doctrina con las riquezas siempre nuevas de la sabiduría sagrada y humana.